EnglishLas ideas políticoeconómicas defendidas por el papa Francisco provocan escalofríos. Nos hacen retroceder a la década de 1970, cuando en Latinoamérica estaba en pleno auge la “Teología de la Liberación”.
Esta doctrina se presenta a sí misma “como una reflexión a partir de la experiencia religiosa de quienes encuentran a Cristo entre los pobres, merced al compromiso que contraen en la lucha por su liberación”. Juan Carlos Scannone , una de las personas que más influyó en el Papa, la define como una teología que a diferencia de las demás, no se basa únicamente en la filosofía para analizar la realidad social e histórica de los pobres, sino también en las ciencias humanas y sociales.
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A contrapelo de lo que su denominación parecería indicar, las diferentes versiones de la Teología de la Liberación no constituyen una opción religiosa sino política. Y, al igual que el marxismo, se jacta de que sus propuestas son “científicas”. Pero nada más alejado de la realidad, ya que desprecian tanto a la verdad histórica como científica.
En ese contexto, “liberación” significa la destrucción de las estructuras capitalistas y su remplazo por las colectivistas. El sistema de libre mercado es presentado como una forma de “violencia”, ergo, constituye una de las peores manifestaciones del pecado. En consecuencia, su destrucción liberará del pecado y permitirá el surgimiento del “hombre nuevo”.
En los setentas muchos jóvenes latinoamericanos católicos y de buen corazón, deseosos de acabar con las injusticias sociales, que según la prédica de sacerdotes de esta tendencia eran culpa del capitalismo, tomaron las armas y emprendieron el camino de la revolución. Los posters de Cristo teniendo una metralleta entre sus manos, eran comunes en aquella época.
El mensaje era claro: Jesús fue un revolucionario y si quieres seguir sus pasos, tú también debes serlo. Innumerables estudiantes, que por definición tiene poca experiencia de vida, fueron seducidos por ese discurso Por consiguiente, optaron por la guerrilla que no sólo arruinó sus vidas, sino que desembocó en un torbellino de odio entre dos grupos extremistas que se combatieron a muerte encarnizadamente. Y en el medio quedó Juan Pueblo, que sin comerla ni beberla quedó envuelto en ese espiral de violencia.
Los más afectados fueron los pobres. Precisamente aquellos, en nombre de los cuales tanta vida joven y potencialmente valiosa quedó truncada para siempre.
Ese período fue uno de los más traumáticos para América Latina. Y cuando paulatinamente y con gran esfuerzo se van curando las heridas del pasado, aparece nada menos que el Papa haciendo proselitismo por unas ideas que tanto sufrimiento causaron en el pasado, y que maniqueamente dividieron a las sociedades en “nosotros” y “ellos”.
En el discurso pronunciado durante el Tercer Encuentro Mundial de Movimientos Populares organizado por el Vaticano, el papa Francisco expresó: actualmente quien gobierna el mundo es “el dinero”. ¿Cómo? Mediante “el látigo del miedo, de la inequidad, de la violencia económica, social, cultural y militar que engendra más y más violencia en una espiral descendente que parece no acabar jamás”. Y subrayó que “ese sistema es terrorista”.
Mostrando una simpleza o ignorancia rampante, el papa Francisco afirmó que “cualquier persona que tenga demasiado apego por las cosas materiales” no debería meterse en política. ¿Es el dinero la raíz del mal o por el contrario, la ambición de poder?
Repasemos la historia: Ni Adolf Hitler, ni Lenin, ni los primeros bolcheviques soviéticos tenían apego por el dinero ni por las cosas materiales. Sin embargo, ambos regímenes establecieron el infierno sobre esta tierra y causaran la muerte en terribles circunstancias de decenas de millones de personas.
Por tanto, el papa debería informarse mejor y no hablar sin fundamento, incluso, por respeto a la institucionalidad que simboliza. Su responsabilidad moral es enorme, dado que sus pifias no solo lo afectan a él personalmente, sino que las ondas expansivas producidas incluso podrían socavar los fundamentos de la religión católica.
El papa Francisco afirmó que el mundo sufre de “atrofia moral” y que el capitalismo ofrece “implantes cosméticos que no son verdadero desarrollo”.
La referencia papal a la ética, y considerando la influencia que su investidura le otorga, invita a recordar las palabras de Blaise Pascal: “Esforcémonos en pensar bien, he ahí el principio de la moral”. Y cabría agregar las de Thomas Sowell: “Para ser un auténtico amigo de los pobres, antes hay que ser también un auténtico amigo de la verdad”.
Compartiendo esa postura ética frente a los problemas sociales, y ante las trágicas consecuencias que la aplicación de la Teología de la Liberación estaban provocando en América Latina, el papa Juan Pablo II solicitó a la Congregación para la Doctrina de la Fe que la analizara, para determinar si ella encuadraba dentro de las enseñanzas de Cristo.
En aquel momento quien la presidía era el cardenal Ratzinger (luego papa Benedicto XVI, que ejerció pocos años el papado antes de su renuncia). El resultado de su análisis originó una instrucción adversa. En ese documento expresa: “El término ‘científico’ ejerce una fascinación casi mítica, y todo lo que lleva la etiqueta de científico no es de por sí realmente científico”. Por consiguiente, es esencial utilizar un método de aproximación a la realidad “precedido de un examen crítico de naturaleza epistemológica”.
Ratzinger alertó sobre las “graves desviaciones ideológicas que conducen inevitablemente a traicionar la causa de los pobres […] la lucha de clases como camino hacia la sociedad sin clases es un mito que impide las reformas y agrava la miseria y las injusticias”. Y condenó “la nueva interpretación, que viene a corromper lo que tenía de auténtico el generoso compromiso inicial en favor de los pobres”.
El Evangelio narra que Jesús expulsó a latigazos a los mercaderes del templo. Muchos toman ese pasaje como un reproche al dinero. Sin embargo, analizado en forma cabal, lo que a Cristo le indignaba es que se desnaturalizara la esencia de la religión, expresada mediante estas palabras: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Quizás, Jesús en nuestros días echaría del templo a latigazos a más de un “mercader”.