Muchos se preguntarán cómo es posible que una figura tan insignificante, ignorante y bruta como Nicolás Maduro ha logrado permanecer en el poder durante tanto tiempo.
La respuesta es sencilla: el auténtico dictador de Venezuela no es Maduro sino Raúl Castro. Y él –al igual que anteriormente su hermano Fidel- tiene un doctorado en subyugar pueblos. La “universidad” que les dictó los cursos fue la ex Unión Soviética y se graduaron con “medalla de honor”.
Fidel aprendió de sus maestros que se domina a sus conciudadanos mediante sangre y fuego. De los soviéticos no solo asimiló el ser despiadado sino también, su imperialismo. Descubrió que el mejor “disfraz” para disimular tal tendencia es, paradójicamente, una retórica “antiimperialista”.
En Europa Oriental, el proceso de dominación fue así: los partidos comunistas locales (vasallos de Moscú) utilizaron mecanismos democráticos para acceder al poder. Una vez obtenido, concentraron el poder, eliminaron las elecciones libres, las libertades ciudadanas, torturaron y asesinaron.
Fueron los llamados “estados satélites” de la ex Unión Soviética. Sus gobernantes eran “títeres” que recibían instrucciones del Kremlin, y las medidas eran tomadas en función de los intereses políticos y económicos del Politburó.
Cuando en alguna de sus colonias los súbditos intentaban rebelarse –como ocurrió en Hungría en 1956 (“Revolución húngara”) o en Checoslovaquia en 1968 (“Primavera de Praga”), los soviéticos mandaban los tanques para aplastarlos.
Fidel era consciente de que no contaba con las mismas herramientas que los soviéticos cuando operaba en el extranjero. Es decir, una poderosa fuerza militar propia. Por consiguiente, buscó alternativas para alcanzar la misma meta. Descubrió que una manera eficaz de apuntalar a una dictadura que empieza a debilitarse, es cubriéndola con un manto de aparentes “objetivos superiores” y proclamando –aunque no realizando- el humanismo.
Venezuela se convirtió en una colonia de Cuba en tiempos de Hugo Chávez. Nicolás Maduro fue elegido como su sucesor por los hermanos Castro porque, dada personalidad, encaja perfectamente en el rol de “gobernante títere”. Maduro viaja con frecuencia y muchas veces en secreto a Cuba para recibir instrucciones.
Fidel en el pasado y Raúl en el presente, no pueden darse el lujo de perder a Venezuela, “la joya de su corona”. Ese país es la fuente de la inmensa fortuna de la familia Castro y lo que ha prevenido el colapso de su dictadura sobre Cuba.
La suerte del castrismo en Cuba en gran medida está ligada a la del chavismo, personalizada en estos momentos en Maduro. Por consiguiente, no ahorran esfuerzos para apuntalarlo. Cada vez que está debilitado sacan como “as” de la manga el tema del “diálogo” entre gobierno y oposición. Asimismo, con enorme cinismo los cubanos apelan al “antiimperialismo” y al principio de “no injerencia” en los asuntos de otros estados.
Ambos son sofismas cuyo propósito es darle aire y tiempo para que Maduro se fortalezca, como se ha comprobado reiteradamente.
Dado que son los Castro, desde las sombras, quienes mueven los hilos, no es sorprendente que siempre hayan encontrado aliados dispuestos a darles una mano:
En el 2017 Maduro estaba sumamente debilitado debido a las manifestaciones callejeras y a la creciente condena internacional. La oposición se estaba uniendo y vigorizando. En ese contexto, le pidió ayuda al Papa Francisco. El pontífice -que hasta entonces había “ignorado” el sufrimiento de los venezolanos- súbitamente pareció interesarse. Santificó el dialogo aprovechándose del prestigio de su investidura, lo cual tuvo como efecto el “congelamiento” de los esfuerzos nacionales e internacionales para terminar con la dictadura.
Como señala Danilo Arbilla, la consecuencia fue que en “pocos meses de diálogo con sello papal, Maduro logró anular el referéndum revocatorio (todo en forma ilegal), aumentar el número de presos políticos, impedir el ingreso al parlamento de varios diputados indígenas electos y anular las decisiones de la Asamblea Nacional, declarada en ‘desacato’, todo ello con la complicidad y abuso de un vergonzoso Tribunal Supremo de Justicia , dependiente y al servicio de Maduro”.
Tan elocuente fue la solapada complicidad, que Maduro le agradeció al Papa por el apoyo brindado al “diálogo”. Además, el silencio de Bergoglio ante los hechos mencionados y violaciones de los derechos humanos, es elocuente.
No es de extrañar que ante ese éxito rotundo, Raúl le haya aconsejado a Maduro seguir auspiciando “diálogos”.
Hacia fines de 2017 y principios de 2018 la farsa continuó, contando nuevamente con la “bendición” papal. Esta vez se desarrolló en Santo Domingo y los nuevos cómplices “garantes” del diálogo fueron los amigos del castro-chavismo en la Unasur (Bolivia, Nicaragua) y los expresidentes Martín Torrijos de Panamá, Leonel Fernández de República Dominicana y José Luis Rodríguez Zapatero de España.
El resultado fue idéntico al anterior: fotalecimiento de la dictadura, la realización de elecciones no limpias y la máquina de impunidad y corrupción siguió a todo vapor.
Quizás, Maduro nunca estuvo tan débil como después del 10 de enero de 2019. La inmensa mayoría de la comunidad democrática internacional lo considera “usurpador” del poder. Simultáneamente, se está tonificando la democrática Asamblea Nacional y de la mano de su presidente, Juan Guiadó, se están dando los primeros pasos hacia el restablecimiento de las instituciones democráticas.
En ese contexto, México se ofreció “espontáneamente” como mediador en la crisis política de Venezuela. Lo hizo a través de Maximiliano Reyes Zúñiga, subsecretario para la región de América Latina y el Caribe de la Secretaría de Relaciones Exteriores de su país. Recitó el verso bien aprendido de la “no intervención y autodeterminación de los pueblos”.
Sin embargo, omitió referirse a la injerencia de los cubanos en los asuntos internos de los venezolanos (al igual que todos los que apelan a esa “mantra” para apoyar disimuladamente a Maduro).
Lo más cómico –si no fuera trágico- es que el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) fundamenta su postura argumentando que “Necesitamos hacer algo diferente para obtener resultados diferentes”.
¿Entonces?
El diálogo es, precisamente, lo que se ha hecho hasta ahora. Y el único resultado ha sido la consolidación de la dictadura chavista y el empeoramiento de las condiciones de vida de los venezolanos.
Lo “diferente” es la creciente presión internacional y que se está visualizando una salida democrática establecida por la constitución venezolana. Y está rindiendo frutos positivos.
Maduro está desesperado y a los gritos pide “diálogo”: con la oposición (pero dice que nada va a cambiar), con la Unión Europea y con Estados Unidos.
Incluso le solicitó a la cadena estadounidense FOX una entrevista para mandarle un mensaje al presidente norteamericano Donald Trump. Quiere negociar las sanciones económicas y migratorias que le ha impuesto.
Llegó a manifestar también que está dispuesto a recibir en Venezuela al secretario de Estado, Mike Pompeo, que es, “casualmente”, el funcionario a quien Trump le encomendó coordinar los esfuerzos en Latinoamérica contra Maduro. Se está organizando una alianza estratégica entre los presidentes Jair Bolsonaro (Brasil), Ivan Duque (Colombia) y Trump para acabar con la dictadura en Venezuela.
El 17 de enerom Bolsonaro –que se encontraba junto al presidente del Tribunal Supremo de Justicia en el exilio- divulgó un video donde proclamaba que “la solución para Venezuela llegará pronto. Le pedimos a la gente que se resista y tenga fe, porque creo que pronto habrá una solución”.
En ese marco es que México toma la “iniciativa” de armar un grupo de mediación internacional; de hecho, ya realizó contactos a nivel diplomático con diferentes países para analizar esa posibilidad.
Pero AMLO se pisa solo el palito cuando expone en cuáles países está pensando para integrarlo: México, Uruguay, El Salvador y – tal vez – Noruega.
México y Uruguay esgrimen que son “neutrales” en el conflicto venezolano, pero, como bien señala Desmond Tutu, “si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”.
Con respecto a El Salvador, su presidente Salvador Sánchez es uno de los reconocidos aliados de Maduro, quien, tras las elecciones para el invento de la Asamblea Constituyente, felicitara a Venezuela por “su extraordinario proceso electoral”.
Además, fue de los pocos presidentes que junto con Evo Morales (Bolivia), Daniel Ortega (Nicaragua) y Miguel Díaz- Canel (Cuba) asistió a la ceremonia de usurpación del poder por parte de Maduro.
Ahora ha sido el turno de México de asumir el triste papel de tirarle un salvavidas al agonizante Maduro. ¿Cumpliendo directrices de Castro?