EnglishRecuerdo cuando era chico y estaba en el colegio secundario. A comienzos de la década del 2000, cuando yo tenía alrededor de 15 años.
En un viaje de estudios nos dispusimos a hacerle una broma a nuestros compañeros del cuarto de al lado. La treta consistía en llenar un balde con agua y dejarlo sobre la puerta de su cuarto, la que íbamos a dejar entreabierta. El objetivo, claro, era que al ingresar al cuarto el balde derramara toda el agua sobre las cabezas de nuestros compañeros.
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Dicho y hecho, empapamos a todos y conseguimos el odio profundo de nuestros rivales, aunque luego todo fueron risas.
En la economía argentina sucedió algo muy similar. Aunque no se trató de una broma, lo cierto es que el gobierno anterior dejó una situación económica muy delicada, y que en 2016 esta terminó por quebrarse.
A tres días de cumplirse un año del comienzo oficial del gobierno de Cambiemos en Argentina, esa sería una buena descripción de lo que sucedió. El balde de agua que Cristina dejó sobre la puerta del cuarto de Macri, finalmente derramó sobre él.
A fines de 2015, cuando Cristina Fernández dejó el poder, la economía argentina tenía un “cepo cambiario” que restringía a los argentinos la compra de dólares y generaba, como siempre sucedió en la historia, un mercado paralelo para la divisa. Este sistema tan perjudicial para la exportación y la inversión ya llevaba cuatro años y era imperioso terminar con él. Eso fue lo que hizo el nuevo gobierno. Al hacerlo, sin embargo, sinceró la realidad que éste ocultaba.
Es que al controlar el tipo de cambio, los precios de los productos transables (esos que pueden importarse y exportarse), mostraron su verdadero valor, que era obviamente más alto que el que prevalecía previamente.
El golpe al bolsillo fue inevitable, pero era preferible ese shock inicial a seguir viendo al sistema productivo morir producto del cepo.
A fines de 2015 también era crítica la situación energética de Argentina. Gracias al sistema de inflación y congelamiento tarifario, los servicios de electricidad y agua en el país se han deteriorado notablemente. Los cortes de suministro son moneda corriente, especialmente en la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. Además, el sistema obligó a la nación a entregar cuantiosos subsidios, que al financiarse con emisión monetaria alimentaron la inflación.
Frente a este panorama, había dos caminos a seguir: o permitir que las tarifas suban, desregulándolas, o profundizar el camino y destruir definitivamente el sistema energético nacional.
El gobierno eligió una variante de la primera alternativa, pero la justicia frenó el ajuste y el aumento de las tarifas quedó a mitad de camino. No obstante, el incremento finalmente ocurrido fue suficiente para impactar negativamente en el consumo y también en la producción, que por los mayores costos caerá este año cerca de 2 %.
A fines de 2015 la presión tributaria en el país era insoportable. El gobierno kirchnerista la había subido nada menos que 17 puntos del PIB y había sectores que no solo estaban excesivamente gravados, sino en una situación de desigualdad con el resto de la economía.
Este era el caso de los exportadores de granos, quienes sufrían las “retenciones a la exportación”. Con buen tino, el gobierno de Macri decidió eliminar esos tributos (aunque solo bajarlo marginalmente en el caso de la soja), devolviéndole la rentabilidad confiscada al sector.
La cara mala de esta medida fue un nuevo sinceramiento de los precios. Sin retenciones, el productor ya no es indiferente entre vender dentro del país o fuera del mismo, por lo que elegirá a quien le pague mejor, que en este caso es el consumidor internacional. En el largo plazo, los precios volverán a ser accesibles al grueso de los consumidores nacionales, pero el impacto negativo de corto plazo era preferible a condenar a la decadencia a los sectores más competitivos de nuestra economía.
A fines de 2015, por último, la economía argentina tenía el déficit fiscal más alto de los últimos 15 años, superando el 6 % del PIB. Otro “regalo” de la administración kirchnerista-keynesiana, que creía que el déficit público era el camino para la prosperidad, o bien de torpes administradores, incapaces de ordenar la hacienda.
Como sea, lo cierto es que para revertir esta tendencia, el gobierno se comprometió con una agenda gradual, lo que lo llevó a emitir importantes cantidades de deuda. Este endeudamiento para mantener un excesivo gasto público es uno de los puntos más flojos del gobierno de Cambiemos, pero hay que decir que también es, en parte, responsabilidad del kirchnerismo. En definitiva, sin déficit no hay inflación, pero tampoco necesidades de emitir deuda…
El 10 de diciembre se cumplieron los primeros 365 días del gobierno de Macri en Argentina. Se tomaron muchas medidas destinadas a modificar el rumbo, pero los resultados de éstas comenzaremos a verlos con mayor claridad en 2017.
Por ahora, el resumen de 2016 es que Cristina Fernández dejó muchas bombas económicas a punto de estallar. Y que ellas, inevitablemente, estallaron.