En Colombia los ciudadanos están preocupados por lo que perciben como el incremento de la corrupción en el país, frente a la que parece no escaparse ningún político
Así como en Brasil, Ecuador, Perú y otros países de la región, los políticos colombianos también fueron salpicados por el escándalo de corrupción protagonizado por la empresa Odebrecht. El caso llegó incluso al actual presidente, Juan Manuel Santos.
De todas las ramificaciones del caso, hay una en particular que me ha llamado la atención. No es que las demás no sean importantes. Pero al menos la indignación frente a ellas es obvia. Los ciudadanos están preocupados por lo que perciben como el incremento de la corrupción en el país, frente a la que parece no escaparse ningún político.
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Hay otro aspecto, sin embargo, que me parece se ha pasado por alto y que puede ser igual – o más – preocupante que el de la corrupción, fenómeno que es solo la superficie del sistema político en el que nos encontramos. Y es que, no hay que olvidar, la corrupción es resultado del contexto, de los incentivos y de las instituciones en las que los políticos actúan.
Uno de los principales salpicados por el escándalo es quién fuera gerente de la campaña del actual presidente colombiano en 2014, Roberto Prieto. No sabemos (ni sabemos si algún día vamos a saber) si él recibió directamente los dineros de la empresa brasileña. No sabemos si va a ser juzgado o condenado por sus indelicadezas o los posibles delitos en los que incurrió la campaña.
Pero este señor Prieto nos sirve como ejemplo de muchos de los males que aquejan nuestro sistema político y de cómo estos males resultan afectando las demás dimensiones de nuestra sociedad y, claro está, de las posibilidades de creación de riqueza.
Buscando información para esta columna, me encontré con varios escándalos del pasado en los que estuvo involucrado este mismo personaje. No solo fue la supuesta recepción de 2 millones de dólares en 2010 sino hasta su relación con la sucia campaña de los años 90 a la que ingresó dinero del Cartel de Cali que llevó a la presidencia al oscuro Ernesto Samper Pizano.
Es claro que al señor Prieto nunca se le han comprobado ninguna de las acusaciones pero es un poco incómodo – por usar cualquier adjetivo – que siempre esté la misma persona involucrada en las mismas prácticas utilizadas para obtener los mismos objetivos. Además, esto refleja una grave inexistencia de sanción moral y social frente a las personas que se ven involucradas en escándalos públicos de manera reiterada.
El experto en campañas también sirve para mostrar otra indeseable característica de nuestro sistema político: la visión que tienen muchos personajes sobre lo que es el Estado. Fíjese el lector que no acá se deja de lado la discusión académica, filosófica y tan necesaria sobre lo que es el Estado y cuáles deben sus funciones. Estos personajes no se preocupan por esas cuestiones que, seguramente, ni entienden.
No. Personajes como Prieto ven al Estado como un botín del cual extraen los recursos para tener una vida que nunca hubieran tenido si compitieran, como debe ser, en el mercado. Personas como Prieto se aseguran unos ingresos altos – muy altos si se comprueban hallazgos como éste – no por sus cualidades profesionales o personales sino por sus conexiones políticas (traducción: por su aparente capacidad de fundraiser sin escrúpulos en las campañas presidenciales). Debido a sus relaciones políticas, Prieto ha conseguido nombramientos y contratos, así como ha podido llegar directamente a interceder ante los responsables de tomar decisiones específicas.
Frente a las denuncias de los medios, entes de control como la Procuraduría, en una mezcla de oportunismo mediático y preocupación, han afirmado que investigarán los movimientos de Prieto. Ojalá lo hagan. Sin embargo, el punto está en que esas organizaciones, demostrando otra preocupante característica del sistema político, actúan de manera tardía, cuando este personaje ya se quedó con miles de millones de los contribuyentes y solo lo hacen por la presión mediática. No les interesa cumplir sus funciones sino aparentar que las cumplen.
En últimas, todo esto afecta también las perspectivas de creación de riqueza en el país. Además de todo lo que se podría mencionar acá, me parece que lo más grave de todo es constatar cómo personajes como Prieto – y lo que representan – genera incentivos negativos en el desempeño económico.
En un informe de 2016 publicado por la Red de Cámaras de Comercio, Confecámaras, se puede encontrar evidencia de esos incentivos. De las empresas que se crean el año, más del 70 % se concentran en los sectores de comercio y servicios. De estos, a este último pertenecen el 39,6 % de las nuevas empresas. Pero esas unidades no se ubican en los sectores de servicios como finanzas, sector inmobiliario, actividades científicas o transporte y comunicación. No. Más bien, el principal rubro que contribuye a ese casi 40 % es el de “otros servicios”. Allí se concentran los servicios de consultoría.
Si a esto se le suma que más del 92 % de las empresas existentes en el país son microempresas, tenemos más evidencia interesante. Adicionalmente, a pesar de que Bogotá, según el informe de Doing Business de 2016, no es ni de cerca la ciudad del país con el mejor entorno de negocios (de hecho, en pago de impuestos se ubica en el puesto 16 de 23 y en el acumulado se ubica en el tercer lugar), concentra el mayor número de empresas creadas en todo el territorio.
¿Qué tienen en común todos esos datos? Una hipótesis relacionada con el tema de esta columna es que en Colombia los futuros emprendedores ven que la fuente de riqueza no es el mercado ni la innovación sino el Estado y las conexiones políticas. Por eso, muchos quieren ser consultores y no industriales. Por eso, la mayoría de unidades son microempresas y así se quedan. Por eso, se ubican en Bogotá: porque así están cerca del poder político.
¿Qué si estoy denunciando que Prieto sea corrupto o un delincuente? Nada de eso. Lo que acá estoy planteando es que este personaje es una muestra de los peores males de nuestro sistema político, de cómo vemos al Estado, de por qué no debatimos siquiera si debe tener las funciones que le endilgamos. Lo que estoy planteando es que Prieto y los muchos prietos que existen son una clase de parásitos que se alimentan del Estado y que lo más preocupante es que son admirados, respetados y muchos quieren ser como ellos. Vistas así las cosas, la corrupción es solo una degradación más, aunque predecible.
Un sistema en el que todos quieren vivir a costa de los demás no puede ser descrito de otra manera sino como corrupto.