Ya van cuatro veces. En cuatro oportunidades, diferentes personas en mis redes han expresado su admiración por Rafael Correa. Según dicen, gracias a semejante líder, Ecuador es un país con unos indicadores superiores al resto de América Latina. Algunos afirman que llevó a ese país –casi– al desarrollo. Una de esas personas me sorprendió diciendo que ahora Ecuador era una potencia regional (algo que no es necesario ni probar: es abiertamente falso).
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No creo que esos supuestos logros se vean reflejados en los datos, o ¿será que soy yo el que está equivocado?
Voy a partir de dos supuestos, de los cuales también parten esos fans de de Correa. No voy a discutir la idea según la cual es gracias a un presidente, a cualquiera, que un país crea riqueza o mejora indicadores. Asumamos que eso es cierto, que no se ha demostrado que las decisiones estatales pueden impedir la creación de riqueza, pero no arrogársela directamente.
También voy a asumir que lo único importante son los indicadores: voy a adoptar una aproximación utilitaria en la que la corrupción, la persecución a la prensa y hasta las dudas en torno a la reciente elección cuyo ganador fue el candidato de Correa, Lenín Moreno, son meros accidentes que deben ser justificados por un supuesto objetivo superior (la perpetuación en el poder, la “revolución” ciudadana, o la “dignidad” nacional, por ejemplo).
Queda, entonces, por comprobar la supuesta conversión de Ecuador en un paraíso en la tierra como resultado de la gestión de Correa. Para evaluar esa idea, no solo miré los resultados del país, sino que los comparé con tres países: Chile, debido a su reconocido –aunque en retroceso– modelo basado en la libertad económica; Colombia, debido a que los entusiastas de Correa tienden a afirmar que puede que Ecuador no llegue a ser un paraíso de la riqueza en el mundo, pero que sí está mejor que Colombia; Bolivia, ya que es importante recabar evidencia, antes de que sea Morales el receptor de la admiración de los entusiastas del estatismo, después del fracaso de Chávez y de una eventual decepción de Correa.
Comparé estos países en corrupción, libertad económica e índice de desarrollo humano.
Corrupción
En los datos del Índice de percepciones de corrupción, se obtiene una primera sorpresa. En todos los años revisados (2001, 2006, 2007, 2010 y 2016), Chile es considerado el país menos corrupto de los cuatro, seguido por Colombia. Tanto Ecuador como Bolivia están en la parte baja. En 2006, año de la llegada al poder de Morales, Bolivia ocupaba el puesto 105 con un puntaje de 27. En 2007, llegada al poder de Correa, Ecuador ocupaba el puesto 150 con un puntaje de 21. Para 2016, Bolivia ocupaba el puesto 113 con un puntaje de 33 y Ecuador, el 120 con 31. Es decir, en ambos casos, han mejorado los puntajes, pero no se ve reflejado el optimismo de los entusiastas.
Ahora, puede ser que eso no sea lo importante.
Libertad económica
Este índice seguramente es lo que menos les importa a los admiradores de Correa, pero puede arrojar información importante para entender otras tendencias, incluida la de corrupción. Así como en el anterior, en este índice también Bolivia y Ecuador están muy por detrás de Chile (primer lugar) y Colombia. Es de aclarar que este orden, no comienza sino desde 2005 cuando Colombia comienza a mejorar sostenidamente su apertura. Por otro lado, la caída de Ecuador y Bolivia no es clara sino desde 2009. En casi todos los componentes se mantiene la misma tendencia, excepto en la de carga tributaria (tax burden), en la que Bolivia, incluso hasta hoy, se mantiene como el país más libre de los cuatro.
Así las cosas, este ámbito puede ser un motivo de admiración para los estatistas: al fin y al cabo, para ellos, es mejor una menor libertad económica y eso se ve reflejado en los datos tanto de Ecuador como de Bolivia.
Índice de Desarrollo Humano
Si los anteriores no, este es muy importante para los estatistas. Cuando uno critica los gobiernos del Siglo XXI, Cuba o semejantes, le responden con un romántico “pero al menos en esos países tienen educación y salud”. En la página del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo se encuentran los datos del IDH desde 1990 y hasta 2015.
Una primera observación parece darle –parcialmente– la razón a los entusiastas de los dictadores. Aunque Chile es, por mucho, el país con el mejor IDH desde 1990 y Bolivia se encuentra en el último lugar, Ecuador ocupa el segundo, por encima de Colombia. Lo que tendrían que explicar es cuál es la contribución de Correa, debido a que este resultado viene de mucho atrás a su gobierno.
Lo más interesante se encuentra cuando uno evalúa los avances hechos por los países. Desde 1990, el país que más ha incrementado su IDH ha sido Bolivia (cerca de un 26 % de mejora), seguido por Colombia (23 %) y en tercer lugar Chile (21 %). Ecuador solo ha tenido una mejora de un 14 %.
Pero esta mejor no nos dice nada de la contribución, de la mano maravillosa y mágica de líderes como Morales o Correa. Si se miran las mejoras desde 2006 (año de ascenso de Morales) y 2007 (año de Correa), el resultado es contundente: en ambos casos, el país que más ha mejorado su IDH en ese tiempo ha sido Colombia. No Bolivia. No Ecuador.
¿Entonces?
Sería muy interesante seguir mirando datos. De hecho, hay que seguir haciéndolo. Por espacio y por el objetivo de este escrito, con los anteriores es suficiente. Con lo visto, por lo menos, dos observaciones se deben hacer.
Primero, con métodos sofisticados o no de estadística, es indiscutible la existencia de una relación entre libertad económica y los resultados que tanto les gustan a los utilitaristas. Fíjense en el caso de Colombia: su proceso real de liberalización parece comenzar en 2005 y en tan poco tiempo tiene impactos positivos en IDH.
Segundo, por fuera de los datos está el tema de la hoy tan famosa posverdad. El uso de mentiras, del engaño, de la manipulación para avanzar intereses políticos viene de mucho tiempo atrás. De otra manera, no me explico cómo personas con estudios y acceso a medios de información –incluidas las redes sociales– admiran gobiernos que, con una superficial revisión de fuentes oficiales, no soportan un diagnóstico sobre las razones de tal admiración.
Los estatistas han hecho muy bien su trabajo de mercadeo. La gente les cree. Sin embargo, creer no es igual a ser verdad. Con la verdad no cuentan. Es nuestro trabajo como liberales enfrentar esas falsas ideas, no con pasiones, no con insultos, sino con evidencia.