Lo que más impresionó al pensador político francés Alexis de Tocqueville cuando visitó Estados Unidos en la década de los 1830 fue la inclinación de los americanos a crear asociaciones cívicas. Para Tocqueville, esta disposición era central en la adhesión americana a la democracia. En años recientes, científicos sociales han confirmado que la democracia tiene más probabilidades de triunfar en sociedades cívicamente comprometidas, y que la calidad del gobierno está relacionada con la participación cívica o su ausencia.
Más específicamente, las sociedades donde las personas tienden a confiar en los demás tienen democracias más robustas, economías más ricas, son más saludables y menos susceptibles a una variedad de problemas sociales. La confianza interpersonal, es decir, cuánto confiamos en los demás, es uno de los componentes de lo que los científicos llaman capital social. Nuestro conocimiento del capital social es primitivo, pero los estudios están comenzando a identificar la importancia crítica del capital social, en forma de una sociedad civil activa, en la consolidación de la democracia en países post-comunistas.
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En encuestas internacionales comparativas, la confianza interpersonal se calibra con preguntas como: “Generalmente hablando, ¿usted diría que se puede confiar en la mayoría de las personas, o que se debe ser muy cuidadoso tratando con las personas? Las posibles respuestas son: 1) Se puede confiar en la mayoría de las personas, o 2) Hay que ser muy cuidadoso tratando con otros.
De acuerdo a los expertos, si usted está leyendo esta columna de opinión usted es un individuo muy comprometido cívicamente. Entonces, ¿cómo respondería usted?
En las encuestas internacionales, los países del norte de Europa muestran generalmente los más altos niveles de confianza interpersonal. Estados Unidos también califica alto en confianza interpersonal, pero con una tendencia decreciente. La confianza interpersonal es baja en Medio Oriente, Latinoamérica y África. Nuestra comprensión actual del capital social apunta a tradiciones de activismo cívico independiente y asociación como la fuente principal de conexiones sociales que facilitan acciones colectivas.
En Estados Unidos, los grupos eclesiásticos constituyen la forma más común de organización social. Otras incluyen grupos de servicios escolares, clubes deportivos, sociedades profesionales, sindicatos, grupos fraternales, sociedades literarias, agrupaciones de veteranos, organizaciones cívicas y de servicios, y muchas más. La medida en que las personas creen en los demás y son capaces de cooperar fomenta la confianza interpersonal requerida para la cooperación política y económica. En la medida que nuestra participación social y cívica decrece, así lo hacen nuestras expectativas privadas. La democracia y el progreso económico requieren interacciones civiles.
En contraste, los gobiernos absolutistas promueven una dependencia pasiva del Estado, y prohíben esos tipos de organizaciones a favor de una única voz como la del Partido Comunista. Esas políticas erosionan la confianza interpersonal y el capital social y pueden ayudar a explicar muchos problemas sociales observados en sociedades absolutistas.
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Considerando las reformas económicas en un país políticamente oprimido como Cuba, es necesario entender que el progreso depende de la forma en que las instituciones políticas y económicas interactúan y el papel del capital social en esa interacción. Políticas basadas en el mercado son esenciales para el progreso, pero es la clase política y sus instituciones quien determina las políticas económicas.
Dicho de otra manera, las políticas económicas moldean los incentivos económicos, pero los compromisos políticos moldean las políticas económicas.
Lo que no se comprende bien es que los problemas económicos fluyen de la falta de derechos políticos y que el capital social es un conductor de esos procesos. La ausencia de participación cívica en sociedades absolutistas significa que no hay retroalimentación efectiva entre sociedad y gobernantes. Sin la retroalimentación posibilitada por derechos políticos, las reforma económicas no pueden generar progreso económico inclusivo, e inevitablemente degeneran en poder y riqueza concentrados.
Lo que necesitan las sociedades oprimidas es la restauración de los derechos políticos para promover la confianza interpersonal y el compromiso cívico.