EnglishLa intención del presidente electo Donald Trump de renegociar acuerdos comerciales, construir un muro en la frontera sur, y deportar masivamente inmigrantes ilegales, ha hecho convencional el criterio de que su administración tendrá una relación antagónica con Latinoamérica. Pero, de hecho, ahora existe una oportunidad excepcional para su administración de redefinir positivamente la relación de Estados Unidos con sus vecinos del sur.
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Durante casi sesenta años Estados Unidos intentó sin éxito redefinir su relación políticoeconómica con América Latina, fundamentalmente con la Alianza para el Progreso del Presidente John F Kennedy en 1961, y con el discurso del Presidente Ronald Reagan en 1982 ante la Organización de Estados Americanos anunciando su Iniciativa de la Cuenca del Caribe. Empíricamente esas políticas terminaron siendo no mucho más que éxitos de relaciones públicas de corta duración. En particular, la Alianza para el Progreso fue una suerte de respuesta fallida de EE. UU. a la revolución cubana.
Entre paréntesis, una evaluación de la Iniciativa de la Cuenca del Caribe fue el tema de mi disertación doctoral en 1988 sobre la formulación de la política económica exterior de EE. UU.
Desde comienzos de los 1960, trabajando intelectualmente contra los esfuerzos políticos del país norteamericano en América Latina, estaban los discípulos de la “teoría de la dependencia” que culpaba al “imperialismo” de Estados Unidos de todos los males del continente.
El libro Dependencia y Desarrollo en América Latina, escrito en 1965 por los sociólogos Fernando Enrique Cardoso y Enzo Faletto, se convirtió en el texto teórico de la Izquierda para el desarrollo económico. El libro era lectura obligatoria en las universidades latinoamericanas. Un Cardoso más sabio fue posteriormente Presidente de Brasil (1995-2002) y reconoció lo poco que sabía sobre economía cuando escribió Dependencia y Desarrollo.
Pero, más importante, fue la revolución cubana y una imagen de Robin Hood de Fidel Castro y su voluntad de confrontar a Estados Unidos, lo que dio contexto práctico a la postura antiyanki de América Latina inspirada por la teoría de la dependencia.
Desde 1959 Fidel Castro fue no solo inspiración para la izquierda latinoamericana, sino su líder continental de facto. Con su muerte la izquierda latinoamericana perdió su campeón. Y con el abismal fracaso de su modelo económico la izquierda latinoamericana perdió también su rumbo estratégico.
No hay nadie hoy en América Latina con carisma y credenciales revolucionarias para reemplazar a Fidel Castro en el papel que jugó en el continente. Y el fracaso universal de los modelos de economía planificada centralizada deja a la región sin un paradigma políticoeconómico viable.
Esta confluencia de eventos presenta en Estados Unidos la mejor oportunidad en sesenta años para redefinir positivamente su relación con el hemisferio sobre valores de gobernanza democrática, gobierno limitado, y mercados libres.
La política de EE. UU. hacia América Latina se ha movido históricamente de la negligencia a la participación paternalista. La administración entrante entiende que una América Latina emprendedora, próspera y orientada al libre mercado responde al interés de Estados Unidos en múltiples frentes: limita la influencia en la región de poderes hostiles como Irán y Rusia; comienza a afrontar las causas económicas en la raíz del problema migratorio; amplía los mercados y oportunidades para compañías americanas; y promueve gobiernos democráticos.
El presidente electo Trump reconoce que no necesariamente coinciden siempre los intereses nacionales de EE. UU. y Latinoamérica. Y ninguna nación, sea Estados Unidos o cualquier otra de América Latina, debería culparse por defender sus intereses nacionales. Los retos fundamentales de seguridad para EE. UU. en el hemisferio no son militares ni económicos; son retos incrustados en una fracasada ideología de colectivismo hostil que ahora puede ser arrancada de raíz.
Entender esto abre las puertas al diseño de políticas creativas que reconozcan que una relación productiva no es siempre una relación feliz. Con Fidel Castro muerto, y su ideología económica desacreditada, la administración Trump tiene una oportunidad de sacar a Latinoamérica del campo colectivista. Para ello necesita implementar políticas que permitan a los latinoamericanos percibir que resulta en su mejor interés escoger el lado de la innovación, emprendimiento y mercados libres. Que resulta, evidentemente, el lado de la prosperidad y la libertad.