El llanto de las sabandijas, el chillido de las ratas, el grito de dolor de las hienas, la tristeza de los pusilánimes, el silencio de los cobardes y la ponderación de los miserables gritan que ha muerto un gran tirano. El dolor del resentimiento envidioso sobredimensiona al personaje. Ha muerto un miserable dictador folclórico en una paupérrima isla cuyos pobladores pagaron con su miseria desesperanzada la megalomanía del folclórico tirano que fue Fidel Castro. Lo sobrevive un mito gigante porque el socialismo se especializa en negar la realidad.
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Cuba padeció antes del castrismo desordenes, dictaduras y conflictos políticos, sociales e incluso raciales. Batista fue un dictador cruel, corrupto y ridículo. Un pequeño criminal al mando de un país que merecía más. Nadie lo recordaría, de no ser porque Castro lo derrocó, para instaurar la más prolongada dictadura de la historia hispanoamericana. Tanto en crueldad como en ridiculez y megalomanía, Trujillo o Duvalier excedían al sargento Baptista. Y Castro a todos juntos. Ese pequeño y miserable accidente de la historia que fue Batista es recordado como el más terrible de los dictadores consulares porque la propaganda castrista así lo requiere. Es su primera gran mentira.
Comparaciones insoportables
Pero Cuba fue antes de Castro uno de los países más prósperos de Hispanoamérica. Junto con Venezuela y Argentina, para los años 50 del pasado siglo atraía muchos inmigrantes. Únicamente los EE.UU. atraían más. Explica el economista Miguel Anxo Bastos Boubeta, que no hay una definición objetiva de en qué consiste ser un mejor país. La única valoración posible es la que se da a través de la preferencia relevada. Donde quiere realmente vivir la gente. Y el resultado es, de un lado huidas en balsa y del otro, peleas por entrar.
Porque tras décadas de hegemonía de las ideas que encarnó Fidel Castro, nadie entre los que se empeñan en adorarlo, quiere emigrar a Cuba, ni a su tardía sucursal de Venezuela, ni a su hasta hace nada, moderadamente cercana Argentina –excepto quienes viven en Cuba o Venezuela– y los EE.UU. es el gran sueño de inmigrantes legales e ilegales.
Los que no están dispuestos a emigrar a esa Cuba que se empeñan en presentar como ideal son loros repitiendo mentiras. Pero: ¿Por qué un pequeño dictador folclórico es sobredimensionado por la propaganda hasta la escala de un Stalin? ¿Por qué la pequeña bestia sangrienta es adorada por infinidad de imbéciles en el mundo, y millones de idiotas latinoamericanos?
El mito del buen salvaje
La respuesta la dio Carlos Rangel. Fidel Castro combino la magnífica maquina internacional de propaganda que hizo de un genocida como Stalin “el padre de los pueblos” por el que lloraron millones, con la necesidad del resentimiento latinoamericano por no asumir la culpa del fracaso de Hispanoamérica ante el insoportable éxito yankee. Castro es la encarnación de los mitos de una resentida intelectualidad hispanoamericana dispuesta a comulgar con ruedas de molina bañadas en sangre inocente. Poco les importó que Castro transformara a Cuba en una colonia soviética, de hecho lo alabaron por colocar una colonia soviética en las narices de los EE.UU. y a eso lo llamaron “independencia y soberanía”.
Castro hundió a Cuba en la miseria material y moral. Toda la propaganda sobre los supuestos éxitos en la salud, educación y vivienda es una serie de mentiras evidentes. La calidad de la salud es pésima, la educación peor, las viviendas se caen sobre sus habitantes matándolos literalmente. Las desigualdades entre los miembros de la nomenclatura con los acomodados del mercado negro y el cubano común son abismales. El país más alfabetizado es el más jineterizado del continente. La educación secundaria y universitaria es de pésima calidad, ya ni es eficaz en adoctrinamiento, pero son profesores los más exitosos chulos de adolescentes prostitutas. La miseria, la desesperanza, la prostitución y el saqueo mal disimulado son el resultado real y tangible del castrismo. Destrucción material y moral es todo el legado de Castro a su país y al mundo. Todo lo que se dirá en defensa de Fidel y su revolución es mentira, capa tras capa de propaganda caerá en la lenta agonía del mito hasta también muera y sea sepultado bajo la última y definitiva mentira.
El último de los bolcheviques
Pero las sabandijas lloran, las ratas chillan y las hienas gritan su desesperación. Su profundo dolor por la desaparición de su glorioso comandante. Es normal que los miembros de una banda de criminales y sus cómplices lloren la partida de su líder. Tampoco es extraordinario que los idiotas útiles repitan las mentiras de la propaganda en el mundo. Idénticos idiotas defendían a Stalin negando sus crímenes, para luego excusarlos al verse obligados a admitirlos, y terminar diciendo que “no fue socialismo”. Es el triste destino de sus tiranos. Llega el nuevo sátrapa deslumbrante de novedad revolucionaria y los socialistas del mundo empiezan con la adoración, para pasar muy tardía y reluctantemente a admitir sus crímenes que primero justificarán, para terminar declarado que “no fue socialismo”.
Castro fue el último de los marxistas leninistas en instaurar una revolución socialista por sus propios medios. La última revolución del comunismo en el siglo XX. Por eso excusaron sus crímenes, sobredimensionaron sus dudosos éxitos y lo transformaron en leyenda viviente. En una Hispanoamérica empeñada en autodenominarse Latinoamérica, encarno la ilusoria revancha de los resentidos por el éxito de los EE.UU. ante el fracaso propio. Los idiotas transformaron al criminal en héroe y leyenda.
El epitafio final
La leyenda poco a poco se desvanecerá, las estatuas eventualmente caerán y Castro ocupará su lugar entre quienes en nombre del socialismo esclavizaron a sus propios pueblos. Al desaparecer el mito, emergerá el empequeñecido y folclórico Stalin Caribeño. Los que hoy lo lloran y alaban, en un par de décadas apenas intentaran excusarlo y finalmente dirán: “no fue socialismo”. Será la última, y la mayor de las mentiras sobre Fidel y su revolución. Su epitafio final.