Carlos Alvarado es un presidente mediocre, ineficaz, endeble y bribón, pero fue electo democráticamente. La mayoría del pueblo costarricense votó por él, no ha socavado las instituciones y no ha concentrado el poder en torno a un solo partido o persona. Por ende, Alvarado no es un dictador (y no está cerca de serlo).
Dicho esto, con su política ineficiente se ha encargado de que muchos abracemos una noción: no más. No más gobiernos del PAC y tampoco de los partidos tradicionales.
En esta encrucijada nace una pregunta peligrosa: “¿qué nos queda?”. Es aquí donde los socialistas frotan sus manos. Salivan. Saben que están cerca de lograrlo.
Casi nunca hablo sobre la política de mi país para evitar divisiones familiares. Sin embargo, los acontecimientos de los últimos meses han encendido todas mis alarmas y he decidido permitirme una columna para comentar lo que veo.
Todas las sociedades cambian de manera constante. Algunas para bien, otras para mal. Yo no sé qué pasó con Costa Rica, pero este no es el país en el que crecí y está lejos de convertirse en una versión antagónica al hervidero de corrupción que ha sido hasta hoy.
En una conversación con mis amigos hubo un comentario que me conmocionó: “el aumento de la delincuencia es un hecho, y no van a poder detenerlo. Mucho nos había durado la estabilidad en Costa Rica”.
¿De verdad nos estamos resignando los costarricenses a entregarle el país a los narcotraficantes y corruptos? Si la respuesta es afirmativa, puedo decirlo claramente: no reconozco este país.
A quienes no son costarricenses – mayoría de la audiencia del PanAm Post– me permito explicarles brevemente lo que somos.
Costa Rica no es una isla (aunque Fox News diga que sí). Somos un país continental ubicado entre Nicaragua y Panamá. El ejército fue abolido en 1948. Desde entonces nuestro terruño es llamado “la Suiza centroamericana”. Tenemos una república presidencialista, con un parlamento al que asisten 57 diputados. Somos 5 millones de habitantes y tenemos un presidente mediocre y altanero.
El partido gobernante se llama Acción Ciudadana (PAC), de centro izquierda. Llegó a las elecciones de 2014 como una alternativa “sana” a los gobiernos de los dos partidos tradicionales (Liberación Nacional y Unidad Social Cristiana). Con la promesa de ser un presidente distinto, Luis Guillermo Solís se hizo con el poder y emprendió con ahínco la destrucción del país.
Nos dejó con el peor déficit de la historia, la inseguridad se disparó, el narcotráfico penetró como nunca e implicó a los tres poderes del Estado en el peor caso de corrupción del que se tenga memoria (el llamado “Cementazo”).
Algo estaba claro para 2017: el PAC no podía continuar, pero una abrumadora mayoría se resistía a volver al PLN o al PUSC. En ese momento, el matrimonio igualitario y la normativa técnica del aborto dividió al país. Las opciones para la segunda ronda fueron un cantante cristiano con ínfulas de político y un joven exministro de Solís que daría continuidad al corrupto gobierno de su maestro.
El pueblo se sintió acorralado. En segunda ronda ganó el PAC. Fue así como Carlos Alvarado llegó a la presidencia: pactando un gobierno de unidad con socialistas y conservadores.
Validos de su imagen amigable, diversos sectores pensaron que podrían doblegarlo según sus intereses, y así fue. Comenzaron las huelgas. Los sindicatos paralizaron el país. Los estudiantes salieron a las calles a protestar por la implementación de baños neutros en los colegios, pidieron la renuncia del ministro de educación y para cuando nos dimos cuenta había quienes pedían la renuncia del presidente y hasta su cabeza.
Sin esperarlo, apareció el video de un grupo armado denominado Frente 7 de Julio que pedían a los costarricenses alzarse en armas contra el gobierno.
Ante las presiones sindicales y estudiantiles, el débil presidente cedió. Legitimó a sectores violentos y desorganizados de la sociedad y les dio lo que querían. Habiendo logrado su cometido los unos, los otros decidieron implementar la misma fórmula: huelgas, pliegos petitorios y negociaciones con un gobierno debilitado.
Así llegamos al 25 de julio de 2019, cuando el presidente explotó en un acto cívico en la provincia de Guanacaste.
Las burlas no se hicieron esperar. Ya nadie tomaba en serio al presidente.
El sábado 27 de julio a las 11:30 PM. un par de vándalos (o terroristas) dejaron un artefacto explosivo afuera de Teletica (el canal más importante de Costa Rica). El atentado únicamente dañó un ventanal, pero permitió a muchos sacar conclusiones desalentadoras.
En medio del desastre, una voz coherente se alzó desde el púlpito de la Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles durante la misa del 2 de agosto a la que asistió el mandatario.
El obispo de Tilarán, monseñor Manuel Salazar, recordó cuál es el verdadero problema de Costa Rica.
“Lo que debemos tener claro: ¡Es que el único verdadero enemigo y adversario de todos los costarricenses es el egoísmo humano, el querer enriquecerse cada vez más, sin importarle el prójimo y pelear por algunos asuntos gremiales sin importarle el resto de la sociedad! En un país donde hay pocos ricos, cada vez más ricos y muchos pobres cada vez más pobres, no hay justicia social y por lo tanto no habrá paz social, desgraciadamente (…) ¡O negociamos como hermanos, o estamos sembrando la semilla nefasta de la violencia y de la dictadura! Unidos somos fuertes, divididos somos débiles. ¡O nos unimos o nos hundimos! (…) Las políticas comunistas, marxistas y leninistas son trasnochadas”, aseguró.
El mensaje del obispo parece prever lo que está por llegar: un nuevo ascenso del Partido Frente Amplio (perteneciente al Foro de São Paulo) que ya vivió una ola de popularidad durante las elecciones de 2014, cuando José María Villalta aparecía en algunas encuestas como segundo en el orden de preferencias –en respuesta a los escándalos de algunos funcionarios de la última administración liberacionista–. Villalta, que de ser un diputado solitario en la Asamblea Legislativa se convirtió en una verdadera amenaza para los partidos gobernantes, logró multiplicar por diez su presencia en el parlamento.
Hoy Villalta es nuevamente un diputado solitario, pero su partido está listo para capitalizar el descontento social para las próximas elecciones.
Desde hoy puedo escuchar esas voces necias que dirán: “nosotros no somos Venezuela, no nos va a pasar lo de Nicaragua”. Podemos advertir, gritar e insistir, pero no seremos escuchados. Quienes hemos cubierto la debacle provocada por el socialismo en América Latina sabemos bien que el proyecto del Foro de São Paulo es de vocación expansionista. Costa Rica, pese a ser un país pequeño, será bienvenido al club de los sádicos con beneplácito si estos últimos llegan al poder.