En muchos países y en diversas circunstancias, evadir impuestos es un acto de legítima defensa. Los paraísos fiscales existen porque buena parte de los países del mundo han sido convertidos en “infiernos fiscales” por políticos estatistas empeñados en hacer “justicia social” y “redistribución del ingreso” con el dinero ajeno. Eso no impide que sean esos mismos políticos estatistas quienes encabezan la lista de los propietarios de las famosas empresas “offshore” creadas para eludir o evadir impuestos. Para eso son las “offshore”, lo demás son subterfugios.
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En el Libro V de La Riqueza de las Naciones, después de discutir sobre las funciones y gastos del Gobierno, Adam Smith encara el problema de su financiación. Examina, en primer lugar, la posibilidad de que el Gobierno –el Soberano, como dice Smith– derive sus ingresos del ejercicio de actividades mercantiles, para concluir tajantemente que “no existen dos caracteres más incompatibles que el de Soberano y el de comerciante” y que el capital y las tierras pertenecientes al estado son “fuentes de renta impropias” para enjugar los gastos del Gobierno, razón por la cual “no queda otro remedio (…) que recurrir a los impuestos de una u otra naturaleza”.
Los impuestos son pues el mal menor. Para evitar que fueran en exceso perjudiciales, dejó Smith a la posteridad los cuatro principios de una buena tributación que desde entonces han repetido todos los tratadistas de la materia sin añadir nada de fondo, pero que han sido olvidados casi completamente por los políticos y sus asambleas legislativas donde se decretan los impuestos. También se ha olvidado la sabia advertencia de Smith:
Un impuesto excesivo constituye un poderoso estímulo a la evasión, por lo cual las penalidades a los contraventores crecen proporcionalmente a la tentación que la ocasiona. La ley, contrariamente a los principios de justicia, suscita, primero, la tentación de infringirla y, después castiga a quien la viola…
Y si al impuesto excesivo se añade la corrupción y el gasto exagerado, queda completo el dispositivo que induce a la evasión. Smith, una vez más:
En todos aquellos países donde hay un Gobierno corrompido, y donde existe la sospecha de que se incurre en grandes dispendios y se dispone en forma indebida de los ingresos públicos, es muy frecuente que se respeten muy poco las leyes que protegen las contribuciones.
Bryan O´Connor es un canadiense, repartidor de pizzas en Toronto por allá en los años 70. Bryan llevaba siempre una pequeña libreta en la que religiosamente anotaba todas las propinas que recibía en su trabajo para, decía, no correr el riesgo de omitir ni un centavo recibido en su declaración de impuestos. Nunca he conocido a nadie más como Bryan. Creo que él y probablemente el rigorista Immanuel Kant son en la historia de la humanidad las únicas personas que pagaron voluntariamente la totalidad de sus impuestos. De Bryan estoy seguro.
Tampoco creo que Jesucristo cuando, respondiendo a los fariseos sobre el pago de los impuestos, dijo aquello de “dar al César lo que es del César” fuese completamente sincero. A fin de cuentas, el hombre, después de abandonar el honorable trabajo de la carpintería, no tuvo al parecer ocupación alguna que generara un ingreso que pudiera ser gravado. Probablemente por ello fue derrotado en la célebre votación en que compitiera con Barrabás, quien –ese sí, armas en mano– se rebelara contra los ominosos tributos de la Roma Imperial.
Desde la antigüedad los pueblos se han rebelado contra los tributos. Las provincias romanas se levantaban frecuentemente contra las depredaciones fiscales y los atropellos de sus gobernantes. Las guerras campesinas de Alemania, de las que Federico Engels, el compadre de Marx, ha dejado un vívido relato, fueron rebeliones fiscales.
En fin, la revolución francesa se inició como un levantamiento de los estados generales contra los impuestos y por un Gobierno barato. Curiosamente el siglo XX, que vio crecer vertiginosamente el tamaño de los Gobiernos y los impuestos, estuvo libre de revueltas y rebeliones fiscales. Y no precisamente porque todos los contribuyentes se comporten como Bryan O’Connor.
#PanamaPapers: ¿y los Gobiernos modernos?
Los Gobiernos modernos, aunque no menos voraces que los del pasado, son más atemperados y han renunciado a las prácticas más ominosas para el cobro de los impuestos: el asesinato y la tortura. Sin embargo, no son pocos los que castigan con penas de cárcel la evasión sin que esto le parezca escandaloso a la opinión mayoritaria. Este es el caso de México, Chile y Perú, los socios de Colombia en la Alianza del Pacífico, cuyo vergonzoso ejemplo propuso el Gobierno colombiano imitar en la pasada reforma tributaria.
De dientes para afuera, los economistas adoradores del Leviatán, los políticos y los politólogos que les sirven, los periodistas, los abogados tributaristas y, en general, la opinión pública mayoritaria, todos ven al evasor como un criminal y al Gobierno que lo persigue y castiga como el defensor de la sociedad, sin que importe cuan corrupto y abusivo sea. In illo témpore, el evasor era visto como un héroe que se enfrentaba a un Estado ladrón. La inversión de valores de nuestra época tiene un trasfondo de hipocresía que nadie puede negar.
En casi todos los países, las asambleas legislativas que votan los impuestos están integradas en su mayoría por políticos profesionales interesados en conservar, concediéndoles beneficios especiales, los votos de grupos particulares y el soporte de las gentes acaudaladas que contribuyen a sus campañas. Los grupos de interés y sus operadores políticos están dispuestos a reconocerse beneficios los unos a los otros con la esperanza de que serán las arcas generales del Estado las que sufraguen los costos.
Todo es un regateo de intereses de cruzados que lleva a regímenes fiscales casuísticos y enmarañados, totalmente alejados de los predicamentos de solidaridad, equidad y eficiencia que no son en definitiva más que la tapadera de intereses particulares. Los economistas, abogados, tributaristas y demás técnicos que asesoran a los Gobiernos en el diseño de las reformas tributarias estructurales –que se anuncian periódicamente pero que nunca llegan–, suelen ser también los asesores de las empresas y personas acaudaladas que buscan reducir su tasa efectiva de tributación.
La clase media se defiende con la subfacturación o la no-facturación e inventándose pasivos y gastos en sus declaraciones de impuestos. Los más pobres, a los que usualmente solo alcanza la tributación indirecta, se unen a las protestas ruidosas de los funcionarios públicos que viven de los impuestos y reciben siempre el apoyo de los políticos que compiten por sus votos. Ese es el fondo común de eso que llaman el Estado, donde todos quieren sacar mucho y aportar poco. Pero eso sí, todos a una contra la evasión.
Los Gobiernos del mundo entero –en su incesante lucha contra el problema de la evasión creado por ellos mismos con su voracidad fiscal y su indecoroso desempeño–, decidieron conformar una coalición internacional contra los llamados “paraísos fiscales”, donde los mismos integrantes de esos Gobiernos buscan refugio para sus fortunas bien o mal habidas.
La Santa Alianza del reaccionario Guizot y la Internacional Comunista del revolucionario Marx, son los antecedentes de esta nueva y tenebrosa internacional estatista que amenaza la movilidad de los capitales y la libertad individual. Pero, porque supuestamente lo de las “offshore” es un asunto de los ricos, todo mundo aplaude en una expresión universal de envidia e hipocresía.
El problema de la evasión nacional e internacional no se resuelve con la creación de una policía fiscal universal. Gobiernos pequeños, moderados, austeros y sistemas tributarios sencillos y ajustados a las cuatro reglas de Smith son el mejor antídoto contra la evasión. Pero en el estado actual de la opinión pública dominante que acepta y reclama –como diría Walter Lippman– un Estado grande que administre sus asuntos en lugar de un Estado que imparta justicia entre hombres libres que administran sus propios asuntos, resulta por lo menos anacrónico invocar al viejo y sabio Smith.