Esta semana el Instituto Cato presentó un panel sobre los Orígenes marxistas de la legislación políticamente correcta y el discurso de odio. Patricipó la doctora en filosofía Christina Hoff Sommers, quien se enfoca en la reducción de la libertad de expresión a nivel universitario y el periodista danés Flemming Rose.
El activismo de Rose por la libertad de expresión comenzó con la ola de caricaturas sobre el profeta Mahoma en la prensa danesa (que se estima derivó en 200 muertes, sumando los ataques sobre diplomáticos y cristianos en múltiples países islámicos como parte de una campaña de repudio a la blasfemia).
Legislación
De ahí surge su preocupación respecto a cómo lo que decimos puede desencadenar en violencia física, incluso sancionada por la ley. Remarca como fecha de inicio de políticas de censura a 1965, cuando el artículo 20 párrafo 2 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos establece que “Toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituya incitación a la discriminación, la hostilidad o la violencia estará prohibida por la ley”. Esta disposición fue apoyada por los bloques socialistas y rechazada por las democracias liberales.
En 1966, el Código Penal Soviético incorporó en el artículo 190-1:
“La difusión sistemática, oralmente, de fabricaciones deliberadas que desacrediten el sistema político y social soviético o el fabricante o diseminación en obras escritas, impresas u otras obras del mismo contenido, será castigada”.
Con el tiempo, la tendencia se revirtió. En naciones que habían previamente repudiado esta censura, como Turquía, ahora los “ataques verbales” contra la religión son criminalizados. Asimismo en Francia, luego de los atentados contra las Torres Gemelas, un dibujante francés fue procesado por caricaturizar el ataque como fundamentalismo islámico.
También ahí sucedió el caso de Charlie Hebdo —revista francesa de sátira— que perdió a varios de sus empleados luego de un tiroteo en respuesta a una publicación que se burlaba del máximo profeta del Islam. Es decir, equiparar palabras a agresiones físicas luego resultan en el daño físico e incluso en la muerte de quienes dicen algo considerado ofensivo.
Origen
Los panelistas resaltan a esta normativa como una herramienta para el totalitarismo marxista, ya que las personas deben ser condicionadas para aceptar y promover medidas económicas y políticas que restringen sus deseos y aspiraciones individuales, en pos del colectivismo.
En 1851, Marx estuvo en Londres, durante la Gran Exhibición en el Crystal Palace donde se expuso todo tipo de artefactos de innovación, industrialización y de cómo vivía la burguesía. Al creador del socialismo científico este espectáculo le horrorizó. De ahí surge el término del fetichismo de las comodidades y su hipótesis del inminente colapso del orden burgués.
Del marxismo al posmodernismo
Para contribuir a dicho colapso, académicos de la época forjaron la Escuela de Fráncfort para sembrar el marxismo en el campo académico y cultural en naciones industrializadas, para así cosecharlo en el campo político y económico, ya que hasta entonces solo operaba en sociedades agrarias y el fin del comunismo es desmontar el capitalismo.
En la década de 1930 muchos de los teóricos de la Escuela de Fráncfort que huyeron de Alemania se radicaron en EE. UU. Experimentaban un odio enfermizo contra la comodidad, los lujos y la innovación. Por ejemplo, el filósofo Theodor Adorno se indignó tanto cuando escuchó música Jazz como cuando fue a Disneylandia.
Incluso Jean Paul Sartre, un filósofo por la libertad, fue apologista del stalinismo y el maoísmo por su desprecio a la burguesía. Flemming Rose sostiene que entre los filósofos franceses predominaba la corriente de Sartre en contraposición a Camus.
Sin embargo, comenta Rose cómo la influencia de la obra Archipelago Gulag, de Alexander Solzhenitsyn, llevó a filósofos como André Glucksman a pasar de ser maoístas a fervientes críticos del socialismo, tanto en su versión internacionalista (comunista) como nacionalista (nazi).
Pues en ambos totalitarismos encontraron campañas sanitarias, llamaban “limpieza” a la exterminación de quien consideraban indeseable. Al propio Solzhenitsyn, siendo soldado soviético, le enviaron a un campo de labor forzado, gulag, porque al haber sido prisionero de guerra estaba “contaminado” por Occidente. La crítica del régimen logró que el autor vaya a prisión y luego sea deportado, por las legislaciones de censura vigentes.
Interseccionalidad
Pero entre los filósofos que se negaban a ver los abusos del socialismo, surgieron teorías como la “interseccionalidad”, que alude a la vinculación de supuestas formas de discriminación colectiva como sexismo, racismo, clasismo y “edadismo”, que no se abordan como problemas separados sino entrelazados.
El origen de esta teoría está situado en los teóricos críticos y neomarxistas como Horkheimer sobre las “circunstancias críticas que esclavizan” y tiene como propósito “desenmascarar la burguesía capitalista”; mientras que Patricia Phil Collins es la principal arquitecta del concepto de interseccionalidad, exacerbando el factor del género.
Así, cuando Sandra Day O’Connor fue nominada como jueza de la Corte Suprema, activistas feministas como Bell Hookes, sostenían que perpetuaba la estructura de dominación, pues ejercía poder junto a los hombres (la clase dominante).
Este año, en la universidad Reed, un grupo de estudiantes se manifestó contra la clase de una ayudante de cátedra, Lucia Martinez Valdivia, que se identifica como mestiza y queer (no conforme con los géneros binarios) porque enseñaba sobre la poetisa Safo, de la Antigua Grecia, y quien era considerada “eurocéntrica”, no lo suficientemente “interseccional”.
Educación y adoctrinamiento
De acuerdo con el autor Andrew Sullivan, estos movimientos son equiparables a una secta puritana: tiene leyes de blasfemia, obsesión con los pecadores, condena de acuerdo a la demografía, la vida es sufrimiento y una maldición; lo único que falta es la salvación. Silencian el discurso, prohíben el debate. No son el efecto secundario de la interseccionalidad, sino que son el objetivo.
Esta ideología se expandió a tal punto que existe una aplicación para celular —creada por un profesor— donde los estudiantes pueden denunciar “microagresiones”, o sea, cuando alguien dice algo que les ofende o consideran que es políticamente incorrecto.
Mujer obrera
Pese a la supuesta lucha por la clase obrera que pregona el marxismo, la interseccionalidad no es un movimiento obrero. Mientras más de élite es la universidad, más interseccionalidad habrá. Explica Hoff Sommers que la interseccionalidad requiere un lenguaje arcano. Para imponerlo, es necesario anular la capacidad de ver lo que la persona está experimentando (Fleming, que estudió en la Unión Soviética, comenta que sus compañeros comunistas también negaban lo que veían a su alrededor).
Por ello, en el caso de las mujeres universitarias de EE.U U. no perciben ni valoran las libertades e incluso los lujos que gozan, y, por el contrario, se sienten oprimidas. No pueden verlo porque aprenden en la academia que son dominadas, pese al privilegio de una educación de primera.
De la censura al totalitarismo
En rechazo a esta supuesta opresión es que surje tanto el resentimiento como el odio de clases. Flemming Rose sostiene que “es una nueva utopía”, y que “están obsesionados con eliminar el odio para que llegue la nueva paz” y como no hay una definición sobre lo que constituye el odio, es difícil lidiar con este concepto en el área de la jurisprudencia.
Durante el periodo Weimar en Alemania, menciona, había delitos de odio y era criminalizado. Incluso Geobells fue sancionado, al igual que revistas nazis. No sirvió de nada. Poco después se desencadenó el nazismo.
Es decir, contrario a lo que pregonan los guerreros de la justicia social, que llaman fascista a quien defiende la libertad de expresión por decir algo que consideran ofensivo, la censura del discurso no impide el auge del fascismo, sino que —como muestra la historia— es la antesala del totalitarismo.