El Gobierno argentino implementó el impuesto a la renta financiera y nuevamente se abrió el debate sobre la presión fiscal y el control agobiante de un Estado que no para de crecer. Según la nueva normativa, el gravamen se fija en un 5% para inversiones en pesos sobre el mínimo no imponible de 67 mil (1.700 dólares). A partir de ese importe se incrementa a un 15% sobre el excedente.
La nueva reforma tributaria que entra en vigencia tiene otras “perlitas” que tienen que ver con varios ingresos que también comenzarán a pagar impuestos a las ganancias: alquileres y arrendamientos en el territorio nacional, intereses provenientes de depósitos bancarios, dividendos de sociedades constituidas en el país, regalías, desarrollo de actividades civiles, agropecuarias y un extenso etcétera.
Las medidas generaron indignación total en los economistas liberales, que día a día recrudecen sus críticas a la gestión de Mauricio Macri y compañía. Agustín Etchebarne manifestó que Argentina está ante un nuevo “robo legal” y resaltó que “definitivamente” el actual Gobierno es “kirchnerismo con buenos modales”, frase que acuñó su colega y posible candidato presidencial José Luis Espert.
“Este año el tipo de cambio subió 100%. Si el primer día compraste dólares y los vendes hoy, no ganaste ni un solo dólar, pero te cobran impuesto como si lo hubieras duplicado. Ladrones”, dijo Etchebarne.
Por su parte, Miguel Boggiano denominó al impuesto a la renta financiera como una “estupidez matemática”. “Representa el 0,3% de los ingresos de la AFIP y hace que a la Argentina le sea mucho más difícil que le presten. Cuando se nace idiota…”.
La continua pérdida del valor adquisitivo de la moneda, la inflación que no da tregua y la presión fiscal agobiante, que en lugar de retroceder avanza sin cuartel, hicieron que muchos votantes de Cambiemos se hagan la pregunta más incómoda. ¿Se puede estar finalmente ante un gobierno peor que el de Cristina Fernández?
La pregunta no tiene una respuesta sencilla. Por un lado, ya es incuestionable que los indicadores actuales, así como el nivel de deuda, son peores que en diciembre de 2015. La cuenta que más deja en evidencia el problema argentino también arroja un resultado negativo si comparamos la actualidad con los momentos del kirchnerismo: antes, por cada 20 personas que recibían recursos públicos habían 8 aportantes activos del sector privado. Ahora la relación es 8/22. La bomba de tiempo es indiscutible.
Si bien el macrismo, a tres años de Gobierno, ya no es inocente, lo cierto es que la decadencia actual está relacionada con la política de “emparchar” el modelo heredado del kirchnerismo. Si la exmandataria hubiese seguido al mando, de haber persistido en la senda populista, los resultados no serían muy diferentes.
Si hay una responsabilidad clara que tiene Cambiemos, es el hecho de no haber generado las reformas necesarias como para cambiar el rumbo. Para el oficialismo no hay suficiente poder político como para hacerlo. Pero lo cierto es que el desgaste y los fracasos van mermando cada día más las posibilidades de patear el tablero y emprender un camino diferente.
Lo que no hay que dejar de tener presente es el proyecto autoritario que tenía Cristina Fernández, que definitivamente no tiene el actual Gobierno. Pero también es cierto que si Cambiemos no va a las reformas, el default está a la vuelta de la esquina. Puede que no sea el año próximo pero en 2020 o 2021 es una posibilidad concreta.
Sea de la mano del actual oficialismo o de una nueva versión peronista, Argentina necesita un cambio de rumbo concreto: reducción del Estado, reforma impositiva y modificaciones importantes en la legislación laboral. Si algo enseñó la crisis de 2001/2002 que la salida puede llegar a ser un largo proceso sombrío y que se puede extender por más de una década.