Fue el escándalo de ayer en la televisión argentina. La “chica del tiempo” Sol Pérez se cruzó fuertemente con el economista Javier Milei y decidió retirarse del estudio. Dijo que se sintió agredida y que le faltaron el respeto. Se vivió un momento tenso que a los pocos minutos viralizó en todas las redes sociales. Esta mañana el enfrentamiento “Sol Pérez-Milei” ya estaba replicado en varios portales y las visitas a los videos superaban las cientos de miles.
Pero más allá de la anécdota y del atractivo que genera en el público las peleas registradas en cámara, la discusión de ayer dejó algunas cuestiones para analizar. Lamentablemente, en Argentina impera una cultura estatista que explica todos los problemas que tiene el país. Esto permite comprender como se puede pasar durante 12 años por un experimento colectivista, que ha dejado pésimos resultados, para luego hacer solamente un cambio cosmético y de formas. Aunque los Kirchner ya no son Gobierno, los funcionarios actuales (o mejor dicho los pocos de ellos que comprenden cuestiones básicas como la restricción presupuestaria o la ley de oferta y demanda) consideran que no se debe cuestionar la vaca sagrada del Estado. Sería un suicido electoral.
Pero el daño cultural en Argentina es tan serio que no solamente se ignoran los resultados de las políticas estatistas, en las que se cree como un acto de fe. Tampoco se percibe por completo de dónde salen los recursos y cómo se financian las iniciativas gubernamentales. Incluso los que pueden asociar esto con el cobro de impuestos desconocen por completo como la presión impositiva impacta en la vida de cada uno (sobre todo en los que menos tienen), en el desempleo y la decadencia que aqueja el país. Se ignora la implicancia de la deuda, se subestima lo que se hace con el dinero que obtiene de la misma y se le da la espalda a la búsqueda de la eficiencia a la hora de utilizar los recursos públicos.
Inclusive los que están de acuerdo en financiar con recursos fiscales aspectos como la educación o la salud desprecian por completo cualquier estrategia de asignación eficiente de recursos. El kirchnerismo dejó la experiencia del mayor porcentual del PIB dedicado a la educación, pero también los peores resultados educativos de la historia.
Lo que ocurrió ayer en la televisión fue un choque entre dos mundos. Por un lado, una joven que se hizo famosa luego de anunciar el servicio meteorológico en un canal deportivo. Por el otro, el economista Javier Milei, que más allá de lo que se le pueda echar en cara, comprende al detalle la inviabilidad y las consecuencias del accionar gubernamental argentino. Sol Pérez es un emergente cultural de la Argentina de hoy y seguramente tenga buenas intenciones. Pero, lamentablemente, desconoce los incentivos, implicancias y consecuencias de las políticas públicas que ella misma defiende. No es la única. La gran mayoría de los argentinos piensa y procesa exactamente de la misma manera. Son hijos de la misma “matrix”. Por algo José Luis Espert llamó a su último libro “La sociedad cómplice”.
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La división entre buenos y malos (lógicamente mentirosa) que lograron hacer carne los voceros del estatimo ha sido extremadamente eficiente. Han convertido a los partidarios del gasto público en convencidos defensores de una causa moral. Los que proponen solucionar los problemas mediante el uso del Estado, no solo ignoran que el mismo Estado es el que los ha generado, sino que tienen el plus de la convicción de que ellos son “los buenos”. ¿Quiénes son los malos? Simple, los egoístas que buscan su propio beneficio y cuestionan a la redistribución del ingreso. El combo es explosivo: pésimas ideas, pero sostenidas con la convicción de que son las correctas para salvar al mundo de la injusticia. Y contra eso es muy difícil luchar.
Javier Milei tiene una característica especial, además de tener la razón en sus planteos. Le resulta indiferente el esquema cultural y de creencias de su interlocutor. En casi todas las oportunidades queda en evidencia que la comunicación con la persona con que circunstancialmente discute es nula. Del lado de enfrente se ve a un energúmeno, a los gritos, con los pelos parados, diciendo excentricidades como que hay que cerrar el Banco Central. Aunque la evidencia empírica del monopolio monetario (sobre todo del argentino que ya se comió 13 ceros en menos de un siglo) le de la razón, la persona que discute con él solamente piensa: “¡Que infantil!. No se da cuenta que si se hace eso nos quedamos sin billetes”. La diferencia entre ambos contertulios es abismal. Insalvable. Pero claro..¿cómo se explica en un segundo el concepto austríaco de las instituciones, del orden espontáneo, del conocimiento disperso, la escasez, la subjetividad del valor, el ordenamiento marginal y lo que hay detrás de un precio? Es una lucha perdida.
Lo que es interesante discutir es la cuestión de ignorar el hecho de que se debate con alguien que no entiende nada de todo esto. Cabe destacar que el hecho de decir que la mayoría de sus adversarios “no entienden nada” es más descriptivo que ofensivo. Milei, más allá de ser un técnico sólido en sus áreas de trabajo profesional, no tiene argumentos especiales que el resto de los comunicadores liberales no tengamos. Sin embargo el mercado lo eligió a él y esto tiene mucha lógica. El hecho de ser implacable a la hora del debate de ideas con alguien que no está a la altura para durar “un round” parece no tener como objetivo el convencimiento de esa persona. Lo importante es lo que recibe el público. Ahí se abren varias cabezas. Sus rivales de discusión pasan a ser casi la excusa. El proceso funciona, aunque el periodista, político o sindicalista de turno no haya entendido absolutamente nada.
Mientras que cualquiera de nosotros hubiera sido más contemplativo y paciente (y hasta condescendiente) con las limitaciones y argumentos de Pérez, Milei fue al hueso, pegó duro y ganó por KO. A diferencia del boxeo, donde el rival siente la paliza y los golpes, la modelo o el personaje de turno terminan la pelea con el convencimiento de que los que han triunfado han sido ellos. Los gritos del economista, sus cuestionables modos y lo inentendible (para ellos) de sus argumentos los llevan a esa confusión total. Pero el triunfo se mide en los que pudieron comprender que es lo que se estaba discutiendo allí realmente. Son los que van a investigar y comprar los libros de los autores que el economista menciona y que pasan absolutamente desapercibidos por el resto de las personas en el estudio de televisión.