El mundillo político esperaba el enfrentamiento entre Cristina Kirchner y Alberto Fernández desde que asumieron el Poder Ejecutivo argentino. Los que no consideraban viable un pacto oculto entre ambos, o la durabilidad del mismo, veían un conflicto inevitable con dos finales alternativos: la construcción de un albertismo con el peronismo tradicional de base que traicione al kirchnerismo o una vicepresidente que se saca de encima una molestia (que era necesaria para ganar las elecciones), para luego poder asumir el poder formal. En la opinión de varios analistas, el real ya lo tiene hace medio año.
Pero la política es impredecible, la versión argentina aún más y el mundo deparó una sorpresa: la pandemia del coronavirus (COVID-19). Subestimando el impacto de la medida, Alberto se decidió por expropiar Vicentin, una mega empresa del sector alimentos, que había sido beneficiada por multimillonarios y cuestionados créditos públicos durante el macrismo mediante el Banco Nación. La posesión de la compañía le permitiría al Estado argentino arbitrar en el mercado externo y manejar una importante cantidad de divisas.
Pero la sociedad reaccionó (antes que los mismos propietarios incluso que, para muchos, la expropiación era un salvataje) y medio país le dijo al presidente que Argentina no será Venezuela. Ante masivas marchas en todo el país, la primera reacción de Alberto fue el enojo y el presidente quedó atrapado en un laberinto sin salida: si finalmente no hay expropiación gana Cristina. La explicación a este escenario es clara. El mandatario apostó todo su capital político en la primera etapa de su mandato con esta medida y si pierde la pulseada en el Congreso o la justicia queda bastante debilitado.
Aunque no hubo quiebre con el kirchnerismo, la pérdida de poder de Alberto no solamente se traduce en una capitalización opositora, cuyo frente todavía no tiene ni referente claro. El período presidencial recién empieza y si el mandatario baja sus acciones, la vicepresidente sube las suyas.
Pero en el caso alternativo, con la expropiación haciéndose realidad, Alberto también pierde al fin de cuentas. De avanzar en este sentido, la opinión pública “no kirchnerista” lo verá (casi que ya lo ve) como lo mismo que la exmandataria. ¿Cristina?… Se beneficia con la radicalización del conflicto, ya que no puede pescar lo que no tiene dentro de su pecera. Ella terminaría con lo mismo y Alberto con un poquito menos.
Si algo le sirvió a Fernández para ganar las elecciones fue ese pequeño sector del electorado no macrista ni kirchnerista que le compró el discurso moderado. Convertirse en el presidente expropiador lo divorcia definitivamente con el espacio del “centro” que lo llevó a la Casa Rosada. En ese escenario la polarización volvería a ser total y su imagen quedaría bastante licuada dentro de un espacio kirchnerista que no lo tiene como referente.
Seguramente, viendo la enorme reacción popular en contra de la iniciativa, Fernández debería impulsar una salida decorosa para la cuestión, garantizándose un fallo en contra en la justicia. Esto le daría la oportunidad de recuperar un dejo mínimo de “republicanismo” respetando la sentencia. El presidente ya está golpeado. Ahora quedará ver si comprende que el daño ya está hecho y busca volver a crecer de donde está. Si se encapricha, en vez de un duro golpe, corre el riesgo de perder por KO.