En medio del caos económico y del intento del peronismo de subordinar la justicia argentina al poder político, lo más parecido a un “jefe de la oposición” se va de vacaciones a Europa con la familia. En el día de ayer, el expresidente Mauricio Macri viajó a París en un vuelo de Air France y ya está descansando en el exclusivo La Reserve. El hotel, construido por el medio hermano de Napoleón, fue la casa de Pierre Cardin y tiene solamente, entre suites y habitaciones, 40 cuartos disponibles. Pasar la noche allí, con una vista de ensueño a la Torre Eiffel, no cuesta menos de 1 800 euros.
A ver… no seré yo el que cuestione a otro por lo que hace con su tiempo y dinero. Pero si una persona quiere representar a un espacio del electorado, que pretende ser mayoritario y recuperar el poder, podría considerar tener un comportamiento algo más ejemplar. Igualmente, como dice el dicho, la culpa no es del chancho sino del que le da de comer.
Al llegar al aeropuerto Charles de Gaulle, un cronista de Infobae le realizó un algunas preguntas, pero el expresidente, una vez más, se negó a dejar alguna definición importante:
—¿Cómo viajó?
—Muy bien.
—¿Está cansado?
—Es un viaje largo, sí.
—¿Tiene que hacer la cuarentena?
—Así es.
—¿Cuál es su programa aquí en París? ¿Familiar?
—Tranquilo.
—¿Algún mensaje para los argentinos?
—Calma.
—¿En medio de tanto proyecto de reforma judicial?
—Te agradezco, pero dejemos acá…
Esta actitud puede generar cierta indignación, pero ya que estamos recordando dichos populares, también sabemos que no se le pueden pedir peras al olmo. Macri es lo que es y, a lo sumo, el establishment que hoy se agarra la cabeza por la ley de “teletrabajo” y que teme por el futuro de la justicia, incluso por la vigencia de la propiedad privada en Argentina, debería hacer una autocrítica.
El error data del año 2005, cuando los hombres importantes del país eligieron al expresidente de Boca como la promesa política que pudiera frenar al populismo peronista. Por esos días la centroderecha tenía una alianza de dos partidos, donde Ricardo López Murphy y Macri eran los referentes de ambos espacios. En Argentina el kirchnerismo daba sus primeros pasos, pero ya se sabía que iban por todo. Si Macri llegó a la presidencia en 2015 fue más por la presión popular en las calles que impidió la reforma de la Constitución que por las virtudes del mismo candidato de Cambiemos.
Cuando hubo que decidir a qué jugador se le pondrían las fichas, el menú ofrecía dos opciones algo distintas. Murphy, apodado el bulldog, representaba la intransigencia de los principios republicanos y la claridad conceptual en defensa de un modelo bastante liberal, como para los márgenes de posibilidades argentinas. En cambio, Macri tenía que ver más con el coaching, las encuestas, el discurso moderado y el programa político que sus asesores de imagen le recomendaban, según lo que estaría dispuesto a digerir el electorado en cada momento. El grave error de apostar por Macri hoy Argentina lo sigue pagando y con intereses. Y lo peor de todo es que el panorama es tan sombrío que hasta es posible que en 2023 pueda (o deba) tener otra oportunidad.
La primera elección que ganó Mauricio fue en 2005, cuando fue elegido como diputado por la Ciudad de Buenos Aires. No honró su banca y llegó a ser fotografiado durmiendo en medio de las sesiones. Pero se le perdonó, ya que la honorable Cámara de Diputados era para él el trampolín hacia algo más importante. Así llegó a la jefatura de Gobierno de la Ciudad dos años después. Su gestión fue más estatista, colectivista, dirigista y despilfarradora que la centroizquierda que lo antecedió. Por esos días algunos ya advertíamos el fiasco, pero la pulseada la ganaron los que volvieron a argumentar que la intendencia porteña era el último escalón para llegar donde había que llegar: la Presidencia de la Nación.
Varios liberales justificaron incluso su gestión socialista pura y dura argumentando que era necesario para engañar a la opinión pública que no aceptaba el plan de Gobierno necesario, que Macri supuestamente aplicaría al llegar a la Casa Rosada.
Por esos días, Murphy ya estaba retirado de la política electoral y se dedicaba a brindar charlas por todo el país explicando con su pasión de docente qué era lo que estaba saliendo mal. A veces sus audiencias no superaban las 30 personas, pero el economista estaba convencido de la necesidad de dejar testimonio de todo lo que estaba ocurriendo.
Finalmente, en diciembre de 2015 Macri accede a la presidencia y, con el consejo de su grupo de asesores, comenzó su mandato en sintonía con lo que había sido su intendencia y su diputación: la nada misma. Desde su entorno argumentaron de que no era momento para el ambicioso plan de reformas. Primero habría que ganar la elección de medio término y ahí sí. Una vez más, lo que había que hacer era pospuesto. El triunfo en aquellas elecciones de 2017 se convirtió en realidad y Cambiemos logró una victoria a pesar de la dura situación económica. Sin embargo, el cambio de Cambiemos volvió a brillar por su ausencia. Desde el macrismo dijeron que la situación era tan delicada que habría que conseguir la reelección para enderezar el barco argentino. Los economistas que advertían el riesgo de la situación eran calificados como “liberalotes” por todos los voceros de un macrismo soberbio y altanero, que finalmente se fue por la puerta de atrás. Dicen que el mismo Murphy, sin rencores por las rencillas del pasado, le habría recomendado que desistiera de la reelección, ya que no había margen para ese objetivo. Una vez más, y ya no hablando de economía, el exministro volvió a acertar.
Así estamos como estamos: sufriendo el retorno del kirchnerismo, con el expresidente de vacaciones, seguramente preocupado por algunas causas complicadas en la justicia. Ojalá Argentina vuelva a tener una oportunidad en 2023. Pero para lograr ese camino hay que hacer una fuerte inversión previa y, sobre todo, aprender de los errores del pasado.