En menos de dos semanas se llevarán a cabo las elecciones regionales en Venezuela. La polémica en torno a la participación en el proceso es intensa. Inició desde el primer día, cuando la oposición venezolana decidió asistir.
El anuncio primero lo hizo el expresidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup, quien aseguró que se trataba de una decisión exclusiva de su partido, Acción Democrática. Sin embargo, a los días, toda la coalición opositora, la Mesa de la Unidad Democrática, lo acompañó.
Ramos Allup lo dijo el mismo día que la empresa que prestó el servicio al Consejo Nacional Electoral por varios años, Smartmatic, aseguró que en la elección más reciente —la de la Asamblea Nacional Constituyente—, el Poder Electoral manipuló las cifras. También se hizo el anuncio luego de varios meses de intensa protesta en Venezuela, en la que se expuso la conducta más criminal y autoritaria del régimen de Nicolás Maduro. Finalmente la comunidad internacional, casi entera, entendía de qué carácter era el sistema que imperaba en Venezuela.
Pero se decidió participar en las elecciones regionales. Muchos lo consideran un error inmenso. Parte importante de la comunidad internacional —el secretario de la OEA, Luis Almagro; el expresidente Pastrana; el Nobel de la Paz, Óscar Arias— ha expresado su escepticismo con respecto a la decisión de someterse a un proceso orquestado por el mismo Consejo Nacional Electoral que impuso la Constituyente el pasado 30 de julio. No obstante, ya es tarde. Ahora solo queda discernir sobre los posibles escenarios que se presentarán luego del 15 de octubre de este año.
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¿Qué puede ocurrir luego del 15 de octubre en Venezuela?
Existen cuatro posibles escenarios. Pero hay uno que, aunque se vuelve inverosímil, descuella la necesidad de mencionarlo. Hubiera sido, sobre todos, el mejor escenario para la ciudadanía venezolana: no haber participado.
Si la oposición entera hubiese decidido no participar en las elecciones regionales, esto hubiese implicado la defensa de verdaderos espacios de rebeldía y desobediencia. Era, de igual manera, la continuación de la ruta marcada el 16 de julio de este año —cuando más de siete millones de venezolanos esgrimieron el civismo en un proceso excelso y contundente—.
La abstención general significaba la verdadera admisión de la «desobediencia civil» (artículo 350) que por meses erigió como estandarte la dirigencia de la oposición. Era un acto de rebeldía y desconocimiento al proceso orquestado por un Consejo Nacional Electoral que decidió subordinarse a la criminal Asamblea Nacional Constituyente.
Luego de meses de arbitrariedades y de exhibición de la conducta más dantesca de la dictadura, la oposición venezolana contaba con la legitimidad y el respaldo internacional para explicar por qué la osadía de no someterse a un proceso orquestado por criminales; en una coyuntura claramente atestada de ilegalidades, desventajas y humillaciones (carta de buena conducta, impedimento para sustituir candidatos, etcétera).
Con la imposición de la Asamblea Nacional Constituyente, la dictadura terminó de consumar el último golpe al magullado sistema republicano de Venezuela. Fue el más grande crimen contra la República. Intolerable, desde luego. Y, desde ese momento, Venezuela pasó a ser regida por un criminal sistema totalitario. La condena de la comunidad internacional fue amplia y era el momento para que la oposición acentuara las manifestaciones en las calles y cumpliera con el mandato ordenado el 16 de julio (ahora vemos, luego de tiempos difíciles, el valor de haber designado un nuevo Tribunal Supremo de Justicia).
Pero este escenario, lamentablemente, es hoy una quimera. Delirio de soñadores, quienes expresaron con pertinencia su rechazo a la decisión de acudir al proceso que otorga demasiadas dádivas al régimen de Nicolás. Escenario de mentira; pero aún quedan los cuatro posibles:
1) La dictadura comete fraude: En este escenario la oposición venezolana ganó las elecciones regionales el 15 de octubre —es decir, obtuvo la mayoría de las gobernaciones—. Sin embargo, cuando Tibisay Lucena va a anunciar los resultados, luego de largas horas de espera, miente. La dictadura ha cometido fraude y la oposición, entonces, patalea.
La Mesa de la Unidad denuncia la arbitrariedad. Surgen las condenas de la comunidad internacional. Se cae nuevamente en la gastada retórica de cómo ahora sí el régimen de Nicolás Maduro es autoritario; y se le cumple el sueño a quienes consideraban que se debía acudir a las elecciones para ser ultrajados. ¿Qué sigue? Pues el retorno a lo ineludible. No debería de haber otra respuesta, sino el civismo en las calles. Vuelven, entonces, las protestas. Pero con menos intensidad, porque ahora hay una ciudadanía hastiada y desconfiada de quienes los llaman a salir a las calles. Capaz, si el régimen reprime, la protesta se acentúe. Entonces, volvemos nuevamente al proceso que solo se intentó postergar. Se perdieron semanas y vidas.
La comunidad internacional tardará, quizá, en reaccionar. No es la primera vez que la oposición denuncia fraude. Lo hizo en 2013; luego en 2015 celebró una victoria; y ahora vuelve con la fábula. Ya los países del mundo entienden, desde hace tiempo, qué tipo de régimen es el chavista; pero ahora deberán responder a las niñadas de la oposición venezolana, porque el fraude fue ampliamente advertido.
2) La dictadura suspende las elecciones: Es el escenario menos probable. Algunos, ingenuos, aseguraron desde el principio que era lo próximo. Según ellos, la dictadura no soportaría asistir a un proceso en el que su adversario pueda triunfar con holgura. Y hasta ahora, estos profetas se han equivocado.
No solamente el régimen adelantó las elecciones, sino que han erigido una campaña dantesca. Se preparan. Exhiben, entonces, la normalidad inherente al proceso. Discursos, mítines y populismo. Y, de vez en cuando, asedian con alguna arbitrariedad a su humillado oponente.
No obstante, si se llegan a suspender las elecciones, tendremos un escenario similar al del fraude: surgen las condenas, la indignación y los sorprendidos. Saldrán denuncias y declaraciones. La oposición amenazará con volver a las calles —probablemente lo haga, como en el primer escenario—. Y se regresa al impostergable proceso.
En octubre de 2016 ocurrió algo similar. El paralelismo nos permite especular. En ese momento, cuando la dictadura suspendió el referendo revocatorio, la oposición también amenazó con la calle. Pero al final, apareció el trágico diálogo.
3) La oposición triunfa en las elecciones: Ahora, a riesgo de la inevitable hoguera, solo quedan los dos peores escenarios; y la victoria de la oposición en las elecciones regionales es uno de esos. Es lo que espera la dirigencia de la oposición. Por ello han erigido una campaña —lamentable, cabe acotar— y han tratado de convencer a los que se abstendrán.
En este escenario, Tibisay Lucena anuncia el triunfo de la Mesa de la Unidad Democrática en las elecciones —es decir, se ganan la mayoría de las gobernaciones, incluidas las más importantes–. Las palabras de la presidente del Consejo Nacional Electoral brindarían a la oposición una nueva y breve ebriedad post-victoria. Sería efímera, pues el régimen continuaría con sus arbitrariedades. La ciudadanía, expectante, vería cómo asumen los nuevos gobernadores y esperaría que se cumplan las promesas en campañas. Poco mejoraría; pero el régimen habrá podido dilatar lo suficiente el conflicto. Obtienen tiempo.
Probablemente quieran someter a los triunfadores a la criminal Asamblea Nacional Constituyente. Algunos, no hay duda, se arrodillarán por la renta. Otros, denunciarán la arbitrariedad. Desde la comunidad internacional, ahora no hay mucho que hacer. En Venezuela, un país que presuntamente estaba dominado por un régimen dictatorial, la oposición obtuvo victorias democráticas. Se manifiestan las contradicciones. No hay sanciones y mengua el respaldo a la oposición venezolana.
Finalmente, el conflicto se dilata hasta una nueva coyuntura (quizá un gobernador preso, la suspensión de otro proceso u otra torpeza de ese estilo). Una vez el régimen agreda; volverá a florecer la indignación; las condenas y los sorprendidos. Volverá la desgastada retórica. Esto derivaría, nuevamente, en el retorno a la estrategia última y sublime: el civismo en las calles. No obstante, lo más posible es que la dictadura intente extender los enfrentamientos hasta la celebración —o la suspensión— de unas elecciones presidenciales en 2018.
4) El chavismo gana en las elecciones: También es el escenario menos probable; pero es con el que la dirigencia pretende asustar a los que se abstendrán. Es similar al anterior, solo que el chavismo logra obtener —en el proceso orquestado por los criminales— la mayoría de las gobernaciones. Quizá por fraude; pero ahora la oposición no denuncia.
Al fin y al cabo, fue el resultado de un proceso democrático. Si la oposición lo reconoce, la ruta será la misma que la del tercer escenario.
No obstante, si el chavismo gana por una abstención significativa, eso podría generar el surgimiento de alternativas. Podría ser un mensaje, para la dirigencia y para quienes no asumen acciones atrevidas por miedo a la falta de respaldo.
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Quizá dejo de lados debates intrascendentes para el momento como la legitimidad o no del proceso; o la [in]capacidad de algunos gobernadores para mejorar las condiciones de su entidad. También, sobre aquellos que consideran que participar en una elección orquestada por el Consejo Nacional Electoral y controlada por la dictadura, es un acto de rebeldía y protesta.