Los eventos y declaraciones que han rodeado en las últimas semanas al actual vicepresidente Raúl Sendic no hacen más que probar cuán alejado está todo el Frente Amplio (en tanto institución y gobierno) de la realidad.
Se afirma por ahí que Raúl Sendic no tiene talento alguno, y en esto, el saber popular no podría estar más equivocado. En un contexto que roza lo impensable, el vicepresidente ha logrado lo que ningún otro miembro del oficialismo pudo: ostentar menos popularidad que el ministro del Interior Eduardo Bonomi.
No se trata ya de la pésima administración de ANCAP, cuya recapitalización pesa en los hombros (y muy particularmente en los bolsillos) de todos los uruguayos. Nada tiene que ver tampoco su imaginaria licenciatura en Genética Humana, cuya inexistencia no hace más que comprobar que el vicepresidente no es más que un vulgar mentiroso. Tampoco son el quid de la cuestión los gastos personales que realizara con la tarjeta corporativa de ANCAP mientras fuera presidente de este ente .
Hay dos problemas gigantescos que rodean al vicepresidente: uno, su absoluta (y, para colmo de males, honesta) certeza de que cualquier cosa que se diga en su contra es una campaña de desprestigio por parte de los medios y de la derecha. El segundo, su carencia de vergüenza.
A decir verdad, el primer recurso es y será usado por todos los políticos de cualquier partido y en cualquier parte del mundo: “no soy yo, son ellos”. El problema de Sendic es que él lo cree. El vicepresidente no goza de las capacidades emocionales necesarias para someterse a sí mismo, así sea por cinco minutos, a un genuino examen de criterio. No está a su alcance humano hacerlo.
Cuando Sendic patalea y culpa a la derecha de querer matarlo políticamente, así lo siente. Él no percibe todo su historial de horrores e irresponsabilidades de la manera que lo perciben los uruguayos; o el sentido común de cualquier nacionalidad.
Es esta la razón por la que el vicepresidente se ha vuelto peligroso: su comportamiento errático es invisible para él. Quizás consecuencia de esta ceguera voluntaria sea el segundo punto: su caradurismo patológico.
Consultado por los gastos en la tarjeta corporativa de ANCAP, Raúl Sendic afirmó que se trató de “gastos de cortesía institucional, gastos que excedan el monto de los viáticos asignados y gastos por razones de necesidad imprevisibles”.
Los presentes protocolares son, en la mayoría de los países primermundistas, cosas del pasado. Suele haber restricciones constitucionales (que varían en cada país) al respecto. Después de todo, nadie quiere creer que un jefe de Estado está siendo agasajado con segundas intenciones.
Supongamos, en favor del vicepresidente, que justo tuvo el desatino de viajar a destinos en los que los dichos presentes son aceptados y bienvenidos. ¿En qué clase de circunstancias haría un miembro del gobierno un regalo que provenga de Adidas (tal fue el caso en España y Rusia) en vez un obsequio que represente a Uruguay, como artesanías en cuero o vino?
Esta explicación, por más gusto a mentira que tenga, no es ni cercana a lo peor que ha dicho Raúl Sendic sobre el asunto. Ese dudoso premio se lo lleva su infeliz “ensuciarnos por $29.000 pesos, no. La verdad que no”
¿Tiene idea el vicepresidente de la diferencia que $29.000 pesos (poco más de USD $1.000 a cotización actual) pueden hacer en una familia uruguaya promedio? Es evidente que Sendic vive en el Uruguay rosa que el Frente Amplio pinta.
En primer lugar, no fueron $29.000 pesos. Fueron $538.000 pesos (más de USD $38.325 dólares). En segundo lugar, el vicepresidente decidió ensuciarse al momento en que realizó gastos personales con un dinero que no es suyo, sino de todos los uruguayos. Es en ese instante que debió haber dicho “no, la verdad que no”.
Las explicaciones del caso no se las debe a cualquier tribunal de papel que el Frente Amplio decida improvisar. Sendic se debe justificar (y rogar perdón) ante todos los uruguayos por no haber sido más que la fuente de gastos compulsivos que viene presentando desde el gobierno de José “Pepe” Mujica.
Las irresponsabilidades y continuas faltas de criterio del vicepresidente cuestan caro. Su conducta desprolija y ausencia de vergüenza implican innegablemente un costo político que, para fortuna de todos los uruguayos, ninguna tarjeta podrá pagar jamás.