El 2016 será un año crucial para el desarrollo político de México, ya que 13 de las 32 entidades federativas vivirán intensas campañas políticas que culminarán con la elección de nuevos diputados, senadores, alcaldes y gobernadores. La próxima contienda electoral tomará aún más relevancia porque, de los resultados de estos comicios, comenzarán a definirse las primeras apuestas y cálculos políticos con miras al 2018, año en el que se elegirá al sucesor del actual presidente Enrique Peña Nieto.
Las campañas políticas en México se caracterizan por ser un período intenso de situaciones como insultos entre candidatos, derroche de recursos, traiciones políticas, eventos populacheros, hartazgo ciudadano, altercados tele-novelescos, slogans reciclados, ocurrencias mercadológicas y cientos de propuestas irrealizables.
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Desde pequeños nos inculcaron la importancia de votar cuando se nos explicaba que no sólo era nuestro derecho, sino que era nuestra obligación hacerlo. Hoy en día se sigue apelando al uso de nuestra razón cuando se afirma que si no votamos, entonces no tendremos derecho a quejarnos después. Este pensamiento, aunque acertado en su esencia, me parece incompleto; creo firmemente que no basta con votar y que es necesario que aprendamos a votar de manera inteligente.
Algunos errores que muchos mexicanos cometemos a la hora de ejercer nuestro derecho a elegir a nuestros representantes en las urnas y que sería importante detenernos un poco a analizar son:
Votar por partidos: los partidos políticos de la actualidad en México no garantizan ningún hilo de coherencia ideológica ni mucho menos un estilo de gobierno definido. Lo han demostrado una y otra vez en la historia contemporánea de nuestro país. Es un hecho que, en la práctica, los ideales y valores que sus estatutos y fundadores defendieron pasan a un plano secundario cuando se trata de tomar acción o negociar con sus contrapartes; basta con ver las alianzas PAN (derecha)-PRD (izquierda) o PRI (oficialismo)-MORENA (anti-oficialismo) de las que hemos sido testigos en los últimos meses.
Votar por personajes: un político en campaña es un producto. Aunque ciertamente no dejan de ser personas, como cualquiera de nosotros, también es un hecho que detrás de cada candidato existe un equipo de producción aconsejándole cómo vestir, hablar, qué palabras repetir con más frecuencia y hasta cómo acomodarse el cabello. Un político en campaña frecuentemente se convierte en un personaje de ficción que hay que poder identificar y diferenciar de lo que realmente es.
Votar por un cambio: este punto puede resultar engañoso. Si bien la alternancia en política es un ejercicio sano, ya que evita que políticos se atrincheren en sus zonas de confort, también corremos el riesgo de querer cambiar por el mero hecho de cambiar, sin siquiera detenernos a analizar si realmente es necesario, o sus posibles consecuencias. Un cambio puede ser para mejorar, pero hay que tener cuidado de no comprar soluciones engañosas que terminen por empeorar o descomponer el rumbo de la política pública de nuestras entidades.
Votar por intereses personales: la falta ética que implica someter el destino de alguien más a la consecución de intereses propios no es el único de los problemas. Votar por alguien, esperando recibir algún puesto de trabajo o algún favor, una vez que esté ocupando el cargo es un problema pragmático.
Cuando un político está en campaña se ve en la necesidad de convencer a los ciudadanos de votar por él, por el medio que sea, sin importar si sus métodos son éticos o no. No debería ser ninguna novedad ni motivo de sorpresa para nadie que la inmensa mayoría de promesas y favores acordados durante las campañas nunca se lleven a cabo por que simple y sencillamente son imposibles de realizar; no existen tiempo ni recursos suficientes para cubrir la cantidad de compromisos políticos que se adquieren en vísperas electorales con los ciudadanos, empresarios, organizaciones, líderes sindicales etc.
Pero entonces, ¿cómo identificar buenas propuestas y políticos, al menos, sensatos? ¿En qué se debería basar un voto inteligente?
Historial: durante las campañas nos dejamos llevar por otros argumentos de menor importancia y muchas veces ni siquiera nos detenemos a revisar el historial político de los candidatos. Por ejemplo, si el candidato en cuestión tiene en su haber historias que involucran corrupción o tráfico de influencias, es muy probable que dichas situaciones se vuelvan a presentar.
Propuestas: analizarlas a conciencia y no dejarnos llevar por sentimentalismos es fundamental. Prometer cosas gratis o la creación de nuevas oficinas para atacar ciertos problemas sociales parecen buenas ideas hasta que nos damos cuenta de que no son más que medidas populistas. Es necesario recordar que el Estado, al no ser un ente productivo, no tiene otra manera de llevar a cabo sus programas si no es a través de la recaudación de impuestos. Entendamos que entre más cosas gratis y nuevos proyectos prometa un político, más dinero, burocracia y posibilidades de corrupción serán necesarios para su entrega y ejecución.
Liberad: antes de votar pregúntese, ¿qué tanto el candidato propone meterse en su vida? ¿Qué tanto propone regular cuestiones como a qué se dedica, con quién puede comerciar, qué puede comer o beber, con quién se puede casar y qué tipo de vida debe llevar? Entre más quiera regular este tipo de situaciones (que no deberían ser de la jurisdicción de ningún gobierno), más probable es que detrás de su prefabricado mensaje se encuentre un perfil autoritario y paternalista.
Es hora de entender y hacer entender a nuestros políticos que realmente los problemas sólo se solucionan de raíz cuando se empodera al ciudadano y no a los gobiernos ni funcionarios en turno.
Ejercer un voto inteligente debe ser el primero de muchos pasos que tenemos que dar en México hacia la construcción de un entorno más libre en donde nuestras vidas no estén en manos de nadie más que de nosotros mismos.