Cuba es una cárcel y, desde la semana pasada, el sueño de miles de isleños que anhelaban escapar en busca de libertad, naufragó en el mar.
Imagine usted que hay un lugar en el que le ofrecen techo y comida, escasos y no muy buenos, pero al parecer no morirá de hambre ni de frío. Sin embargo, no puede hacer lo que quiere, no tiene libertad. No se le permite estudiar lo que anhela o trabajar en lo que desea, ni hacer lo que considere conveniente con su dinero y su tiempo. Hay unos señores, que tal y como si usted fuera un perro, le tiran migajas a cambio de que sea su esclavo. ¿Cambiaría su vida de “incertidumbre” por la “seguridad” de tal esclavitud?
Seguramente algunas personas, muy pocas, con problemas mentales probablemente y con un déficit increíble de confianza en sí mismos, preferirían la esclavitud a la libertad. Pero la gente normal no. Los seres humanos vivimos por la esperanza de cumplir nuestros sueños, de hacer con nuestra vida lo que consideramos deseable y bueno; lo que nos ilusiona. En Cuba no se puede hacer eso, ni siquiera se puede salir del país cuando se desee. Fidel Castro, uno de los más crueles villanos del siglo XX convirtió la isla en una cárcel de la cientos de miles de cubanos han intentado escapar en busca de lo más valioso que puede tener un ser humano: su libertad.
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El drama de los balseros que intentan llegar a Estados Unidos en precarias embarcaciones arriesgando su vida, aún cuando conocen las bajísimas probabilidades de llegar sin ser detenidos por alguna autoridad, pone en evidencia el infierno que viven los cubanos en la isla. Y por tierra la situación no es menos deprimente, en diferentes países de América Latina, hombres y mujeres llenos de sueños y con la esperanza de triunfar lejos del comunismo, viven en terribles situaciones y hacen hasta lo imposible por lograr pisar suelo estadounidense.
Sin embargo, y a pesar de la evidente tiranía que hay en cuba y de la dramática situación de los isleños, el 12 de enero del 2017, Barack Obama, a ocho días del final de su mandato presidencial, construyó un muro antiinmigrantes cubanos. La política de “pies secos, pies mojados” tenía como objetivo permitir que quienes lograran huir de la dictadura comunista de los Castro, al pisar suelo estadounidense, pudieran quedarse de manera legal en ese país. Lastimosamente, por causa de uno de los tantos desaciertos de Obama, de ahora en adelante, los cubanos que lleguen a Estados Unidos sin visa, serán devueltos al infierno del que lograron escapar.
Estados Unidos, un país con una fuerte tradición liberal, desde 1966, reconociendo la difícil situación que afrontan los cubanos esclavizados por el régimen comunista de los Castro, aprobó una ley especial para los inmigrantes provenientes de la isla. La ley de ajuste cubano les permitía quedarse en el país y, un año después de haber llegado, recibir la residencia permanente.
En 1995 tras negociaciones entre el Gobierno Clinton y la dictadura, se llegó al acuerdo de que los cubanos retenidos en aguas entre las dos naciones, a quienes se les conoce como “pies mojados”, serían enviados de regreso a la esclavitud. Solo disfrutarían de los beneficios aquellos que lograran pisar suelo estadounidense sin haber sido descubiertos en su peligrosa y valiente travesía, los conocidos como “pies secos”.
La semana pasada Obama levantó un muro antiinmigrantes. En medio del “deshielo cubano”, como se le conoce al intento de normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, el saliente presidente, poniendo fin a la política de “pies secos, pies mojados”, decidió voltear la cara ante el drama de cientos de miles de cubanos que intentan recuperar su libertad. Mientras tanto, la dictadura cubana recibió con alegría la noticia, afirmando que se trata de un “paso importante para el avance de las relaciones”.
Desde luego que el castrismo siempre ha visto con malos ojos las medidas de inmigración especiales para los cubanos. La dictadura, en su tradicional derroche de descaro y falta de vergüenza, ha denunciado durante años que la política de “pies secos, pies mojados” promueve la “fuga de cerebros y la inmigración” porque anima a los cubanos a arriesgar sus vidas.
Por su parte, la izquierda internacional, incongruente y descarada, pone el grito en el cielo, con justa razón, cuando Donald Trump habla de construir un muro, al tiempo que aplaude a Obama cuando hace exactamente lo mismo pero, además, con el agravante de que el saliente presidente de los Estados Unidos le está negando la entrada a gente que en pleno siglo XXI está siendo esclavizada, personas que prácticamente no tienen otra opción para librarse de los horrores de una dictadura. Contrario a condenar los crímenes del régimen, la izquierda se atreve a culpar a Estados Unidos por permitirle el ingreso a quienes durante años fueron esclavos del socialismo y han logrado escapar de su victimario.
Además, impedirle la entrada a Estados Unidos a los cubanos que escapan del infierno socialista no solo es triste y perjudicial para quienes buscan su libertad sino también para los mismos estadounidenses. la contribución de la comunidad latina y fundamentalmente la cubana en ese país ha sido en demasía valiosa. con más de dos millones de personas, los cubanos son la cuarta comunidad latinoamericana en Estados Unidos, y han jugado un papel fundamental en el desarrollo económico de varias zonas del país, en particular del estado de Florida.
La solución no es la que propone Obama, la socialdemocracia que pide un Estado de bienestar cada vez más grande y mayor nacionalismo se equivoca. Los inmigrantes son capital humano fundamental para el desarrollo de un país. El debate ahora se debe centrar en cómo desmontar el Estado de bienestar al mismo tiempo que se permite la libre circulación de personas.
El cruel y desvergonzado acto de Obama, que al final no es más que un espaldarazo a la despreciable dictadura castrista, debería ser condenado por el mundo entero.