Gustavo Petro, el exguerrillero que puntea en las encuestas sobre intención de voto para presidenciales en Colombia, tiene cautivada a buena parte de la población hablando de “educación gratuita, pública y universal”. Alias Aureliano, como le decían en el M-19, asegura que dentro de su plan de Gobierno pondrá en primer lugar la educación para así eliminar la desigualdad y llevar a Colombia al nivel de los países nórdicos.
“Para garantizar un sistema de educación superior universal, público y gratuito hay que multiplicar por cuatro el actual presupuesto a la educación superior”, asegura Petro.
Con este tipo de propuestas se ha ganado a muchos jóvenes y gente que piensa que la clave del desarrollo está en la educación y que una vez instalemos un sistema educativo gratuito y estatal el país se convertirá en una potencia mundial.
Petro ha sabido explotar muy bien su propuesta. Se dirige a los pobres prometiéndoles que sus hijos podrán estudiar la carrera que quieran sin pagar un peso y con eso salir de la miseria. También ha cautivado a muchos intelectuales de clase alta que aseguran que lo que necesita Colombia es eliminar la desigualdad mediante educación gratuita y de calidad. Sin embargo, las cosas no funcionan así.
Durante años Cuba se ha preciado de tener educación gratis para todos, logrando incluso que el analfabetismo llegue a cero. El sueño de Petro ya se cumplió en la isla, pero ¿tal medida sacó al país de la pobreza? Evidentemente no. Y no solo es que sean pobres, la calidad de la educación con los años se volvió pésima. Incluso los médicos cubanos que, según el relato de la izquierda, tienen excelente educación, a nivel internacional no pueden sino compararse con enfermeros.
Pero Cuba no es el único ejemplo que tenemos cerca, miremos lo que ocurre en Venezuela. Hugo Chávez, quien al parecer era igual de noble que su amigo Gustavo Petro, insistió siempre en que la educación debía ser un “derecho”. Por lo que ahondó en los programas de educación gratuita, que ya existían en ese país con amplio historial socialista, creando, entre otras cosas, las “universidades bolivarianas”, a donde cualquiera podría acceder sin tener que pagar nada.
De nuevo nos preguntamos, ¿implementar un sistema educativo gratuito que incluso incluye educación superior, sirvió como motor de desarrollo en Venezuela? Otra vez, no. Si fuera cierto que la educación es la clave para lograr prosperidad, Cuba y Venezuela serían potencias mundiales. Y los países más ricos serían los que más invierten en educación, pero no es así.
Y esta es una cuestión que ya varios estudiosos han detallado. William Easterly, por ejemplo, en su libro En busca del crecimiento, examina la evidencia empírica acerca del gasto en educación y el desarrollo, y encuentra que no hay una correlación clara.
Benjamín Netanyahu, el actual Primer Ministro de Israel, dijo en algún momento lo siguiente:
Usted piensa que los matemáticos, los ingenieros o los médicos son lo primero. Son muy importantes, pero no son lo primero. Son lo segundo. Hay un país que tenía los mejores matemáticos, los mejores físicos, los mejores metalúrgicos del mundo. Pero ese país era muy pobre. Se llamaba la Unión Soviética. Lo primero son los mercados. Esto fue la principal aportación que traté de hacer en la economía israelí.
Netanyahu señala el punto clave. De nada sirve tener una población educada cuando en el país no hay por lo menos cierto grado de liberalismo económico que permita que el mercado haga lo suyo. Mientras tanto, la falta de educación sí se puede solucionar generando las condiciones para que se creen empresas.
La mayoría de la gente no quiere estudiar solo por amor al conocimiento, lo que los incentiva a educarse es que eso les traerá retornos monetarios. ¿Para qué queremos un país lleno de universidades y colegios si luego de que los jóvenes se gradúen no tendrán en qué ocuparse?
Quienes aseguran que después de tener una población educada empezarán a aparecer las empresas, deberían preguntarse si ellos invertirían en Venezuela. La gente no invierte en el país petrolero no porque no haya capital humano, sino porque las condiciones económicas son pésimas. Es fácil encontrar venezolanos educados, pero eso no importa si el Gobierno puede expropiar cuando quiera y la propiedad no está protegida ni en lo más mínimo.
Ahora imagine lo contrario —y esto es lo que sucedió en todos los países que hoy son ricos —, un país en el que no hay personal capacitado pero las condiciones económicas son favorables, de modo que lo que el Gobierno les ahorra a los empresarios en impuestos y trámites, lo pueden invertir en capital humano. El inversionista podrá, en ese lugar, capacitar a la gente o incluso llevar desde otro país el personal necesario.
Luego, lo que sucederá en ese país es que en la medida en que la gente empiece a invertir y se creen nuevas empresas, aumentarán los incentivos para estudiar. Se crearán universidades que suplan la demanda por conocimiento que tienen todos aquellos que saben que una vez estudien conseguirán un buen salario.
En cambio, en un país sin empresas no hay incentivos para educarse. ¿Para qué se educa un cubano si va a ganar una miseria? Es mejor para ellos intentar vender cualquier cosa en la zona turística. Las personas se mueven por incentivos, si educarse no va a traer ningún beneficio, ¿para qué esforzarse? No importa si las universidades o las escuelas son gratuitas. No tiene sentido estudiar si de igual forma ganará el mismo salario que alguien que no estudió.
Pero, además, en un país sin empresas, aunque haya colegios y universidades gratis, la gente es pobre y primero debe ocuparse de sobrevivir. Los niños y jóvenes tendrán que dedicarse a rebuscarse el alimento diario y de nada les servirá la gratuidad en la educación.
Los países que ahora son ricos no salieron de la pobreza invirtiendo más en educación, sus ciudadanos empezaron a educarse más porque aparecieron empresas que pagaban bien a quienes se capacitaran y que patrocinaban esos estudios de una u otra forma, y esas empresas llegaron gracias a una economía diametralmente opuesta a las propuestas estatistas de la izquierda.