Por Luis Manuel Aguana*
No es posible entrar en un análisis serio de lo que sucedió el 30 de abril sin pasearse primero por la experiencia que pasamos el 23 de febrero, cuando todos los venezolanos esperábamos el quiebre masivo de las Fuerzas Armadas, producto de aquel mantra que repetimos en ese momento: “la ayuda humanitaria entra sí o sí”.
De nuevo, no se produjo del modo esperado el ansiado quiebre de las Fuerzas Armadas, aunque sí ocurrió en todo el país un avance significativo en ese sentido. Aparecieron más militares reconociendo al gobierno del presidente encargado Juan Guaidó, pero no en la masa crítica necesaria para desplazar de manera contundente al régimen de Nicolás Maduro Moros.
Sostenemos que no se puede analizar este caso sin estudiar también el 23F porque toda la estrategia opositora para lograr el cese de la usurpación se basa en poner todos los huevos del cambio en la cesta del quiebre de las Fuerzas Armadas de un régimen que, por razones de naturaleza y construcción, jamás podrán ser parte de un gobierno democrático. Las Fuerzas Armadas dejaron de ser lo que eran para convertirse en una milicia armada pretoriana de una mafia de narcos y terroristas. Intentar utilizar el mismo baremo para medir militares de carrera y profesionales, comparándolos con criminales, no tiene en absoluto ningún sentido.
En un artículo del periodista Orlando Avendaño en el PanamPost, se establece claramente que el Guaidó esperaba (por promesas militares de antiguos miembros del chavismo) un quiebre que nunca llegó.
“Recuerdo, en la mañana de ese 23 de febrero, haber visto al mayor general retirado del Ejército, antiguo miembro del régimen chavista, Clíver Alcalá Cordones. Yo lo conocí, en la investigación para Días de sumisión, hace varios meses. No me generó confianza, aunque ahora posa de disidente. Pero allí estaba, en Cúcuta, guiando a varios militares que acababan de desertar en la frontera. Clíver, de alguna forma, los comandaba. Junto a él estaba el mayor Parra, un oficial que acababa de huir de Venezuela. A las horas, Parra se reunió con el presidente Juan Guaidó y otros militares en un edificio en Tienditas”, afirma.
Asimismo, el periodista Avendaño señala algo que ha repetido el propio Cliver Alcalá (y que al parecer ha convencido a Guaidó) y que creo es lo que nos tiene a todos estacionados en este momento en la peor de las situaciones: “No hace falta una coalición internacional. La propia Fuerza Armada puede sacar a Maduro. Esa puede ser una salida importante en Venezuela. Y no solo la Fuerza Armada a lo interno sino la Fuerza Armada desplegada por todo el mundo”.
Pues bien, la propia Fuerza Armada disidente no pudo sacar a Maduro el 30 de abril. Y no pudo porque lo de Maduro no es un gobierno desde el punto de vista convencional: es una mafia criminal incrustada en el poder, en la cual cualquiera que deserte pone su vida y la de su familia en grave peligro. Más allá de las promesas que potencialmente hayan hecho Vladimir Padrino López, Iván Hernández Dala (Director de Inteligencia Militar DGCIM) y el presidente del Tribunal Supremo de Justicia Maikel Moreno, como lo reveló en una entrevista John Bolton, asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, era predecible que esos personajes se echarían para atrás a última hora, comprometiendo una operación que pudo incluso costarle la vida a Juan Guaidó y al resto de quienes le acompañaron en La Carlota el 30 de abril.
He insistido y seguiré insistiendo que esto no se trata de sacar personas a la calle, en una suerte de gesta popular histórica que expulse al usurpador. Es claro que es importante el respaldo popular en la vía pública pero no es la medida más relevante. La masa popular en protesta permanente es condición necesaria pero no suficiente. Los regímenes de esta naturaleza solo caen con la fuerza de las armas, no con otra cosa. Y ya hemos llegado a ese punto.
Una negociación con quienes sostienen esa mafia -que sería la única forma de lograr que se desplace Maduro del poder- compromete de una manera superlativa la estabilidad de cualquier gobierno futuro, porque se estaría poniendo en manos de delincuentes, mucho antes de comenzar su gestión. Es como si muerto Don Corleone, el nuevo capo se tuviera que poner en manos de Tesio y Clemenza, creyendo ingenuamente que no lo asesinarán a la vuelta de la esquina. Si no se comprende que se tiene que barrer con toda la mafia para gobernar, no se ha entendido cabalmente el problema.
Pero a esta hora ya se cometieron los errores que se tenían que cometer y nos encontramos en un estadio diferente. Ya se dieron pasos que no se pueden recoger y efectivamente se ha avanzado pero no se ha culminado el cese de la usurpación. En este punto, es claro que difícilmente Juan Guaidó y su equipo dieron este paso trascendental contando con la ayuda del gobierno de los Estados Unidos y, posiblemente, estén a las puertas de cometer otro gran error: negociar con los terroristas. De hecho, ya habían comenzado a hacerlo con “Padrino” López, Hernández Dalá y Moreno, a instancias de los norteamericanos. ¿Iban estos personajes a salir de escena con sus reales robados y libres? ¿O continuarían en el ejercicio de sus cargos en aquella lógica repugnante de los “enclaves autoritarios” del viejo régimen de Henry Ramos Allup?
Cualquiera que hubiese sido el caso, las estructuras de poder quedarían sujetas a una negociación sobre la cual nadie sabría su alcance; y el gobierno de transición comenzaría torcido y comprometido con unos delincuentes.
Aún el régimen de Maduro sigue siendo muy débil y ellos lo saben. La reunión televisada del usurpador con sus militares fue un poema. Verle las caras a esos militares daban ganas de llorar. Creo que este es el mejor momento de aplicar la Responsabilidad de Proteger (R2P) de la comunidad internacional para socorrer a los venezolanos y terminar con la tragedia humanitaria y los de crímenes de lesa humanidad. ¿Qué mayor demostración del pueblo venezolano que la del 30 de abril necesitan? Ya se acabaron las opciones sobre la mesa.
*Luis Manuel Aguana es analista político e investigador en Derechos Humanos