Por María Gabriela Rovero
Sin identidad. La ausencia de pasaportes nos ha dejado en un limbo absoluto. Secuestrados dentro y fuera de las fronteras. La tiranía chavista-madurista saqueó las arcas de la nación, mató a sus voces disidentes, y aún insaciables, a quienes sobrevivimos, nos secuestraron hasta la identidad. De hecho, ha sido uno de los peores castigos de la diáspora: ciudadanos vulnerables que se convierten en nadie. Literalmente. Indocumentados a la fuerza. Después de años de tal suplicio, gracias a administraciones como la de Estados Unidos, Colombia y Argentina, en sus respectivas jurisdicciones, hemos reivindicado uno de los derechos humanos fundamentales: el reconocimiento irrestricto de la identidad para cumplir con una vida normal con exigencias y obligaciones ciudadanas. Pero este reconocimiento irrestricto es el que necesitamos para ser seres humanos, porque el hecho de que se haga de manera irrestricta es la que nos permite viajar, circular, realmente tener una vida.
¡Cuántos venezolanos por su pasaporte vencido no pudieron llorar la muerte de algún ser querido que se encontraba en otro país! ¡Cuántos venezolanos han perdido oportunidades de becas, estudios, o trabajo! ¡Cuántos venezolanos han truncado incluso planes de vida de pareja o de familia¡ ¡Cuántos venezolanos sencillamente no pueden viajar a hacerse tratamientos médicos necesarios, o sencillamente viajar por placer y porque se les da la gana! ¿O es que el poco o mucho placer que se pueda ganar en medio de una vida en el exilio también debe borrarse de la vida del venezolano? Todo este secuestro de identidad ha sido mucho más grande y extenso que un muro de Berlín, porque se levanta invisible pero contundente a lo largo y ancho del mundo. Cada venezolano lleva consigo su propio muro aplastante.
¿Dónde están los países que reconocieron a Guaidó? ¿Qué sentido tiene reconocer a un presidente y dejar desprotegidos a sus ciudadanos? ¿Por qué aún no se han adherido al decreto sobre la extensión de la vigencia de los pasaportes? Además, ¿dónde están las organizaciones defensoras de derechos humanos para realmente rectificar este problema? Según los tratados internacionales en la materia, a los refugiados se les dota de identidad. Si ACNUR ha instado a la comunidad internacional para que los venezolanos sean reconocidos como refugiados, ¿por qué no se consuma definitivamente tal exhortación? No solo se trata de hablar de la extensión de la vigencia de los pasaportes, que claro que sería favorecedora para millones de venezolanos (solo un venezolano sabe cómo cuida hasta con su vida un pasaporte, porque ya sabe que es su vida misma). Sin embargo, hay robos, pérdidas y deterioro de este preciado documento y nadie, lamentablemente, está exento.
¿Cuánto más se debe esperar a que se dignifique el derecho a la identidad?
Veo en las noticias que Costa Rica aceptará pasaportes vencidos para renovación de trámites migratorios, ¿y qué hay con el libre tránsito? ¿Qué sucede con los residentes en Costa Rica que necesitan entrar y salir de ese país? Este secuestro que llevamos a cuestas se hace demasiado pesado ante la indolencia de los más fundamentales derechos humanos. Lo peor del caso es que de tanto lidiar con este traumático infierno en el que se ha convertido llevar nuestra nacionalidad a cuestas como una cruz, nos hemos acostumbrado a celebrar hasta la esperanza de que algo pueda estar aunque sea a un grado en nuestro favor.
España ha aceptado la vigencia de nuestros pasaportes para trámites consulares también. Sin embargo, en cuanto al libre tránsito no opera sola como nación, en tanto que el ingreso a cualquier país de la zona Schengen, debe ser decisión conjunta de la Unión Europea, cuya posición está siendo favorable, dadas las recientes declaraciones del gobierno de Francia, cuyos representantes expresaron su deseo de que los venezolanos puedan ingresar a Europa con pasaporte vencido.
A la limitada aceptación de Costa Rica, le sigue el silencio de otros países de la región, incluso el de la mayoría de los países firmantes de la declaración de Quito.
Esta falta de identidad, este “no ser nadie” se conjuga y es parte del robo de nuestra dignidad. Es asidero de xenofobia, de extrema vulnerabilidad. Es caldo de sustancia para reducirnos a la nada.
En cuanto a la xenofobia, como en toda diáspora masiva (la más grande de la historia del hemisferio occidental) contamos personas buenas y malas, con recursos y sin recursos, con educación y sin educación. Pero es claro: según las diferentes estadísticas, en su mayoría somos, en proporción, una migración positiva y profesional. Algunos países cerrados de la región, que aunque históricamente han sido migrantes, no se acostumbran a ser receptores, aún no calibran los aportes de la diáspora de los empresarios que aquí han invertido en restaurantes, comercios, franquicias, de los profesionales que aquí han aportado, en la ciencias, en el arte, y en diversos campos académicos. En cualquier caso, más allá de si al nombrar Venezuela les venga a la mente los migrantes que a través de sus profesiones u oficios están incorporándose en el sistema de algún país del mundo, o solo se les venga a la mente aquellos que cruzan fronteras a pie (cabe destacar que entre ellos también hay gente con profesiones y oficios), somos seres humanos a quienes se nos niega el más elemental derecho humano: la identidad.
De tal modo, a la diplomacia internacional que tiene en sus manos la forma de liberarnos del secuestro de nuestra identidad. También a ACNUR: por favor, actúen. Y no lo hagan a medias. No solo nos quiten la venda de los ojos, desaten las manos, y los pies. Permítannos una identidad, con ella nos sabremos encargar de desplegar las alas.
A los venezolanos: alcemos nuestra frente y luego nuestra voz, merecemos una identidad. Con ella va nuestra dignidad de ser humano. La identidad es el reconocimiento como seres humanos por parte de los Estados.
María Gabriela Rovero es periodista egresada de la Universidad Central de Venezuela. Venezolana en el exilio.