Por Alejandro Molina
El liberalismo es un conjunto de valores que se ha interpretado como ideología o filosofía. Se distingue del resto por su gran cualidad moral que en el único punto donde no es flexible es en la defensa de la libertad. Todo lo demás está sujeto a los entendimientos subjetivos que te permite como individuo pensante y con criterio.
Sin embargo, a pesar de su hermosa idea y los argumentos irrefutables que tiene, no es precisamente el modelo más implementado por los gobernantes a través de la historia o los principios más arraigados de los políticos que llegan al poder.
Pero ¿por qué? ¿Cuál es la razón por la cual existen tantos pensadores liberales y tan pocos mandatarios que promuevan esas ideas? ¿Por qué, aun teniendo la razón y el poder de las pruebas, no deja de ser un eslogan de campaña para muchos partidos que luego siguen siendo tan o más estatistas que sus adversarios? A continuación, haré énfasis en dos hechos que, sin ánimos de generalizar, pueden verse fácilmente como una tendencia.
Lejanía con el poder
En la esencia del liberalismo está esa lejanía con el poder o con el Estado como medio para resolver las situaciones que se presentan. Por eso, en su ADN está la causa de que muchos defensores de la libertad no vean a la política como una solución, sino como un problema y cierran con ello la posibilidad de optar a cargos públicos para ejecutar desde ahí sus ideas.
Partiendo de esa innegable realidad, nuestro mundo corre el peligro de seguir siendo un juego de ajedrez donde los socialistas lanzarán sus caballos y alfiles al ataque mientras los liberales harán una barrera de peones que de forma firme defienden la buena causa, pero que, de forma insuficiente, no garantizarán la victoria.
Liberales para liberales
Muchas organizaciones y defensores de las ideas de libertas gozan de conocimiento en economía, filosofía y desde luego en historia, pero el marketing político parece ser un punto débil, incluso con el reciente —y cambiante— desplazamiento de la izquierda en Latinoamérica podemos discutir si dicho logro es por mérito de la “derecha” o consecuencia de los desastres causados desde el Foro de São Paulo (entiéndase a la derecha como liberales y conservadores para no hacer la innecesaria distinción).
Dicho lo anterior, debemos considerar indispensable si tenemos como objetivo consolidar una idea, estudiar al público para luego generar una estrategia o campaña que logre conectar con las emociones y persuadir. A simple vista no parece un problema, pero en los liberales predomina la razón, el criterio, los argumentos fundamentados en pruebas y además existe un férreo odio al populismo —cosa que a veces se confunde en cada intento de acercamiento con el ciudadano—. Se crea así una frontera entre lo que se necesita para captar simpatizantes y lo que se predica con orgullo.
Como ejemplo podemos apreciar que el discurso del liberal suele circular entre “Estado reducido, impuestos, libre mercado, trabajo duro, intervencionismo, individualismo”, y claro, toques de agresividad cuando se refiere al socialismo. Todo eso está justificado, pero también deja el camino fácil al socialismo para mostrarse como la opción más saludable.
Por el otro lado, vemos a los eternos manipuladores hablando de “igualdad, justicia social, explotación, defensa de los desfavorecidos, poder popular” o cualquier termino que refleje victimización y lástima. Haciendo que cualquier persona en su valoración subjetiva de los hechos pueda ver en un socialista algo más honroso y humano que a un defensor del capitalismo. Fallando así con el objetivo que no debería ser otro que convencer a un ciudadano sobre lo que es mejor y más justo.
Es de suma importancia tomar en cuenta aquellos métodos que ha utilizado el comunismo a través de la historia en materia de psicología, sociología para medir el éxito innegable a la hora de manipular a las masas. No es digno utilizar discursos populistas, pero sí está comprobado que al consumidor no se le vende un producto, sino la satisfacción de su necesidad. Por lo que debemos mostrarles a las personas como sería posible y viable nuestras ideas en su entorno antes que tratar de forzar nuestras ideas con la razón como única herramienta.
Así como un desquiciado pudo hacerle creer a parte de Alemania que los judíos no eran humanos, así como aún existen sectas racistas de exterminio, así como la guerrilla comunista aún sobrevive y se amolda a los nuevos tiempos. Asimismo, se seguirán perdiendo las batallas dentro y fuera del mundo occidental si no se toman en cuenta los sentimientos naturales y se imparte el conocimiento con estrategias acordes al público basándose en los grandes descubrimientos de la conducta del hombre.
Tampoco tendremos un mundo más libre si seguimos debatiendo entre nosotros, para darnos la razón en temas que nosotros conocemos, usando términos que solo nosotros manejamos, en salones cerrados, mientras el socialismo ataca de forma abierta y “con el pueblo” de forma inteligente.
El liberalismo está creciendo, entre otras cosas gracias a la globalización que nos permite ver el daño causado por el socialismo en los países donde reside. No perdamos esta oportunidad para demostrar que también podemos adaptarnos y vencer en nombre de aquello que juramos defender: la libertad.
Alejandro Molina es presidente de la Fundación #NuevaOportunidad.