
Conversar con habitantes comunes de cualquier aislado país socialista revolucionario es una experiencia de “ciencia ficción”, un viaje en el tiempo y fuera de la realidad conocida. Lo que tras décadas de aislamiento, más o menos completo, creen sobre cómo funciona el mundo y su cotidianidad va de risible a trágico. Algo les llega, incompleto y tergiversado del resto del mundo, imaginan y suponen mucho más. Asumimos equivocadamente que lo que cotidiano ha de ser similar a lo que veríamos en lugares de los que poco o nada sabemos, aunque también fantaseamos demasiado sobre lo exótico y lejano.
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Los jóvenes venezolanos, que no tenían uso de razón cuando se estableció el racionamiento de divisas que denominamos control de cambio, no imaginan la existencia o el funcionamiento del mercado libre de divisas. Suponen que en todas partes debe existir algún racionamiento de divisas, y de casi todo lo demás. Al infórmaseles que en gran parte del mundo no existe racionamiento, y que en el pasado cercano no era existía en Venezuela –el socialismo moderado lo aplicó como medida de excepción, no como norma permanente, aunque sus “excepciones y emergencias” podían durar décadas– los pocos que todavía creen la propaganda del socialismo en el poder enfurecen fanáticamente, los muchos que no creen en eso escuchan con asombro y esperanza.
¿Cómo, con censura limitada, acceso a internet y al cine y TV globalizados, pueden asumir tales tonterías? Algunos han viajado, y se han asombrado viendo anaqueles llenos de productos, personas comprando alimentos sin largas filas, farmacias en las que no escasean las medicinas, o automóviles y ropa nueva en las calles. Algo que para la generación de sus padres fue común y corriente en Venezuela. Pero incluso así, suponían que alguna forma más amable de cupos y racionamientos debía existir ahí, aunque no lo vieran a simple vista. Y en ciertos lugares no les faltaba algo de razón, aunque en el grueso del planeta hoy el único sistema de asignación es el sistema de precios libres, y ese sí funciona. Pero los venezolanos, como los cubanos o norcoreanos, vivimos en una extraña burbuja de propaganda, desinformación y aislamiento, de un tipo que resultará más criminal y ridícula según más antigua y aislada sea. La nuestra es la más reciente y el aislamiento es parcial, pero ya la “realidad alternativa” carece de sentido para quien viva la normalidad del mundo contemporáneo. No la entienden y dudan que sea como es.
Hace décadas vimos en Caracas, como en cualquier ciudad, el estreno de la película Moscú en Nueva York. Reímos con el sinsentido del personaje que en el mísero y decadente Moscú soviético se colocaba en fila sin saber que vendían, pedía zapatos marrones y solo había negros, pedía dos y era un par por persona, y salía feliz con el par de zapatos del color que no quería y la talla que no usaba. Mis alumnos no ríen, les he proyectado la escena e inmediatamente identifican las causas de la conducta del personaje, entienden los incentivos de un sistema de racionamiento y saben que se hace para sobrevivir en la ineficiencia del absurdo.
A los jóvenes a los que intento guiar en el aprendizaje de fundamentos de la teoría económica –creo que no transmitirnos conocimiento, apenas guiamos a quienes aprenden por sí mismos– les cuesta trabajo imaginar una economía normal, un sistema de precios libres, un mercado de abundancia. Así, les cuesta más aprender cómo funciona que a alguien que sin entenderlo lo vive y considera algo dado. La ventaja de los “míos” es que no creen que la prosperidad esté “dada”, ni que el producto de una economía prospera será independiente de las conductas institucionalizadas que la hicieron prospera. No creen que el socialismo creará riqueza, intuyen que es inviable como sistema económico, pero no conciben otra cosa, porque a pesar de las dudas nacidas de sufrirlo en carne propia, comparten los prejuicios de casi cualquiera que no estudiase cuando menos los fundamentos de la teoría económica, sin caer en la propaganda socialista que frecuentemente pasa por tal.
Así, quienes no han conocido otra cosa que el socialismo, cuando salen al mundo real pasean boquiabiertos por cualquier supermercado sin dar crédito a su exorbitados ojos; una vez que aprenden la teoría que explica porque el capitalismo funciona y el socialismo no, la aplicarán a las economías distorsionadas que bien conocen, y explicarán sin dudarlo porque no funcionan, ni pueden funcionar. Lo difícil es adoptar masivamente las costumbres y valores institucionalizados de las sociedades exitosas, que son las instituciones del desarrollo, aunque la selección adaptativa nos empuja como individuos en esa dirección, y con ello empuja sociedades y culturas a largo plazo.
Los individuos prefieren huir ya desde la miseria hacia la prosperidad, entiendan o no que la produce, y acepten o no sus usos y costumbres. La evolución cultural opera a un plazo que excede con mucho la vida humana. Es lógico que casi todos los jóvenes se quieran ir de ésta Venezuela, tanto los pocos que creen en el socialismo conscientemente, como los muchos que asumiendo que no funciona, son socialistas en sentido amplio porque no entienden cómo funciona realmente lo otro. Muchos se van, pero no todos; no todos pueden.
La esperanza, creo yo, que me quedo, y como ellos lo sufro en carne propia, empieza con esos pocos que con esfuerzo superan los prejuicios entendiendo como y porque funciona una economía de mercado. Saben que el socialismo no funciona, porque no funciona, y saben que hay que hacer, y dejar de hacer, para alcanzar la prosperidad y la paz. Esas minorías ilustradas son la esperanza de un futuro mejor, o quizás no, pero si no los son, no habrá futuro.