En la segunda mitad del siglo XIX el paradigma dominante en la economía era la Escuela Clásica. Y el economista más influyente David Ricardo. Ricardo ignoraba el valor subjetivo. Aunque fue librecambista y defensor de la propiedad privada, con las deficiencias de su teoría pudo disfrazarse de científico el comunismo milenarista medieval.
La corriente atea del socialismo del siglo XVIII carecía de la fe fanática de 1419 o 1534. Hasta que una religión atea proclamándose ciencia última y suprema le aportó Marx. En 1857 –y desde su hegelianismo materialista– en El Capital monta una teoría económica socialista sobre la economía ricardiana. Los capitalistas, según Marx, dependían del excedente sustraído al trabajador que denominó plusvalía.
De ello dedujo una creciente concentración de riqueza. Y profetizó tasas de beneficio decreciente proporcionales a la acumulación de capital ocasionando crisis que forzarían la revolución proletaria en los países de mayor desarrollo capitalista.
Mientras Marx se sostenía en Ricardo las deficiencias de aquél eran superadas por el valor subjetivo que conduce a la teoría del valor marginal. Ahí llegan –con implicaciones diferentes y desarrollos teóricos futuros distintos– paralelamente Walras, Menger y Jevons. Un discípulo de Menger, Eugen von Böhm-Bawerk refutaría la teoría económica de Marx. Böhm-Bawerk en Capital e Interés responde al primer volumen de El Capital. Donde Marx admite contradicciones que prometió resolver en un tercer volumen. Tras la publicación del tercer volumen, en su Conclusión del sistema marxiano Böhm-Bawerk refutó las supuestas soluciones.
Aristóteles afirmó: “No puede existir cambio sin igualdad, ni igualdad sin conmensurabilidad” de lo que Marx dedujo que entre cosas intercambiadas hay “algo común y de la misma magnitud”. Para él lo común entre todas las cosas que se intercambian es que son “productos del trabajo”. Böhm-Bawerk aclara primero que se intercambian cosas, como los recursos naturales, que no son productos del trabajo.
Y que de algo falso: “los bienes que son intercambiados sólo tienen en común la cualidad de ser productos del trabajo” dedujo Marx que “el valor de cambio vendrá determinado por la cantidad de trabajo incorporado en la mercancía” descartando “excepciones” como insignificantes.
Böhm-Bawek examina esas “excepciones sin importancia”. Desde los bienes que no pueden reproducirse a voluntad como obras de arte, pasando por todos los inmuebles, productos protegidos por patente o derechos de autor, a los vinos de calidad y similares. Mismo trabajo para mismo edificio en diferente lugar produce dos propiedades de diferente valor.
Señala Böhm-Bawerk que el valor no es intrínseco a las cosas, sino subjetivamente apreciado por cada individuo según sus circunstancias. El intercambio voluntario ocurre exclusivamente cuando las partes valoran en menos lo que entregan y en más lo que obtienen. Esto es, cuando llegan a valoraciones subjetivas inversas.
Para Marx, el beneficio y el interés del capital provienen de la explotación del trabajador. Afirma que “El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de los medios de existencia de que tiene necesidad el obrero para seguir vivo como obrero.
Por consiguiente, lo que el obrero recibe por su actividad es estrictamente lo que necesita para mantener su mísera existencia y reproducirla” Toma de Lasalle –otro socialista ricardiano– que los salarios al elevarse permanentemente por encima del nivel de subsistencia ocasionarían un incremento de población. Cultivar tierras cada vez menos fértiles elevaría el coste de producción del cereal. Y el costo de los alimentos reduciría los salarios al nivel de subsistencia. Marx –como Lasalle– se refiere a la parte de la teoría clásica en que el valor de cambio coincide con el coste de producción.
Su coste de producción del trabajo es el coste de subsistencia del trabajador que es igual al salario. Pero diferente al del producto final. A esa diferencia la considera apropiada como plusvalía por una imaginaria explotación capitalista.
Böhm-Bawerk explica que los bienes se producen en el tiempo. Y tiempo se requiere –además de trabajo y tierra– para producir capital. O bienes de consumo. Nos dice:
“Imaginemos que la producción de un bien, (…) cueste cinco años de trabajo, que el valor de cambio obtenido (…) sea 5.500 florines y que intervengan en la fabricación de la máquina cinco (…) cada uno (…) ejecuta el trabajo de un año. (…) minero extraiga durante un año el mineral de hierro necesario (…) el segundo dedique otro año a convertir ese mineral en hierro, el tercero a convertir el hierro en acero, que el cuarto fabrique las piezas necesarias y el quinto las monte (…) los cinco años de trabajo (…) no podrán rendirse simultánea, sino sucesivamente y cada uno (…) sólo puede comenzar su trabajo una vez hayan culminado el suyo (…) anteriores”.
“¿Qué parte podrá reclamar por su trabajo cada uno de los cinco copartícipes, con arreglo a la tesis de que el obrero debe percibir el producto íntegro de su trabajo? (…) No por partes iguales (…) redundaría considerablemente a favor de (…) una fase posterior del proceso productivo (…) El obrero que monta la máquina percibiría 1.100 florines por su año de trabajo inmediatamente (…) terminado éste; (…) el minero (…) hasta pasados cuatro años. (…) La cuantía de esta compensación dependería de dos factores: la duración del aplazamiento y la magnitud de la diferencia existe entre la valoración de los bienes presentes y futuros. Así por ejemplo si esta diferencia fuese del 5 por ciento anual, las participaciones se graduarían: 1.200 florines para el primer obrero, 1.150 para el segundo, 1.100 para el tercero, 1.050 para el cuarto y 1.000 para el quinto”.
No se requiere sino recordar que el valor es subjetivo –el mismo bien no vale lo mismo para diferentes personas– y existe la preferencia temporal –no valoramos igual disponer de un bien ahora que en el futuro– para que la teoría de la plusvalía resulte absurda. Pero Böhm-Bawerk hace más que eso contra la endeble economía de Marx. Y de ello seguiremos tratando la próxima semana.