Es indiscutible que el marxismo ha sido la principal doctrina totalitaria por algo más de un siglo. Aunque el colapso del imperio soviético redujo su poder y afectó su prestigio, no fue suficiente para su extinción. Los crímenes genocidas del imperio soviético y otros socialismos desaparecidos se siguen ocultando, negando y minimizando, tanto como los de los que gobiernan. Comparada a la influencia intelectual y política del marxismo previo inmediato a la revolución soviética, la del marxismo actual no es mucho menor. Es incluso mayor.
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La negación de la realidad que en general definimos como socialismo en sentido amplio, siempre ha sido la mayor amenaza intelectual y política a la libertad. Lo que en particular denominamos marxismo ha sido su expresión más acabada y efectiva hasta la fecha.
El milenarismo revolucionario criminal de las grandes herejías colectivistas cristianas como el totalitarismo de Münster en 1534, es clave en la secularización universalista de la escatología revolucionaria marxista que materializó genocidios como Kampuchea. Si algo requiere explicación, es cómo sobrevive y prospera hoy la doctrina marxista, tras su temprana refutación teórica y su espectacular colapso histórico.
La caída de la URSS fue el colapso de una civilización con alcance de superpotencia imperial de escala global. Artificiosa, criminal, intrínsecamente inviable y paradójicamente incivilizada, fue el primer Estado efectivamente totalitario. Superpotencia militar desde una economía definida por la improductividad, escases y pobreza.
Que el socialismo en sentido amplio tenga como axioma moral un instinto primario tan poderoso como la envidia explicaría la supervivencia de la aspiración atávica a que se reduce. Es la estafa perfecta, prometiendo paraísos y materializando absurdos infiernos. Pero si únicamente fuera eso, observaríamos que tras refutaciones y fracasos la inviable idea colectivista retrograda reaparecería revestida de justificaciones nuevas y diferentes. Y algo, o mucho de eso hay. Pero compitiendo o integrándose con viejas justificaciones cuya permanencia no explica el poder instintivo del atavismo moral envidioso por sí mismo.
La permanencia del socialismo en sentido amplio no explica la del marxismo como ideología socialista dominante. Una idea capaz de sobrevivir y prosperar tras su recurrente refutación teórica y el colapso del imperio que fue su indiscutible materialización histórica, no se explica por una ideología totalitaria. Ya en un ensayo de 2014 sostenía lo que aquí resumo, que deber ser explicada como una religión. No es únicamente en nombre de la fe religiosa que puede el hombre civilizado racionalizar ante sí mismo el retroceder a la barbarie del brutal sometimiento o exterminio de inocentes, empleando las herramientas que provee la civilización en practicarlo a escala genocida. Pero es la fe la única forma de pasar de una racionalización falaz a la profunda, indiscutible e irrenunciable creencia transcendente en la bondad absoluta del crimen mismo. Y francamente es esa la única explicación a lo que observamos en el marxismo.
Afirmar que para comprender el fenómeno marxista hay que explicarlo como una fe religiosa, atrae los prejuicios antirreligiosos de moda en gran parte de occidente. Cubrir a la idea misma de religiosidad con el manto del fanatismo y la ignorancia. Invocar el fantasma de la persecución y la guerra religiosa, presentando a la religión, exclusiva o principalmente como amenaza a la libertad. Sería fácil, y sería falso.
Es posible encontrar en la religiosidad misma un flanco débil para lo que pudiéramos llamar teología totalitaria en el origen y justificación de tales crímenes. Pero también en la fe religiosa se ha apoyado la irrenunciable libertad de conciencia frente al poder, cuando aquél a su vez justifica sus excesos en su propia interpretación obligatoria de la religión oficial.
Al ocuparnos del lado obscuro de la religión como enemiga de la libertad, es de justicia establecer que así como existe eso en la religión, también existe lo contrario. No podía ser de otra forma. El papel de la religión en la evolución del orden espontaneo de la sociedad a gran escala, es el de agregar y transmitir los valores morales institucionalizados de cada cultura en procesos de selección adaptativa.
La competencia evolutiva entre religiones y culturas, así como entre doctrinas dentro de cada religión, es clave del auge y caída de culturas y civilizaciones. Que los valores y tradiciones de la civilización occidental (la única en que la libertad individual ha emergido y prosperado) perduren en el mundo requiere que toda religión que prevalezca evolutivamente (como las doctrinas prevalecientes en toda religión culturalmente determinante) sustenten en la fe trascendente los valores que hacen posible la libertad y no los contrarios.
La religión no es necesariamente enemiga de la libertad, pero cuando alguna lo es, resulta el más peligroso de los enemigos posibles. La acción religiosa se funda en la fe en la trascendencia a la que se puede rendir incluso la propia individualidad y con ella la razón y la vida.
Que el marxismo es enemigo de la libertad ya lo sabíamos. Los marxistas poco se han molestado en ocultarlo. Pero que el marxismo es realmente una fe trascendente al punto de corresponder en todo a lo que entendemos como religión sería, hasta cierto punto novedad. Que la revolución marxista la viven los revolucionarios como experiencia religiosa es conocido.
El asunto es que no se trata de una “religión sustitutiva” como las causas que coloniza, sino de la religión totalitaria por excelencia. Una religión puede ser no deísta al punto del ateísmo y llevar su dogmatismo al de negar su naturaleza de religión sobre la base ser la verdad última, definitiva y absolutamente trascendente de toda la historia. Es una mala nueva sobre la verdadera naturaleza del marxismo ante la que sería mejor no esconder la cabeza en la arena.