Un libro blanco que publicó recientemente el gobierno chino anuncia que aspira a lograr un acuerdo compatible con sus “intereses centrales” pero “nunca se comprometerá con asuntos de principios” pues “no tiene miedo” a una guerra comercial muy costosa para ambas partes. Parece mera retórica, pero no es.
Junto al cambio de posición chino en las negociaciones de mayo –explicado en la pasada entrega– la publicitada visita de Xi Jinping a una explotación de tierras raras advertía sutilmente a Washington que Beijing apostaría incluso a frenar la producción de chips estadounidense, algo de lo que únicamente los expertos tomaron nota. Innecesario sería advertir que esto recrudecería censura y represión respondiendo a efectos de la guerra comercial sobre su población. Es nada para una cultura política –intacta en su autoritarismo– heredera de las enloquecidas campañas y genocidas hambrunas de Mao. Así que lo único que está en riesgo en China es la credibilidad de Xi en cuanto a la estrategia global de su gran plan “hecho en China 2025”.
El gran robo “asimétrico”
El problema para un acuerdo razonable entre China y Estados Unidos es la diferencia entre lo que las partes consideran razonable:
- Beijing pretende mantener la manipulación cambiaria, proteccionismo extremo de su mercado interno, subsidios y privilegios a empresas mercantilistas designadas “campeones nacionales” como Huawei, lo que sumado a la transferencia forzada -mayormente encubierta–, el espionaje industrial por cuenta del Estado –junto y para sus protegidos– y el robo descarado de tecnologías, denominan en China “enfoque asimétrico” y “no de mercado” razonable. Esto es clave del grandioso plan “hecho en China 2025” del Xi para la nueva superpotencia, China.
- Pero esa estrategia de desarrollo acelerado mediante el robo de tecnología, la conquista de mercados desarrollados para las exportaciones chinas junto al cierre del mercado chino a las empresas de esos mercados –excepto por cuotas limitadas y con transferencia forzada e ilimitada de tecnología y gestión– es la que la administración Trump debe neutralizar de una u otra forma. Washington ya no puede hacerse la vista gorda ante el mercantilismo chino. Podía permitírselo para sacar a China de la miseria del socialismo maoísta integrándola al mercado mundial. Objetivos cumplidos y superados con creces. Ya es competencia por la hegemonía global. Washington arriesga demasiado sin un consenso bipartidista sobre el asunto. Y el régimen chino intenta aprovechar la ventana de oportunidad de debilidad democrática que únicamente consensos bipartidistas neutralizan.
El ala conservadora china se aferra la “estrategia asimétrica” porque les garantizaría no ceder ni un milímetro más en reformas de mercado. El ala reformista también –aunque admitirían reducirla parcial y muy lentamente– porque mantener el abuso de concesiones a economías subdesarrolladas en una que compite por controlar mercados tecnológicos de punta, garantizaría sobrepasar a los países desarrollados en pocos años. Y a los Estados Unidos como primera economía del mundo. Someterse a las mismas reglas que el resto sería renunciar a lo les ha funcionado. Y consideran compatible con nuevas reformas, limitadas y exclusivamente económicas.
Huawei
Para Xi Jinping Huawei es el máximo “campeón nacional” en la expansión mercantilista global china. Mediante tecnologías y recursos humanos occidentales –un occidente que incluye a Japón y Corea del Sur– junto a mano de obra barata y mínimas regulaciones ambientales en China –ventajas a cambio de las que empresas occidentales entregaron voluntaria, e involuntariamente, su tecnología y gestión a competidores chinos, sin obtener acceso equivalente al mercado chino– los productos del gigante chino son tan competitivos –en calidad, avance tecnológico y precio– como para ser un símbolo de la nueva superpotencia china.
Por eso, el régimen está tan comprometido con la privada Huawei como para arrestar bajo cargos artificiosos de espionaje a dos canadienses en represalia por la detención en Canadá de una alta ejecutiva de Huawei e hija del fundador de la compañía, en respuesta a la solicitud de extradición estadounidense bajo cargos de espionaje industrial sensible para la seguridad nacional.
La guerra por el 5G
El gobierno chino apoyará a Huawei –y a la industria de semiconductores– con todo su poder. Confía en que alcancen una posición global dominante en la tecnología 5G. Y controlar 5G sería controlar el futuro tecnológico cercano del mundo. Pero la orden ejecutiva de Trump contra Huawei amenaza seriamente al gigante de las telecomunicaciones chino. Proveedores occidentales con know-how inmediatamente insustituible están obligados a rechazarlo. Google empezó. Y siguió la británica productora de chips ARM Holdings, anunciando que no licenciará nuevos productos para Huawei. Habrá otras.
Con la apuesta china por una guerra comercial prolongada Huawei perdería cualquier posibilidad de establecerse en mercados occidentales con tecnología 5 G. Controlaría el enorme mercado protegido de China. Mantendría expectativas de expansión en buena parte de Asia, África y América Latina. Y el mercado global 5G se separaría entre la esfera occidental y la china. La batalla entre China y Occidente sobre tecnologías políticamente sensibles está servida.
El escenario más improbable hoy es que Trump sorprenda en Osaka –u en otro momento del futuro cercano– aproximándose furtivamente a las aspiraciones de Beijing. Eso sería algo como promesas a futuro indeterminado de Beijing de aproximarse a reglas internacionales –que Trump presentaría ante su electorado como una gran victoria– a cambio de promesas más o menos encubiertas y de corto plazo de Washington de seguir viendo a otro lado –que fortalecerían la posición de Xi dentro del partido–. Pues ni así recuperaría Huawei su acceso previo a mercados occidentales para obtener componentes clave 5G.
No solo Washington se puso en guardia frente a China en tecnologías sensibles. Huawei perderá rápidamente participación en Europa en teléfonos inteligentes y 5G. China recibirá su propia medicina de limitación proteccionista de participación de sus empresas en mercados foráneos insustituibles. Y las apuestas para conquistar mercados subdesarrollados desde cabezas de puente políticamente sensibles y radicalmente antiestadounidenses se revelaran costosas y frágiles, algo que trataremos en la tercera y última entrega de esta serie sobre el águila y el dragón.