El presidente colombiano Juan Manuel Santos acaba de recibir el Premio Nobel de la Paz. El Comité Noruego se empecinó en otorgárselo a pesar de que los colombianos –los directamente interesados en terminar con el sangriento conflicto que asola a su país desde hace medio siglo- consideraron que el acuerdo Santos- Farc era inaceptable.
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La actitud de los noruegos origina una interrogante: ¿Qué es lo que se premia?
Objetivamente, el “GPS” que debería guiar al jurado en sus decisiones, es el testamento de Alfred Nobel que señala:
La totalidad de lo que queda de mi fortuna quedará dispuesta del modo siguiente: el capital, invertido en valores seguros por mis testamentarios, constituirá un fondo cuyos intereses serán distribuidos cada año en forma de premio entre aquéllos que el año precedente hayan realizado el mayor beneficio a la humanidad.
Subjetivamente, el Nobel de la Paz es el reconocimiento a aquellos que han cimentado sobre bases morales la convivencia pacífica, ya sea entre naciones o dentro de un pueblo. El premio sirve para poner el foco sobre ellos e implícitamente, designarlos como ejemplo a imitar.
Por consiguiente al honrar a alguien con esa distinción, simultáneamente, el jurado noruego delata mucho acerca de su propia conducta moral.
El Comité Noruego del Nobel está compuesto por cinco miembros. Son nombrados por el parlamento, lo cual provoca que la configuración política sea muy similar entre ambas instituciones. En consecuencia, la ideología no es ajena a muchas de las decisiones tomadas por este comité que en teoría, es independiente.
Al justificar el premio de este año, se expresa que Santos llevó a cabo un “proceso histórico de reconciliación y hermanamiento nacional”. Y que “pese al “No” mayoritario en el referéndum, ha acercado de forma significativa hacia una solución pacífica el sangriento conflicto”. Por tanto, la intención fue impulsar “a todos aquellos que tratan de lograr la paz, la reconciliación y la justicia en Colombia”.
Lo que afirma este Comité no se sustenta en los hechos. Para empezar desde 1981- presidencia de Julio Cesar Turbay- se vienen realizando esfuerzos por acordar con los guerrilleros una salida negociada al conflicto interno. E, invariablemente, las FARC han demostrado que no son de fiar.
Asimismo, ha quedado demostrado que cuanto más se les concede, más abusan del poder obtenido. Bajo la presidencia de Andrés Pastrana las FARC obtuvieron 42.000 kilómetros de zona desmilitarizada, con la excusa de instalar una mesa de diálogo. En esa región equivalente al tamaño de Suiza, “gobernaron” a su antojo sin rendirle cuentas a nadie. Convirtieron ese territorio en una especie de zona franca, donde se rearmaron y retuvieron a los secuestrados.
Mediante el acuerdo alcanzado con Santos, las FARC conseguían algo prodigioso: ir apoderándose del poder político de Colombia en forma paga y gozando de todas las comodidades. Les “regalaban” una cuota política sin necesidad de pasar por las urnas y una justicia particular que en gran medida, les aseguraría la impunidad a pesar de las atrocidades cometidas
En consecuencia, ¿de qué reconciliación habla el Comité y cuál es su sentido de la Justicia y la democracia? ¿Cuál es el mensaje transmitido? ¿El premio concedido a Santos impulsará la paz en otras partes del mundo o por el contrario, les dará alas a otros asesinos, total “no pasa nada” y encima te premian.
La “solución” encontrada por Santos equivale a decir que se “pacificó” una zona dominada por delincuentes, porque se dejó a la población indefensa a su merced. Actitud por cierto muy diferente a las asumidas por Nelson Mandela o Gandhi (a quien nunca le fue concedida esta distinción). Estos dos verdaderos amigos de la moral, lograron conjugar la paz con la reconciliación, pero sin sacrificar a la Justicia.
Es obvio que este premio estaba decidido de antemano. El jurado estaba convencido que el resultado del plebiscito le sería favorable y de ese modo su elección quedaría “santificada”. Seguramente el triunfo del “No” los tomó por sorpresa, pero eso no los hizo recapacitar. Recordemos que Noruega fue uno de los países garantes de este proceso de paz. En cierto modo, es como si se hubieran premiado a sí mismos.
Esa tesitura no es un hecho aislado; en la última década la independencia y objetividad de este Comité han quedado en entredicho en varias oportunidades:
En el 2007, le fue concedido este nobel a Al Gore por su documental “Una verdad incómoda” y al Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPPC). Uno se pregunta, ¿qué tiene que ver el cambio climático con la lucha por la paz y la concordia? Para colmo, el film de Gore está lleno de falsedades y el trabajo de la IPPC es acusado de ser realizado bajo premisas corruptas, porque los datos son manipulados y se rechazan deliberadamente los informes científicos que los refutan. Ese escándalo es conocido como “Climategate”.
Parecería que el Comité lo que en realidad premia, es su propia agenda política: ecologismo e intereses económicos de Noruega derivados de la actividad petrolera. Posiciones que van de la mano porque las restricciones medioambientales favorecen a los países más desarrollados.
Por otra parte, en 2015 fue destituido Thorbjørn Jagland, presidente del Comité. El jerarca afirmó que su cese se debía a que en 2010 le concedió el Premio de la Paz al disidente chino Liu Xiaobo. La reacción del gigante asiático fue congelar las relaciones diplomáticas con Noruega, lo que tuvo un efecto devastador, especialmente en la exportación de salmón. Se especula que China exigió la destitución de Jagland para restablecer las relaciones.
Y ahora ha saltado el “nobelgate”: los vínculos de Santos con la industria petrolera noruega, a quien el presidente colombiano le habría entregado una licencia para explotar hidrocarburos en el Caribe colombiano. El tema saltó al conocerse que Kaci Kullmann Five – actual presidenta del Comité – ocupó un alto cargo en Statoil, la petrolera estatal noruega, cuando se negociaba ese asunto con Colombia.
¿Qué es lo que realmente premia el Comité al otorgar el Nobel de la Paz?