Argentina nuevamente ha sido arrasada por un tsunami económico, financiero y político. Es como un “eterno retorno”. Repiten una y otra vez los errores que siempre han terminado en enorme sufrimiento para el pueblo, especialmente, para los más humildes.
En esta ocasión, esta debacle no se debe a la ignorancia sobre las mejores prácticas de gobierno sino a una falla del carácter del presidente Mauricio Macri.
Los antiguos griegos denominaban hybris a la forma en que ha actuado Macri desde que es presidente. Constituye un defecto moral que acecha a los gobernantes. La hybris es un vicio. Consiste en desmesura, orgullo, soberbia o una confianza en sí mismo muy exagerada, especialmente cuando se ostenta poder. Es vanidad o falta de sabiduría que conduce a la catástrofe.
Lo opuesto al hybris es la sophrosyne. Significa controlar las pasiones y los impulsos espontáneos. Es la búsqueda del equilibrio al actuar: nada en exceso, todo en su justa medida. En lenguaje moderno vendría a ser la prudencia y sensatez, posiblemente las virtudes que más debería cultivar un magistrado.
Sócrates decía que la mejor forma de evitar cometer hybris era adquiriendo la mayor de las sabidurías, que es la de conocerse a uno mismo. Recomendaba practicar la introspección para detectar nuestros límites, defectos y lugar en el universo. En otras palabras, realizar una permanente autocrítica convirtiéndonos en los jueces más severos de nosotros mismos.
Macri se asemeja a esos héroes de la tragedia que movidos por la hybris se precipitan hacia su desgracia y arrastran consigo a su nación. Los espectadores advierten que si sigue por ese camino el final será terrible. Pero el héroe trágico no se da cuenta de ello hasta que es demasiado tarde porque su soberbia lo ha enceguecido. Es lo que los griegos denominaban até o ceguera trágica que les impide ver la realidad ni ser consciente de sus errores ni de su destino fatal.
Esta descripción encuadra a la perfección con lo que le ha sucedido a Macri y por su intermedio, a toda Argentina.
El primer hybris lo cometió cuando al ganar las elecciones en 2015: no les explicó a los argentinos las terribles condiciones en que su antecesora, Cristina Fernández, dejó al país. Tampoco, la situación calamitosa de las finanzas públicas.
En forma inexplicable y posiblemente eufórico por su triunfo inesperado, decidió no decir nada. Capaz que fue por ingenuidad, porque estaba deseoso por comenzar a poner “la casa en orden”.
Sea como sea, cometió hybris porque actuó con desmesura al pensar que él solo iba a poder enderezar el barco llamado Argentina que estaba a punto de hundirse. No comprendió que era una labor conjunta, que requería el aporte de todos los ciudadanos.
Macri sabía lo que había que hacer y que el déficit fiscal era una bomba de tiempo. Tendría que haberlo explicado con claridad, porque el primer paso para solucionar los acuciantes problemas que debía enfrentar, era informar de la situación a los propios interesados (los habitantes), para que ellos comprendiesen las razones del sacrificio que deberían hacer y apoyaran los esfuerzos gubernamentales.
En ese momento, Macri dejó pasar una oportunidad de oro porque él representaba la cordura, el republicanismo y la conducta ética, sobre todo en el manejo de los dineros públicos. Era la esperanza de dejar atrás un período sumamente turbio de la historia argentina. Por eso inspiraba confianza tanto a los agentes internos como externos.
El segundo hybris de Macri, que todavía podemos catalogar de “ingenuo”, fue al considerar que su sola figura induciría a los inversionistas extranjeros a retornar al país. Creía que habría una “avalancha” de inversiones que permitiría solucionar los graves problemas fiscales.
Al actuar así perdió de vista cuál era su lugar en el universo. Es decir, que la historia argentina no empezaba con él. La sucesión de autoridades que lo había antecedido tenían muy mala reputación. Por ejemplo, es difícil borrar de la memoria la abyecta imagen de los legisladores aplaudiendo de pie cuando en 2001, el entonces presidente Adolfo Rodríguez Saá declaró el default de la deuda externa.
En consecuencia, restablecer la confianza de los agentes extranjeros requería muchísimo trabajo y gobernar bien durante largo tiempo, brindando certezas. Macri cometió hybris al considerar que nada de lo anterior era necesario, que su sola figura era garantía suficiente.
Pero de ahí en adelante, el hybris de Macri se fue convirtiendo en egolatría. Pensó que sin hacer nada de lo que debería, igual iba a poder solucionar la crisis. Cuando las cosas se pusieron feas, se empeñó en seguir siendo el conductor y se tiró a la reelección.
No se puede decir que Macri hizo todo mal. Ni bien asumió, tomó algunas medidas para normalizar la economía luego del desastre que le legó Cristina. Por ejemplo, puso fin al cepo cambiario y eliminó parte de las retenciones a la producción agropecuaria. Pero hasta ahí llegó: no tomó las medidas de fondo para sentar las bases de un crecimiento sólido a largo plazo.
El principal problema que debía enfrentar era el descomunal desequilibrio fiscal y no lo hizo a tiempo. Lo dejó prácticamente intocado en momentos en que la economía internacional se deterioraba. Solo reaccionó cuando ya era tarde y todo se le estaba yendo de las manos.
Se dice “liberal”, habla como tal, pero actuó a contramano de lo que indica esa doctrina. A pesar del cráter fiscal, incrementó el gasto público con su secuela de aumento impositivo, de la deuda pública y de la inflación con el corolario de recesión, pérdida de empleos y quiebra de empresas, todo lo cual derivó en un aumento colosal de la pobreza.
No hizo las reformas que promueven el bienestar social generalizado: apertura económica y facilidad para hacer negocios.
La conjunción de esos factores originó la desconfianza de los mercados que llevaron a la devaluación de la moneda nacional y las dificultades para conseguir financiamiento. Asimismo, que Macri estuviera desacreditado tanto dentro como fuera de Argentina.
En ese contexto, Alberto Benegas Lynch sugirió a Macri la línea de conducta que podría enderezar la situación cuando aún había tiempo. Por supuesto, exigía una muestra de grandeza y desprendimiento por parte del presidente argentino. Si hubiera seguido el consejo que Benegas Lynch le brindó en setiembre de 2018, Macri habría demostrado que pone los intereses del país y su gente por encima de los suyos propios.
Benegas Lynch recomendó lo siguiente: “[…] propongo que usted declare de inmediato que se abstiene de presentarse a la reelección y postule a una candidata o candidato de su preferencia, anuncie medidas espectaculares que se han sugerido para revertir la situación al efecto de volver a ganar la confianza de sus compatriotas que creen en las virtudes de la sociedad abierta y oxigene su gabinete.
Que resulte claro que usted no está dispuesto a consumir tiempo y energías en campañas electorales. De este modo usted será juzgado como un estadista que se preocupa y ocupa de resolver los problemas que nos aquejan y podrá usted presentarse con gran éxito en una futura contienda presidencial”.
Pero la egolatría de Macri pudo más que la sensatez. Impulsado por la ceguera trágica, desoyó la voz prudente de Benegas Lynch y se emperró en presentarse a la reelección.
El resultado es conocido. En las recientes elecciones primarias Macri sufrió una aplastante derrota en manos del kirchnerismo. Y una vez más, la catástrofe se cierne sobre Argentina, envuelta en un torbellino político y financiero de incalculables consecuencias.