Al momento de debatir los problemas estructurales que posee Argentina, es común que cobre protagonismo el elevado y constante déficit fiscal que posee el país. Es cierto que el actual ministro de Hacienda, Nicolas Dujovne, anunció metas decrecientes del déficit primario de aquí al 2019. De esta manera, se espera que el 2017 termine con un déficit primario de 4,2 % del PBI, el 2018 de 3,2 % y el 2019 de 2,2 %. Sin embargo, son metas sobre el déficit fiscal primario y no sobre el déficit total (que es el que realmente importa, ya que también incluye el pago de intereses) y el cual ronda por sobre el 7 % del PBI. Este último déficit no es tan claro que logre reducirse. Si bien los números fiscales no son alentadores y el gradualismo es demasiado light, el problema de fondo más que el déficit fiscal es el gasto público.
No es lo mismo tener un déficit fiscal de 4,2 % del PBI con un gasto público que ronda el 40 % del PBI, que un déficit fiscal de la misma magnitud, pero con una proporción del gasto del 20 % del PBI. El segundo caso presenta una mayor facilidad para poder revertir la situación. Por el contrario, revertir un déficit fiscal cuando el tamaño del Estado es mucho mayor, es más complicado. Es precisamente en este punto donde Argentina tiene su verdadero déficit, en el enorme tamaño del Estado.
El presidente Macri es consciente de ello y en sus discursos suele remarcar que Argentina se encuentra en un camino de normalización; es decir, transformar a Argentina en un país normal. Esto implica tender a parecerse a países como Chile, Colombia y Perú. Si comparamos el tamaño del Estado de Argentina con respecto al de los países de la región mencionados, observaremos la larga tarea que nos queda por transitar. Como puede observarse en la figura 1, Argentina tenía un tamaño del Estado similar al de los países mencionados hasta el 2007. No obstante, a partir del 2008 comienza a crecer y Argentina se aleja de los países seleccionados y además también se aleja del promedio de la región (promedio 2017). De esta manera, Argentina incrementó su gasto público en un 12,2 % entre el 2007 y el 2017 y lo aumentó un 18, 9 % si se lo compara con respecto a 1993.
El promedio de la región incluye a: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela.
Figura 1. Gasto público del Gobierno central
El incremento del gasto público en Argentina queda en evidencia en comparación con los países a los cuales el presidente Macri aspira emular. La diferencia con estos países no es menor: con respecto a Colombia (+13,5 %), Chile (+15,0 %), Perú (+20,8 %) y en comparación con la región entera (+9,3 %). Adicional a esta gran divergencia, la estrategia del Gobierno para que el gasto público se reduzca todavía despierta grandes dudas de si es la adecuada. No se buscará reducir el gasto público en términos monetarios, sino que caiga en proporción al PBI debido a que este último comenzará a incrementarse.
El problema con este enfoque es que se precisa que la economía crezca de forma fuerte y sostenida por varios años, pero los problemas estructurales continúan siendo muy profundos para que esto sea viable. Uno de los principales obstáculos del crecimiento es la excesiva presión tributaria que actúa como espantainversiones, siendo estas últimas indispensables para que el PBI crezca. Sin embargo, la inversión extranjera directa aún deja mucho que desear.
Es cierto que Argentina no es el único país con presión tributaria alta, y en este marco suele citarse los casos de los países escandinavos, quienes tiene altas tasas impositivas y se los considera casos de éxito. Sin embargo, hay una diferencia crucial. Estos países primero generaron riqueza por varios años y luego comenzaron a elevar la presión tributaria. Por poner un ejemplo, en 1955 Suecia tenía una presión tributaria del 24 % del PBI. Para 1985, esta se había expandido al 45 % del PBI, manteniéndose cerca de ese nivel hasta estos días. Este incremento fue posible porque el crecimiento de Suecia fue de niveles impresionantes entre 1870 y 1970 (1). En concreto, es cierto que los países escandinavos lograron generar desarrollo y crecimiento económic, pero no es cierto que lo hicieron por cobrar altos impuestos. Por el contrario, políticas de libre mercado y competencia generaron riqueza en estos países, dándole la oportunidad al Estado de poder recaudar más en un futuro posterior. En cambio, Argentina se encuentra estancada hace varios años. Así, hoy el país cobra impuestos de países desarrollados, pero brinda servicios de países subdesarrollados.
En conclusión, más que el déficit fiscal, es el elevado gasto público el pecado original de Argentina. Los problemas macroeconómicos derivan de este exceso. Revertir déficit fiscales no es tarea sencilla, revertir déficit fiscales con un tamaño del Estado grande, es aún más difícil.
Para que las inversiones que generan crecimiento y desarrollo lleguen al país es necesario bajar la presión tributaria. Para que esto suceda es indispensable reducir el gasto público. De lo contrario, el crecimiento al que se aspirará será amarrete, siempre y cuando continúe la fiesta internacional permitiendo financiar el déficit fiscal actual.
(1) Para mayor información ver: Sanandaji, N. (2015), “El Poco Excepcional Modelo Escandinavo. Cultura, mercado y el fracaso de la tercera vía.”, Unión Editorial, p. 46.