
El domingo 13 de agosto se publicó un polémico artículo en The New York Times. Varios medios lo han reiterado en sus propias versiones. Se trata de “Por qué las mujeres tenían mejor sexo bajo el socialismo”. La autora del artículo, a su vez autora de varios libros sobre la nostalgia de los tiempos soviéticos y profesora de estudios de género, Khristen R. Ghodsee, resalta distintos puntos por los cuales sostiene que bajo regímenes socialistas existe no solo más tiempo libre para el sexo, sino que, además, las garantías estatales influyen sobre la sexualidad de las mujeres.
Para muchos es desconocido que nazi es la abreviación de nazionalsocialismus, que en alemán significa nacionalsocialismo. ¿Se imaginan un titular que anuncie que el sexo era mejor en el tiempo de los nazis nada menos que en The New York Times? Difícilmente.
Para quienes defendemos el liberalismo, que se centra en los derechos del individuo a ser y dejar ser, el socialismo —como colectivismo e intromisión estatal que es— en todas sus variantes, es criticable. Por eso invitamos a la reflexión sobre la soltura con la cual la autora no solo escribe, sino que publica en un medio masivo propaganda del totalitarismo y a favor de este. Desde luego, tiene la libertad de expresión de decir lo que le plazca, por más equivocada, a mi juicio, que pueda estar. Lo cual no quita que culturalmente hay mayor tolerancia por la variante internacionalista del socialismo que por la nacionalista.
Justamente lo que promueve en el texto la autora es que mientras más garantías le da el Estado a la mujer, más goce sexual tiene. Y que cuando depende de su trabajo, como sucede en el capitalismo, tiene menos tiempo y energía para el sexo. En el texto mencionado como único fundamento para tamaña aseveración fue un enlace a un video y anécdotas de casos particulares, sin contexto alguno. El video titulado “¿Tienen mejor sexo los comunistas?” se basa en Alemania luego de la construcción del Muro de Berlín.
Cuenta la historia de una Alemania dividida en dos, este y oeste, socialista y capitalista. Destaca cómo, tras la guerra, Alemania perdió a ocho millones de hombres y cómo esto impactó a la mujer en el hogar, en la industria y por supuesto, en la intimidad. Sin embargo, la autora no menciona todo lo que llevó al cambio en las dinámicas entre los sexos. Solo menciona que en promedio, de acuerdo con este estudio, las mujeres en la parte oriental tenían más orgasmos que sus vecinas en occidente.
El texto original está cargado de contradicciones. A continuación destacaré las más relevantes.
“En la década de 1930, Stalin revirtió gran parte de los primeros avances de la Unión Soviética en los derechos de la mujer: prohibir el aborto y promover la familia nuclear. Sin embargo, la aguda escasez de mano de obra masculina que siguió a la Segunda Guerra Mundial impulsó a otros Gobiernos comunistas a impulsar varios programas para la emancipación de las mujeres, incluida la investigación patrocinada por el Estado sobre los misterios de la sexualidad femenina. La mayoría de las mujeres de Europa del Este no podían viajar a Occidente o leer una prensa libre, pero el socialismo científico sí tenía algunos beneficios”.
Para comenzar, la autora equipara el aborto como un avance en los derechos de la mujer. No obstante, si nos basamos en la premisa de que la libertad conlleva responsabilidad y no asumir la de sus actos haciendo pagar a un tercero, como es el no nacido, evoca lo contrario a la responsabilidad. Asimismo, quiebra la base de la justicia que es la igualdad ante la ley, pues priva al no nacido del derecho fundamental a la vida. Por ende, pasa a ser no un derecho, sino un privilegio, pues es un “derecho” que no se extiende a todos los ciudadanos, por ejemplo al varón; no puede decidir prescindir de la vida de su hijo antes de nacer.
La autora lamenta que las mujeres hayan perdido ese “derecho” y cuenta cómo el régimen financió estudios sobre los misterios de la sexualidad femenina. Lo que no dice es que justamente el fin de estos programas fue instaurar el valor de la familia tradicional en los hogares, solo que bajo sus propios estándares. Ya que descubrió que la revolución no podía seguir en pie sin una población numerosa para sostenerla. Y luego de años de legalizar y financiar el aborto desde el Estado, decayó tanto la densidad demográfica como la formación de hogares con la institución familiar como núcleo. Ya que, ante la falta de anticonceptivos, el aborto se volvió la forma de evitar que los niños nacieran y ,a su vez, las condiciones económicas precarias desincentivaban tener hijos.
Sobre esto, en el 2013 el mismo periódico The New York Times publicó un artículo sobre los anticonceptivos en Rusia que indica:
“Durante 50 años, las mujeres rusas confiaron en abortos financiados por el Estado como su principal forma de control de la natalidad. Con píldoras, condones y otros anticonceptivos a menudo escasos, la mayoría de las mujeres en Rusia esperan enfrentar por lo menos una y a veces más de una docena de viajes a la clínica de aborto durante sus años de maternidad. Ahora el Gobierno ruso está tratando de frenar la tasa de aborto”.
Asimismo, menciona la escasez de mano de obra masculina luego de la Segunda Guerra Mundial, cosa que también pasó en Alemania, como una oportunidad del Estado para la “emancipación femenina”. Con total indolencia, se refiere a la masacre de una generación entera de varones en combate. Finalmente, resalta cómo a pesar de que la mayoría de las mujeres bajo el socialismo científico no podían salir del bloque soviético, ni leer prensa libre, tenían otras ventajas.
Es decir, las mujeres supuestamente tenían mejor sexo, pero solo dentro del lugar geográfico que les tocaba, sin poder leer lo que les complacía. ¿Qué tal un romance en París? Imposible. Otro punto para rebatir. ¿Qué tal una luna de miel en un destino paradisíaco? Tampoco. ¿Es realmente mejor entonces una vida sexual donde no hay la libertad de compartir intimidad en el destino que elija la pareja? La retórica es propia de una sátira. Pero no lo es, incluye menciones a la falta de papel higiénico y como tal necesidades básicas, pero eso sí, el Estado les garantizaba derecho a depender de él, bajo la excusa de que se valían por sí mismas y no de sus esposos, de paso menospreciando por completo el trabajo del hogar. La noción de emancipación de la autora consiste de que el Estado le dé a la mujer el derecho a terminar un embarazo a falta de las herramientas necesarias para evitar que suceda.
El día lunes 14 de agosto el texto original fue rectificado. Pues la autora comparó a la Unión Soviética en cuestión de derechos, a los EE. UU., donde ya el derecho al voto era legal en varios estados para la mujer, aduciendo que la revolución bolchevique le otorgó el derecho al voto a la mujer, pero fue un error no solo histórico sino matemático. Pero la corrección no da detalles. No dice que quien otorgó el derecho al voto fue el príncipe itinerante que gobernó durante meses en el periodo de transición hacia el socialismo, luego de que los marxistas derrocaron a la monarquía de los zares que fueron masacrados para instaurar —como el marxismo exige en la teoría y fue puesta en práctica— “la dictadura del proletariado”.
Para concluir, el placer es un concepto bastante individual, con lo cual medirlo en términos estatales es complejo. Sin embargo, para entender cómo puede ser (más) placentera la experiencia sexual se puede hacer una comparación con una situación de prisión. A fin de cuentas, en la cárcel te garantizan comida, techo, trabajo, pero no eres libre de salir cuando quieras.
Similar a lo que dijo el presidente Reagan cuando se derribó el Muro de Berlín:
“Los socialistas ignoran el lado del humano que es el espíritu. Pueden darte techo, llenar tu vientre de tocino y fréjoles, darte atención médica cuando estés enfermo, todas las cosas garantizadas a un prisionero o a un esclavo. No entienden que también soñamos”.
Tampoco toma en cuenta que en la Unión Soviética hasta 1993 la homosexualidad era un crimen federal que se pagaba con prisión y/o labor forzada, cosa que también sucedió en Cuba. Es decir, no tomó en cuenta el placer de estas personas, solo de las mujeres heterosexuales, condición que hace meses aparecía en una enciclopedia virtual cubana como perversión, pues la doctrina socialista denomina burgués todo deseo individual que no ponga primero al colectivo, al partido, a la revolución.
Decía el propio Trotsky, miembro activo y luego desertor de la revolución rusa, amante de Frida Kahlo, asesinado bajo orden del propio Stalin: “En el capitalismo, quien no trabaja no comerá; en el socialismo, quien no obedece no comerá”. Este detalle también lo pasó por alto la autora nostálgica del socialismo, la facilidad con la cual se condenaba y aún condena al ostracismo, prisión, campos de labor forzado, manicomios y, en el peor de los casos, fusilamientos, a quienes cuestionan al régimen, incluso siendo miembros del partido, como pasó en el caso del mismo Trotsky.
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Luego de preguntar a una activista cubana sobre este tema, sugiere pensar en el socialismo como en la cárcel, donde no hay responsabilidad individual, como sucede actualmente en Cuba. Prima el instinto sobre la razón. Por eso el sexo se vuelve la única actividad liberadora y uno de los pocos accesos a la satisfacción personal. Esta misma falta de responsabilidad se vincula a la facilidad de acceso al aborto que muchas veces ni eligen las propias mujeres, sino que los médicos —al ser empleados estatales— determinan quién nace y quién no, en el caso de las adolescentes, son las maestras, también empleadas públicas, sin consentimiento de los padres.
Es decir, bajo el socialismo —ante la falta de libertad de comercio— hay falta de suministros. Este fenómeno no es exclusivo de la Unión Soviética. Aplicó en Cuba, sobre todo durante el periodo especial cuando perdieron el financiamiento soviético y pasa hoy en Venezuela. Esa misma falta ha causado que en dichos países haya escasez de preservativos, lo cual genera impacto no solo en los índices demográficos, sino en los cuadros de salud, pues impide el acceso al anticonceptivo que más ayuda a prevenir las enfermedades de transmisión sexual. Pero esto no detiene el cada vez más evidente vínculo entre el feminismo y el socialismo que busca reemplazar a la figura del padre con el paternalismo estatal, un padre que provee a sus hijos todo lo necesario, incluso para un sexo más satisfactorio según la autora, que llama emancipación a la dependencia que provee el socialismo.