Con motivo del aniversario de nacimiento de Karl Marx, creador del socialismo científico, el 5 de mayo el diario The New York Times le deseó un feliz cumpleaños y publicó una columna de opinión indicando que “tenía razón”. Efectivamente, la tuvo. Pero no en la realidad en la que vivimos, sino en su imaginario que requería un nuevo hombre carente de voluntad.
La columna indica que “el factor clave en el legado intelectual de Marx en nuestra sociedad actual no es la filosofía”, sino la “crítica”, o lo que describió en 1843 como “la crítica despiadada de todo lo que existe”.
Dicha crítica comienza con la naturaleza humana. Para forjar el hombre nuevo necesario para el comunismo, donde el individuo deja de pensar en sí mismo y se centra en la revolución del proletariado, de forma de poner en práctica la teoría marxista, han sido necesarios campos de labor forzada desde la temprana adolescencia.
Lejos de terminar con la explotación, como auguraba, esta fue convertida en norma. Solo que en lugar de explotar por capital, como criticaba de sus enemigos, lo hacía por la revolución.
En el caso de Cuba, cerraron escuelas secundarias y los niños entre los 12 y los 17 años eran llevados lejos de sus familias a trabajar en la agricultura. El fruto de su trabajo les garantizaba techo, educación y comida, ni ellos ni su familia recibían un salario a cambio.
Hasta noviembre de 2016, luego de décadas de implementación, los adolescentes cubanos produjeron 9.300 millones de horas de trabajo sin remuneración. Poco a poco ha desaparecido este sistema, no por cuestiones humanitarias, sino por los costos de transporte que implicaban.
Niños de la provincia de Matanzas eran enviados a la zona cítrica de Jagüey Grande a cosechar frutas y cortar césped con machete. Los varones picaban piedras para preparar la tierra para sembrar. “Imagínate a los enanitos de Blanca Nieves y los estás viendo a ellos”, explica Bárbara Travieso, exiliada cubana de Matanzas.
En La Habana, donde vivía el ahora esposo de Travieso, cosechaban frutas. Explica que las cosechas de fresa eran cuidadas por guardias con armas largas. “Los niños tenían prohibido comer las fresas y los guardias les revisaban la boca a la salida del trabajo para ver si tenían tinte rojo que los delatara de haber comido fresas a escondidas”.
Ese método aplicó también para la juventud. Las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP) servían para que tanto adultos homosexuales como religiosos (quienes aún hoy tienen problemas de persecución) pudieran “rectificar su conducta”. Pues amar a alguien por encima de la revolución , sea a alguien de tu mismo sexo o a Dios, era propio de burgueses y por tanto una distracción para la revolución proletaria. El propio Che Guevara decía “el trabajo los hará hombres”. Indicando así que su preferencia sexual reducía su masculinidad…
Para quienes buscan distanciar el socialismo político del marxismo, ha sido útil adjudicar su puesta en práctica a los líderes. Hablamos de chavismo, castrismo, stalinismo, maoísimo, pero ocultamos la ideología subyacente. Incluso cuando se habla de nazismo, no lo llamamos por su nombre completo “nacionalsocialismo”.
Tanto en la historia como en la política, se ha removido al socialismo de la ecuación para ocultar el ingrediente principal de cada fracaso que ha costado millones de vidas, a causa de la miseria, hambre y frío –incluso en climas cálidos como Cuba en pleno el Caribe-, provocada por la falta de suministros como consecuencia de un sistema centralizado, donde la economía se maneja de modo impuesto y la burocracia que conlleva logra que no llegue a todos, de modo que se descarta a quienes no promueven la revolución que sostiene el sistema.
El propio Trotski, líder del ejército rojo en la Unión Soviética dijo: “en el capitalismo, quien no trabaja no comerá, en el socialismo quien no obedece no comerá”.
Esto se vivió de la forma más clara durante el Holodomor, “la hambruna artificial”, cuando 7 millones de ucranianos perdieron la vida por negarse a ceder su propiedad privada en beneficio de la “redistribución de la riqueza” como augura el marxismo.
The New York Times como encubridor del totalitarismo
Precisamente fue ocultando el Holodomor que The New York Times empieza su historial de blanqueamiento del totalitarismo. Walter Duranty, el corresponsal del diario en Moscú, ganó el premio Pulitzer, el mayor galardón para el periodismo, pese a haber negado el hambre masiva padecida por los ucranianos que arrasó con millones de vidas.
Escribió que “cualquier informe sobre una hambruna en Rusia es hoy una exageración o propaganda maligna”, y que “no hay hambre o muertes por inanición, pero hay una gran mortalidad por enfermedades debidas a la desnutrición”.
Sin embargo, en un comunicado a la Embajada Británica, al igual que en una carta a su colega comunista Eugene Lyons, informó que la población ucraniana fue “reducida”, indicando que entre seis y siete millones perecieron. Alegó que “las condiciones son malas, pero no hay hambre … Pero, para decirlo brutalmente, no se puede hacer una tortilla sin romper huevos”.
Es decir, para lograr la revolución, hay ciertos sacrificios necesarios… Como son el hambre, la destrucción y las muertes en cifras descomunales. Por ello, Duranty pasó a ser conocido como el “tonto útil” número uno de Stalin, líder de la Unión Soviética en ese entonces.
Duranty no se limitó a ocultar los crímenes del socialismo, también denunció abiertamente a quienes escribieron sobre la hambruna. Los acusaba de propagandistas “antibolcheviques” y “reaccionarios”. Por ejemplo, cuando el cardenal Innitzer de Viena pidió auxilio internacional, luego de anunciar que la hambruna ucraniana estaba cobrando millones de vidas, lo cual llevó a los sobrevivientes a cometer infanticidio y canibalismo (fenómeno que sucedió antes en Rusia bajo Lenin), Duranty, a través de The New York Times, replicó con entusiasmo la respuesta oficial soviética: “en la Unión Soviética no tenemos caníbales ni cardenales”.
También lo hizo el diario cuando Fidel Castro subió al poder, al igual que cuando falleció. Pero la más grotesca fue en agosto del año pasado, cuando publicaron un texto indicando que “por qué las mujeres tenían mejor sexo bajo el socialismo“, alegando que mientras más garantías le da el Estado a la mujer, más goce sexual tiene.
Esto nos remonta a la frase de Ronald Reagan, presidente de los EEUU cuando cayó el muro de Berlín: “Los socialistas ignoran el lado del hombre que es el espíritu. Pueden brindarte refugio, llenarte la barriga con tocino y fríjoles, tratarte cuando estás enfermo, todo lo que se garantiza a un prisionero o esclavo. Ellos no entienden que también soñamos”.
Desde luego, la columnista que idealizaba la “nostalgia roja” desde la comodidad de EEUU, no vivió la escasez de anticonceptivos en Venezuela que abrió un mercado negro para píldoras abortivas, ni los infanticidios de madres rusas que llegaron incluso a matar a sus hijos menores o bien para que no murieran de hambre o para alimentar a sus hijos mayores con su carne en los tiempos de Lenin.
Por ello, se atreve a asociar el placer con la “tranquilidad” de la dependencia estatal, en lugar de la libertad de elegir cuándo, cómo, con quién y dónde; olvidando que la libertad de movimiento es la primera que se suprime bajo el socialismo.
Eso lo vivimos aún hoy con los balseros cubanos, experiencia que sintetizó el filósofo Revel: “Lo que marca el fracaso del comunismo no es la caída del Muro de Berlín en 1989, sino su construcción en 1961. Era la prueba de que el socialismo real había alcanzado un grado de descomposición tal que se veía obligado a encerrar a los que querían salir para impedirles huir”.