Una imagen usual que se viene reiterando, casi calcada, alrededor del mundo es la protesta de la izquierda al momento que los gobiernos deben hacer recortes del gasto público.
Ya sea porque se terminó el acceso al crédito o porque se agotó el recurso inflacionario de la impresión de billetes, cuando llega el momento de austeridad (posterior al derroche) es el momento de quemar banderas de Estados Unidos, de despotricar contra el capitalismo y de hablar pestes del Fondo Monetario Internacional. Esta organización, que aparece con un discurso aparentemente racional de reducción del gasto, nunca se hizo cargo de su colaboración en la gestación del problema.
El FMI inició sus actividades en 1945 y está compuesto por 184 países. En sus estatutos destaca su rol de cooperador en materia monetaria a nivel mundial, que es un facilitador del comercio internacional en la búsqueda del desarrollo sustentable y que busca la reducción de la pobreza. Pero más allá de lo que podamos decir, para la mayoría del “progresismo” internacional, para muchos comunicadores y medios de izquierda, el FMI es sinónimo de “neoliberalismo” y “capitalismo”. Esta afirmación no solo es errónea, sino que la institución en cuestión representa todo lo contrario.
Para empezar a desmitificar esta fallida asociación, nada mejor que comenzar con el origen de los fondos que maneja el FMI. Para hablar de una relación del Fondo con el liberalismo o el capitalismo tendríamos que estar en una circunstancia de fondos privados y voluntarios.
Una organización tiene el derecho de prestar dinero sin interés, con bajas o altas tasas y dar los consejos que quiera a los que deseen formar parte del club. Pero en este caso los dineros son de los países miembros, o mejor dicho de sus ciudadanos, que lo pierden a manos de los impuestos que les imponen sus gobiernos. Pero…si el liberalismo aboga por un gobierno limitado y un control absoluto del gasto público ¿Cómo podría subsistir el FMI en un esquema verdaderamente liberal? Lo cierto es que no se podría mantener.
Si los ciudadanos pudiesen elegir financiar vía recursos fiscales el FMI o conseguir una reducción de impuestos adivinen qué escogería libremente la gente. Estas estructuras internacionales tienen lugar gracias a los altos impuestos, y por sobre todas las cosas, a que nadie sabe que está pagando. El manifestante argentino de izquierda, que aboga por altos impuestos como solución a los problemas, desconoce que parte de esos recursos están siendo utilizados por el FMI para financiar un dictador en algún rincón de África….y que como si esto fuera poco, los súbditos, víctimas del tirano subsidiado, serán los que paguen la cuenta.
Para concluir esta idea, podemos afirmar que el abastecimiento de los fondos del FMI es antiliberal. Es decir, estatista.
Luego de entender la matriz coercitiva del combustible que hace funcionar al FMI veamos cómo se utilizan los recursos en cuestión y por qué la deuda pública que los países contraen con el FMI y otras instituciones están en las antípodas de los conceptos liberales más básicos.
Recordando al Nobel Milton Friedman y sus formas de gastar el dinero (la más eficiente, dinero de uno en uno mismo, las menos eficientes dineros de otros en cosas para uno, o dinero de uno en cosas para otros y la peor de todas, dinero de otros para cosas de otros, como gastan los gobiernos) estamos en condiciones de hacer una analogía en el análisis de las posibilidades del endeudamiento.
Podríamos decir que puedo generar un proceso productivo cuando me endeudo para mí mismo, ya que soy consciente sobre la necesidad del dinero que necesito, sus fines y sé cómo lo puedo devolver (en su defecto deberé hacerme cargo). También podría ser eficiente prestar nuestros propios recursos a quien estamos seguros que estará en condiciones de devolvernos el dinero con algún interés. Pero si el que presta es un burócrata que no estará en funciones al supuesto momento del reintegro de los fondos (que no le pertenecen) y si el gobernante que recibe tampoco será el que pague la cuenta, estamos ante una circunstancia desastrosa. Así presta el FMI y así reciben dinero los gobiernos.
Ya es hora de preguntarnos por qué muchos de los países “ayudados” terminan quebrando, en crisis y con estas manifestaciones absurdas donde el fondo aparece emparejado a lo que no es.
Si bien los argumentos de la izquierda sobre el parentesco del FMI y el liberalismo son sus “recetas” (donde sí aparecen recomendaciones liberales), lo más justo es ver cuáles son sus acciones y sus consecuencias, para no caer en el refrán de “haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”.
El rol del FMI, que recomienda abrir los mercados y achicar el gasto público, mientras que, prácticamente, “regala” dinero a gobiernos deficitarios (podemos decir “regala” ya que como dijimos, otro gobierno pagará la cuenta y no el que la recibe y la utiliza) se asemejaría mucho al cantinero que continúa dando alcohol a un borracho, pero que mientras tanto le recomienda que un día debe ponerse sobrio.
¿Qué mejor que la existencia de una entidad como esta para continuar con los ciclos de déficit fiscal? La verdad que ninguna.
Desde la perspectiva liberal, la circunstancia ideal que debiera enfrentar un gobierno en déficit es la de la imposibilidad total de endeudarse. Cuando el déficit aparece, y no se puede palear con presión impositiva o emisión monetaria, lo ideal es que se corrija en el momento cuando los daños pueden ser mucho menores. La continuidad del déficit financiada por estos préstamos que suelen ser a tasa más baja que la del mercado no hacen otra cosa que postergar el momento de la corrección, generando mayores inconvenientes a los países en crisis.
Estos son solo algunos argumentos (ya que existen mucho más) como las distorsiones en los mercados por la aparición de estos ingresos sin relación alguna con el capital disponible o los desastres que han causado en países subdesarrollados al poner en banca rota pequeños emprendimientos emergentes con sus “donaciones”, pero alcanzan como para comenzar el debate necesario sobre el antagonismo de estas entidades en relación al capitalismo, la libre empresa y el liberalismo en general.