En las últimas elecciones presidenciales, el macrismo, que dejaba el Gobierno luego de una fallida gestión económica, lanzaba una dura advertencia: si votan por la dupla de los Fernández, en Argentina «se viene el chavismo venezolano». Luego de la paliza de las primarias, cuando quedó en evidencia que el Frente de Todos ganaría en octubre, el mismo Mauricio Macri intentó calmar los ánimos. Las corridas sobre el dólar y las devaluaciones constantes ya anticipaban el pánico general.
Lo cierto es que el peronismo, en cualquiera de sus versiones, no tiene nada que ver con el chavismo. El experimento socialista de Venezuela, que buscó sostenerse en el petróleo y unos pocos empresarios locales, llegando a importar hasta el alimento, es muy diferente al autoritarismo en sus versiones peronistas. Argentina es un país de un potencial argoexportador excepcional y sus sindicatos son herederos de la tradición derechista del justicialismo original, que en los setenta combatió a lo que ellos mismos denominaban «la infiltración marxista en el movimiento». El peronismo, inclusive en esta versión neokirchnerista, no tiene en agenda un control gubernamental de los medios de producción. Son demasiado vagos e ineptos para producir la riqueza del país. Un experimento socialista en Argentina nos podría dejar hasta sin carne y vino en tiempo récord.
Ellos buscan otra cosa, que para el caso no deja de ser peligrosa. Un corporativismo mixto de empresarios prevendarios (en el mejor de los casos, socios), una presión impositiva agobiante (que convierta al Estado en un socio que cobra, pero no invierte) y un sindicalismo fuerte que controle al sector privado. No para expropiarlo o estatizarlo, pero sí para mantenerlo produciendo en niveles casi esclavizantes. El discurso de izquierda es para los giles que se compran el buzón de la encarnación peronista de turno. Muchos incautos dieron la vida por la revolución socialista de Perón, que nunca llegó ni va a llegar jamás.
Pero aunque técnicamente existan diferencias marcadas, de seguir en este sendero, Argentina podría terminar muy parecido a Venezuela. La urgencia de impunidad de la plana máxima kirchnerista podría terminar con el poco Estado de derecho que nos queda y el estatismo agobiante podría llegar a destruir la economía por completo. No hace falta un Chávez expropiando por la calle para liquidar totalmente al sector privado. El saqueo fiscal creciente y permanente puede terminar con la desaparición del espacio productivo, ante posibilidades más civilizadas de negocios en Uruguay, Paraguay y Brasil.
Este comenzar a transitar el camino “bolivariano” (pobre Simón Bolívar, con lo que se lo terminó asociando, sepa disculpar su espíritu) tiene un aspecto muy preocupante, sobre todo si miramos el capítulo siguiente de la historia que nos regala Venezuela: la oposición incauta e ingenua que se dedica a darle tiempo y aire a un Gobierno que no hace otra cosa que adueñarse de las estructuras del Estado, mientras destruye por completo al país.
El macrismo, que le regaló el retorno triunfal al kirchnerismo por evitar las reformas económicas y estructurales que el país necesitaba, mientras nos advertía que si no los votábamos de nuevo «venía el chavismo», podría tomar nota de la experiencia venezolana y darse cuenta de que el riesgo en cuestión también depende de ellos. Si el oficialismo va por todo, una oposición timorata y dialoguista con el régimen nos acerca mucho más al desastre del país hermano.
En la jornada de hoy, los legisladores de Juntos por el Cambio tendrán una reunión virtual para confeccionar un documento que pretenden llevarle al peronista Sergio Massa, titular de la Cámara de Diputados. Buscan una tregua mediante el programa de “Cuatro acuerdos para una nueva etapa” y así evitar la judicialización del debate político. Cabe destacar que la semana pasada, ignorando por completo el reglamento y el vencimiento del protocolo, el oficialismo sesionó de manera ilegal. Con esos personajes el macrismo pretende una “tregua” y un “acuerdo”.
El Gobierno está golpeado y la opinión pública, al día de hoy, le daría un amplio apoyo a la oposición, según se manifiesta en las primeras encuestas. En 2021 hay elecciones legislativas, pero Argentina define mucho más que eso: será la señal para un Poder Judicial politizado que mide sus fallos por el clima electoral del país. Viendo lo caro que pagó Venezuela tener una oposición complaciente, que salvo ejemplares excepciones tardó demasiado en denunciar la vigencia de una dictadura, la “oposición” argentina tendría que ser más responsable y valiente y menos “rosquera” en lo político.
Al día de hoy, intendentes y gobernadores de la oposición parecen miembros del oficialismo. Sin contar el desempeño bochornoso de Horacio Rodríguez Larreta, intendente de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que se muestra más cómodo con el proyecto liberticida de Fernández que con Macri. Si los opositores que están a cargo de una gestión ejecutiva no pueden confrontar con el poder central por cuestión de fondos y recursos, que tengan el gesto patriótico de renunciar a sus ambiciones políticas a futuro. Y que la oposición se separe de ellos, con urgencia. Un Gobierno que pretende buscar una reforma judicial, que se puede convertir en la impunidad para siempre de la corrupción K, no puede tener opositores sentados en la mesa política con ellos.
Si el oficialismo pretende avanzar con este proyecto autoritario y estatista, que la sociedad ya manifestó en las calles que rechaza mayoritariamente, la oposición tiene que declarar una guerra sin cuartel e impugnar en la justicia todas las tropelías del régimen. La batalla final serán las elecciones legislativas del año próximo y ahí es a matar o morir.
Luego del “golpe de Estado” legislativo reciente, que los mismos votantes de Cambiemos denunciaron en las redes sociales como tal (y que algunos legisladores opositores tímidamente retuitearon), y la actitud de hoy de los diputados macristas, cabe recordar a Winston Churchill:
El que se humilla para evitar la guerra, tendrá la humillación y tendrá también la guerra.