
Más allá de las amenazas, agresiones y consabidas fanfarronadas afirmando lo contrario, Nicolás Maduro y otros voceros de su gobierno andan más que preocupados por el cerco interamericano que paulatinamente les está rodeando para que abran la salida electoral en Venezuela.
Para ellos, como para todos lo que lo quieran ver, es obvio que ese cerco es serio y contundente, que ya no se trata de una simple presión internacional esporádica e intermitente como la que sucedía antes de finales de 2016 cuando aún había esperanzas de que la salida electoral y pacífica era posible en el país. Pero esa presión moderada cambió desde que el propio régimen madurista cerró esa puerta electoral -que continúa cerrada-, al negar el referendo revocatorio solicitado por la oposición democrática y posponer sin fecha las elecciones locales y regionales.
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La piedra angular de ese cerco actual es, sin duda, el nuevo informe que ha presentado el Secretario General de la OEA, Luis Almagro, a todos los miembros del sistema interamericano; un documento que se convertirá en un hito en la defensa de la democracia continental, donde destaca la aplicación de la Carta Democrática Interamericana, incluyendo la suspensión del país de la OEA, en caso de que el gobierno venezolano no convoque a elecciones generales en 30 días. El informe también echa por tierra la farsa del diálogo sobre el cual se escudó Maduro para no hacer cambios y ganar tiempo para su radicalización.
No se sabe si en efecto el secretario Almagro logrará los votos necesarios para que se aplique la CDI, pero después de haber trabajado un año entero buscando consenso en la región, sí es posible que se logre al menos los 18 votos iniciales en el Consejo Permanente de la OEA para que se haga un llamado de atención al gobierno venezolano “reconociendo la alteración del orden constitucional y pidiendo el restablecimiento inmediato en el cumplimiento de la Constitución venezolana y las garantías democráticas contempladas en la Carta Democrática”.
Ello es posible porque el contexto regional es muy distinto al de hace un tiempo atrás y la correlación de fuerzas políticas –tanto de gobiernos como de parlamentos y autoridades locales- no le es favorable al régimen venezolano. El gobierno de Maduro ha sumado un desprestigio significativo y ya no tiene la capacidad de compra de votos de antes.
Además, el nuevo gobierno de Estados Unidos, no sólo está a favor de ese cerco colectivo a través de la OEA y está trabajando por él, sino que ha emprendido medidas unilaterales, como la de aplicar sanciones al actual vicepresidente de Venezuela, Tareck El Aissami, acusado de desempeñar un papel significativo en el tráfico internacional de narcóticos, que podrían llegar hasta la ruptura total de relaciones diplomáticas y comerciales con Venezuela.
Si finalmente la OEA llega al consenso de sancionar de alguna forma a Venezuela o de suspenderla del organismo como sugiere Almagro, si es que el Madurismo no responde positivamente a las recomendaciones en el plazo perentorio de 30 días, no es de extrañar que otros gobiernos de la región empiecen a tomar medidas unilaterales hacia el régimen de Maduro, al estilo de los Estados Unidos, y que otros organismos multilaterales lo aíslen y presionen aún más.
Incluso, con la OEA en contra al gobierno venezolano le sería muy difícil conseguir crédito internacional. Es que la OEA, aun cuando sus sanciones son más bien políticas y simbólicas, si funciona en consenso puede generar hasta bloqueos económicos. Esta situación sería aún peor si es el propio régimen el que toma la decisión de salirse de la OEA como tantas veces ha amenazado.
De modo que no es tan cierto que, como dijo el excanciller chavista Roy Chaderton en días pasados, “Venezuela puede vivir sin la OEA”. Al menos no podrá vivir tranquila, sino permanentemente acosada. Es cierto que la Cuba castrista ha vivido relativamente tranquila desde 1961 hasta hace poco fuera del ente regional, pero los tiempos han cambiado y los actuales tampoco le favorecen.
Nicolás Maduro no tiene la fortuna de vivir los tiempos regionales que vivió Fidel y Raúl Castro, y el estado de descomposición, crisis y caos que vive Venezuela en la actualidad no la vive ni siquiera Cuba.