José Mujica es tal vez la muestra más grande de la creación de un proceso de identificación con el votante para conseguir simpatías, porque el expresidente goza de, muy a menudo, lanzar frases con aparente profundidad a lo Zaratustra.
El engaño funciona. La gente compra la imagen y todo lo que ésta represente, incluso en la contradicción. Es el título del libro lo que importa, no su contenido. Cuando ‘’el presidente más pobre del mundo’’ apareció en escena, como consecuencia del mismo engaño, el mundo empezó a confundir ‘’pobre’’ con ‘’capacitado’’, ‘’idóneo’’, ‘’noble’’, ‘’transparente’’ o, más doloroso aún, ‘’bueno’’. La idealización de la pobreza es quizás el cáncer más grande un continente quebrado. La pobreza es, de repente, una virtud.
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Ser pobre es, casi instantáneamente, ser honesto y trabajador. José Mujica, entre la guerrilla, la cárcel y la vida política, trabajó muy poco en su vida. Todo es por y para los pobres, que, por supuesto, son todos de intachable conducta. En perfecta coherencia, los ricos son despiadados, explotadores y vividores. No puedo evitar preguntarme, sin embargo, si la pobreza es tan buena, ¿por qué no fue Chávez pobre? ¿Por qué los Castro no son pobres? ¿Por qué no lo es Cristina Fernández de Kirchner?
Todo este discurso obsoleto se quiebra algún día. En el muro de ‘’somos pueblo’’ aparecen grietas, se multiplican.
Y en Uruguay, las grietas comenzaron a aparecer de manera casi consecutiva hace ya cinco años, a finales del Gobierno de Mujica. El Frente Amplio, que sobrevivió los escándalos de PLUNA y ANCAP, parece que no sobrevivirá a sí mismo.
Tabaré Vázquez, presidente de Uruguay, predecesor y sucesor de Mujica, goza de una popularidad de apenas el 35%. Su vicepresidente, Raúl Sendic, artífice de la catástrofe de ANCAP, es incluso menos popular. Y uno pensaría que ante tal realidad la izquierda sería cautelosa, después de todo, el contexto económico no es el ideal para, como si fuese poco, lidiar con una imagen. Seguro ellos se cuidan, seguro lo hacen. Pero lo cierto es que no, son demasiado soberbios para ello. La izquierda a nivel mundial ha sido abanderada en arrogancia intelectual, y en este caso, Uruguay no sólo no es menos, sino que se atreve a dar cátedra.
El ejemplo más reciente de la soberbia izquierdista uruguaya fueron los dichos de la ministra de Educación, María Julia Muñoz, (quien fuera otrora ministra de Salud Pública), quien se refirió al exdirector de Educación, Juan Pedro Mir, como “un maestro de escuela que no dio la talla para el cargo porque no estaba capacitado”. El mencionado exjerarca pertenece a la misma fuerza política que Muñoz (y que, por supuesto, Mujica, Vázquez, Sendic). Y así de fácil, así de rápido, el engaño se devela: ellos juegan a ser uno del montón sólo para que el montón los vote, pero no lo son; ellos están convencidos de ser superiores.
Mir es, incluso en la oposición, un hombre respetado. Un maestro de escuela (ninguna profesión es más apropiada para ocupar el cargo de Director de Educación) que renunció a su cargo pues no creía posible hacer las reformas educativas que Vázquez prometió durante su campaña. Es decir, un hombre honesto que se negó a mentir.
Tristemente, la cúpula de la izquierda no es representada por personas como Mir (éstos terminan siempre renunciando, renunciados o acusados de ‘’indisciplina partidaria’’, figura política importante en Uruguay si las hay) sino por personas como Muñoz, que aseguran ser de pueblo porque participan en el carnaval.
Mir no sólo reveló que las promesas de Vázquez eran imposibles de cumplir, sino que, presionado por la fuerza política, se negó a rectificarse. Esto, para la ministra, pareciera ser un hombre que ‘’no da con la talla’’.
Las reacciones no tardaron. Los maestros, con todo derecho, exigieron la renuncia de Muñoz. Si la ministra de Educación no considera la docencia como la noble profesión que es, ¿quién lo hará? ¿No tienen los maestros ya demasiado con salones repletos, edificios en pésimo estado y salarios insultantes para que la jerarca que jura representarlos los desestime?
Muñoz no ha renunciado y a un nivel estrictamente personal, creo que no lo hará. En el caso de que así suceda, permanecerá en las sombras por unos meses y luego volverá a ocupar otro ministerio. Así es en Uruguay y así suele ser en la América Latina populista. La arrogancia los hace intocables. Los bienintencionados, que por supuesto sí existen, quedan atrás.
La disciplina partidaria es más importante que la moral, que el bien común. El Frente Amplio mira los hechos a la distancia, como siempre. Casi no pronuncia palabra y en esta ocasión hay un motivo lúgubre detrás: está muy ocupado reformando la Constitución, que tomará un tinte chavista.
El engaño es fácil de ver en el populismo si se le da tiempo. La ministra degrada a los suyos. El maestro invita a la ministra a debatir sobre educación, pero ésta, por supuesto, lo ignora. Para la ministra, el maestro es un ‘’resentido social’’.
Y nadie hace nada porque claro, el engaño de los populismos, funciona.