
La economía mexicana se había mantenido relativamente inmune a la posibilidad de que Andrés Manuel López Obrador triunfe en las próximas elecciones presidenciales. Hasta estos días, en los que esa inmunidad parece haber caducado. Los economistas discuten si la reciente volatilidad en el tipo de cambio se debe a que los mercados comienzan, ahora sí, a procesar el peligro que López Obrador representa.
Para algunos, los movimientos cambiarios tienen más que ver con otras causas: Siria, Corea, la revisión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el aumento de tasas de referencia en EEUU, etc. Aunque lo cierto es que suceden tras un duro desacuerdo entre el candidato presidencial y los empresarios, especialmente con Carlos Slim a propósito del nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, lo que da solidez a la idea de que son una reacción a su prominente posición en las encuestas.
Desde la resignada idea de dar el beneficio de la duda a un posible gobierno de López Obrador, se ha pasado dramáticamente en unos días hasta una creciente alarma por sus propuestas, sobre todo entre empresarios y analistas financieros.
Así, comienzan a circular escenarios de un fuerte deterioro en los principales indicadores económicos tras un posible triunfo de López Obrador: aumento de inflación, altas tasas de interés, salida de inversiones, y se habla, incluso, de que el precio del dólar podría llegar a los 25 pesos por dólar, desde los 19 en la actualidad, lo que sería una verdadera hecatombe para la economía y para todos los mexicanos.
La creciente autoconfianza en su probable triunfo ha estimulado de más la lengua de López Obrador y de sus aliados (sin contar a su enorme ejército de bots y troles con que ataca a sus críticos, y en el que el racismo, el clasismo, la misoginia y la descalificación son casi su monopolio), llevándoles a prometer, envalentonados, desde una confusa amnistía a delincuentes,.
Hasta la expropiación de todas aquellas empresas que no se plieguen a los designios del nuevo gobierno, pasando por una autosuficiencia alimentaria, mediante el control de precios, en detrimento del floreciente sector exportador agropecuario, o la reiterada amenaza de echar atrás todas las reformas estructurales en economía y educación. Cualquiera de estas propuestas, por sí sola, cimbraría esta u otra economía. En conjunto, son un programa económico que ha resultado una gran catástrofe donde quiera que se ha aplicado.
La hemorragia discursiva de López Obrador en esta campaña, y los efectos que ya se dejan ver en la economía real de todos los mexicanos, reflejan bien uno de los problemas esenciales de nuestras democracias: los políticos promueven ideas y toman decisiones que afectan a todos pero jamás asumen un costo personal cuando éstas salen mal. Cuando eso sucede, saltan al siguiente puesto, a promover otras ideas y tomar más decisiones… sin ningún tipo de consecuencia directa para ellos.
Así vistas las cosas, para avanzar en democracias más eficientes y sociedades más justas, deberíamos exigir que aquellos que toman decisiones de gobierno y que impulsan políticas públicas se vean de algún modo afectados por las consecuencias de lo que hacen y promueven, pues siempre es fácil ser generoso, creativo y arriesgado cuando los demás pagan la cuenta.
La diferencia, esencial, ahora, es que López Obrador y sus aliados están pidiendo el voto. Lo necesitan con premura y desesperación, para tener algún chance de concretar sus proyectos y continuar sus carreras. De algún modo, negarles ese voto sería el único mecanismo de rendición de cuentas a nuestra alcance. Y antes de que las consecuencias sean peores: Peores para nosotros, claro, pero sin ningún costo para él ni sus aliados durante los siguientes años.
Negarles ese voto no debiera ser difícil. Pensemos solo en todo el daño irreparable que López Obrador ya ha causado a la economía mexicana y al bienestar de todos los mexicanos: Los bloqueos petroleros de 1995, la incontrolada corrupción durante su gobierno en Ciudad de México entre 2000-2005, la crisis política y el cierre del Paseo de la Reforma en 2006, los sindicatos casi delincuenciales que ha tutelado y que hoy se parapetan tras su candidatura, sus periódicos escándalos de corrupción (finalmente todos impunes), su permanente discurso de odio que ha dividido en bandos al parecer ya irreconciliables a la sociedad mexicana…
Todos estos daños debieran ser una luz preventiva para sus actuales seguidores: Sus necesidades y proyectos realmente no le importan a López Obrador ni los comparte, le son ajenos, meramente instrumentales; de importarle, habría actuado de otra manera, sin cometer el mismo agravio una y otra vez. Lo único que le ha interesado, siempre, ha sido el poder y a él ha sacrificado el bienestar y los sueños de todos.
Ha transcurrido solo una tercera parte del período asignado oficialmente a las campañas electorales. En este lapso, es probable que la enorme ventaja de López Obrador apenas haya comenzado a erosionarse, por su pésimo desempeño en el primer debate presidencial y por la inquietud económica que innecesariamente está causando, como veremos en las próximas encuestas
En los dos meses que restan, serán cada vez más visibles los altos costos de su posible triunfo. Y probablemente, una volatilidad económica más y más acentuada conforme se acerque el 1ero. de julio, lo que será un poderoso disuasor para muchos electores hasta hoy decididos a votar por él. Esperemos que el resto necesario para evitar su triunfo lo haga el propio elector, mediante una evaluación realista de los perjuicios reales que ha sufrido a manos de López Obrador en su ya larga carrera política.