
El chileno Axel Kaiser es abogado, escritor y pensador. Su figura es una de las más relevantes en el seno del liberalismo latinoamericano. PanAm Post se reunió con él para hablar del intenso debate que está generando la inmigración en Europa y Estados Unidos.
¿Cómo afrontar desde el liberalismo el debate sobre la inmigración?
Existe un gran debate entre liberales sobre cuál es la posición que debemos adoptar con respecto a la inmigración. Hay una postura dogmática y una realista. La dogmática es aquella que parte de que hay que defender un principio absoluto e infranqueable, que no entiende de excepciones. Ese principio sería la teórica libertad que tendrían todos los individuos del mundo para moverse donde quieran.
Esta postura tiene implícito un cierto principio de anarquía, en la medida en que parece moverse en una realidad en la que no existen los Estados. De modo que estamos ante una mirada ideológica, que no baja al terreno de la realidad y de las consecuencias efectivas. En eso, no hay muchas diferencias con el socialismo, que igualmente postula fronteras abiertas y también niega la realidad en lo referente a los resultados de su doctrina económica.
También está la postura liberal realista. ¿Cómo la definiría?
De entrada, afirma la libertad de moverse de una comunidad a otra, pero la sujeta a la viabilidad práctica que supone esa misma libertad. Las personas, al vivir en comunidades políticas, comparten una serie de mínimos comunes, un conjunto de valores, que en última instancia son los que hacen posible que esa comunidad no se desintegre y termine degenerando en un escenario de enfrentamientos tribales.
En el mundo desarrollado, un valor esencial de ese mínimo común es la tolerancia y el respeto por los derechos del individuo. Son cuestiones que no son abstractas, sino producto de la evolución cultural de Occidente. Y esas cuestiones configuran una cierta identidad que admite un alto grado de diversidad, pero fija una serie de presupuestos básicos y fundamentales.
Con migraciones masivas de personas que vienen de culturas distintas y contrarias, se pone en cuestión ese mínimo común. Una migración masiva no puede ser asimilada de forma efectiva, menos aún cuando parte de valores opuestos a los de Occidente. Eso lleva a un conflicto creciente. Lo vemos manifestado de diversas formas, todas ellas contrarias a la convivencia pacífica.
¿Qué consecuencias tiene una política migratoria sin límites?
Con la migración de culturas menos evolucionadas, el coste social de la migración termina siendo insostenible. Aumenta la delincuencia, como vemos por ejemplo en Alemania o Suecia. Sube el desempleo, generalmente por la dificultad de crear empleo entre personas muy poco cualificados. Y, al no existir ningún control, la sensación de inseguridad puede ir a más, hasta el punto de que se infiltra la amenaza terrorista.
¿Hay que repensar el Estado de bienestar para considerar estas cuestiones?
Existen países con Estado de bienestar que financian y posibilitan esas migraciones. Sin embargo, la factura de pagar los costes de esas migraciones recae en los contribuyentes de los países receptores. Todo esto supone presiones cada vez más grandes para el erario. Por eso Milton Friedman sostenía que no puede haber una migración abierta con un escenario de Estado de bienestar. Un liberal dogmático dirá que el problema es el Estado de bienestar, pero, si nos vamos a la realidad, en la realidad hay un Estado de bienestar, entonces hay que reconocer cuáles son las cartas con las que jugamos, para así diseñar una política migratoria inteligente y selectiva.
¿Qué factores deben guiarnos a la hora de abrir o cerrar las fronteras?
Hay culturas que no son productivas y que no logran desarrollos socioeconómicos aceptables. Lo explica muy bien Thomas Sowell: hay culturas que fracasan y otras que tienen éxito. Cuando tienes grupos de inmigrantes de ciertas culturas que llegan a un país y no se integran, es normalmente porque pertenecen a culturas cuyas tradiciones, valores y costumbres conducen al fracaso. Por eso Sowell dice que no existe el inmigrante abstracto: no es lo mismo un inmigrante que viene cualificado, preparado, con conocimientos y, sobre todo, adaptado a los valores de la comunidad, que uno que no está preparado, pero además tiene creencias opuestas a esos valores comunitarios.
Por último, Friedrich Hayek tampoco era partidario de la migración abierta. Jamás la habría defendido para culturas completamente distintas. Es una auténtica locura. Hayek advirtió que una inmigración excesiva puede desatar reacciones nacionalistas, pues entendía cómo funciona la naturaleza del ser humano, pero añadió también que la libertad es una conquista intelectual que no todas las culturas son capaces de reproducir.
Jamás asumió Hayek una posición dogmática a favor de la migración, aceptándola siempre y en todo caso. De modo que lo razonable desde el enfoque liberal es tener políticas migratorias de puertas abierta, pero selectivas. Ni Europa ni Estados Unidos han actuado así, lo que conduce a conflictos crecientes entre distintos grupos.
El auge de partidos populistas y nacionalistas es un resultado. También lo es el aumento de la inseguridad, la pérdida del sentido de identidad, el aumento de las cargas fiscales… En Alemania vemos que alcaldes de izquierda advierten de la imposibilidad de seguir manteniendo una política de puertas abiertas.
¿Cree que la inmigración sin control pone en jaque la prosperidad de Occidente?
La libertad no cayó del cielo. Es un principio, pero se llega a él como resultado de un desarrollo evolutivo de las instituciones. Ahí se ha llegado especialmente en las culturas occidentales. Y eso arroja un marco de valores en el que unas culturas sí se integran y otras no. Los asiáticos son un ejemplo de lo primero. Los musulmanes, sin embargo, arrojan pésimos índices de integración. De hecho, sus niveles de asimilación van a peor: la segunda generación muestra mayor desapego que la primera. De ahí el símil que hace Niall Ferguson entre la Europa actual y el Imperio Romano, que en parte se vino abajo por las excesivas migraciones germanas.