Por Carlos Sabas Fuentes*
El 24 de febrero los venezolanos amanecieron con una profunda tristeza, no solo por la muerte de sus connacionales ese día, sino por sentir la inmensa sensación del fracaso.
Ciertamente estamos ante un proceso inédito que, si bien se desarrolla a gran velocidad, es contraproducente pensar que la solución deba ser tan rápida; pero las declaraciones del presidente (E) Guaidó, así como la de los diputados de la Asamblea Nacional advirtiendo que la ayuda humanitaria entraría al país “sí o sí”, despertaron gran entusiasmo y una inmensa sensación de triunfo inequívoco e inmediato. Se llegó a pensar que quienes representan los poderes legítimos del Estado tendrían un plan para responder al predecible uso ilegítimo de la fuerza por parte de los mercenarios de Nicolás Maduro, tal y como lo había advertido.
Sin embargo, la triste y muy dura realidad fue que la ayuda humanitaria no pudo entrar, como pudo verlo el mundo entero. Una vez más, las fuerzas democráticas demostraron que iban al campo de batalla sin haberse planteado el escenario más realista: la cruda y cruel demostración de un régimen que se aferra con fiereza al poder.
Pero no solo el equipo de Guaidó fue derrotado, sino que también lo fueron aquellos que se han sumado desde el exterior a la causa venezolana impulsando una estrategia equivocada, como es el caso del Presidente colombiano Iván Duque.
El “cerco diplomático” de Duque ha sido un fracaso.
Creer que una coalición conformada por fanáticos de extrema izquierda con una red de narcotraficantes dejaría el poder para someterse ante tribunales internacionales únicamente por ser apartada de los foros diplomáticos regionales o por leer cada quince días una “contundente declaración” de condenas morales de los países vecinos, refleja una fuerte ingenuidad y una inquietante ignorancia sobre el fenómeno al que se enfrenta la región.
A pesar de tener todas las sanciones morales encima, a pesar de haber sido desconocido en su ejercicio presidencial diplomáticamente, a pesar de haber reunido a varios presidentes en la ciudad de Cúcuta para apoyar moralmente la entrada de la ayuda humanitaria, lo cierto es que esta no una estrategia adecuada para luchar contra una entidad criminal que se sostiene en el poder a través del uso sistemático de la violencia.
El presidente Duque debe entender que en un conflicto, la naturaleza del mismo la impone el agresor, jamás el defensor. La Segunda Guerra Mundial fue armada y sangrienta no porque lo quiso Churchill, sino porque así lo impuso Hitler. La guerra contra el terrorismo islámico ha sido armada y sangrienta no porque así lo soñó Bush, sino porque de esa manera lo impuso Al-Qaeda y después ISIS. La salida de la tiranía en Venezuela será únicamente armada, no porque es lo que queremos los venezolanos, sino porque la naturaleza del régimen es violenta. Su sustento es indiscutiblemente armado y su ideología totalitaria. La utilización desmedida de la fuerza contra civiles el día 23 de febrero no fue otra cosa que una tenebrosa película que los venezolanos hemos visto de forma contínua durante veinte largos años.
El papel de la disuasión.
Desde sus inicios, la “Revolución Bolivariana” ha hecho uso de un lenguaje agresivo y disuasivo constantemente. Los venezolanos recordamos muy bien cuando Chávez no dejaba de advertir que dicha revolución era “pacifica pero armada”. El régimen nunca ha negado su voluntad de utilizar la fuerza tanto como sea necesario para conservar el poder.
¿Cómo una oposición desarmada puede presionar a una entidad criminal armada ? Esa respuesta la dio Donald Trump en el 2017 cuando aseguró que “todas las opciones estaban sobre la mesa”. Fue esta la primera vez que el régimen se encontraba amenazado por alguien ¡y nada menos que Washington! Ese mismo día Maduro intentó llamar sin éxito a Trump para conversar en privado. ¿Habría sido la actitud de Maduro igual si la amenaza hubiese venido tan solo con regaños morales ? Claramente no. Apenas, una amenaza más, una de tantas.
Sin embargo, la disuasión que Trump quiso darle como apoyo a la oposición venezolana se vio debilitada por el escándalo alarmista de analistas y políticos latinoamericanos que se oponían a toda costa a una intervención americana en Venezuela, como si acaso fueran abundantes las opciones.
Leopoldo López fue arrestado en el 2014 frente al río humano que lo acompañaba. Ese día en modo alguno importó el hecho de haber salido la inmensa marejada de ciudadanos a inundar las calles para protestar por lo que estaba ocurriendo, como tampoco importaron las sanciones morales de la comunidad internacional. No obstante, la figura de Juan Guaidó, con un significado mucho más peligroso y amenazante para el régimen de lo que en su momento representaba López, fue arrestado apenas un par de horas. ¿Por qué razón ocurrió esto? Es necesario preguntarse si la seria advertencia de Estados Unidos frenó cualquier intento. La respuesta es obvia.
El día 23 de febrero más de 160 militares desertaron y buscaron refugio en Colombia. Es difícil de creer que fue el espíritu “constitucionalista” lo que los impulsó a tomar dicha decisión, especialmente teniendo en cuenta que bastantes oportunidades tuvieron durante mucho tiempo para alzar su voz ante las múltiples y reiteradas inconstitucionalidades de la tiranía. El rumor de que existía apoyo militar extranjero detrás de la ayuda humanitaria fue lo que los impulsó a desertar. Indudablemente, el temor ante la fuerte advertencia de Donald Trump tuvo más peso que el infundido por Maduro.
La intervención extranjera siempre fue la única opción viable.
Llegamos a la hora de la verdad. Todos los esfuerzos pacíficos fueron en vano y estaban destinados desde un principio a fracasar por no entender ni el fenómeno ni al enemigo. La utilización de la fuerza para liberar a Venezuela estuvo en las motivaciones de la administración Trump, pero al no ver una disposición recíproca de parte del equipo de Juan Guaidó ni tampoco de parte del estado colombiano, no llegó a estar sobre la mesa ese día, 23 de febrero.
Venezuela se encuentra en una circunstancia que no tiene vuelta atrás. Estados Unidos no puede levantar las severas sanciones que ha impuesto, ni tampoco puede considerarse derrotado en un escenario que comienza a ser de prioridad geopolítica para sus intereses y especialmente para su rol de hiperpotencia.
Ivan Duque debe comprender que preside al estado que más severamente sufrirá las consecuencias del inminente colapso del estado venezolano. Con más de un millón de venezolanos en Colombia, el sombrío escenario que se vislumbra este año debido a la total falta de gasolina y divisas producto de las recientes sanciones americanas, es más que probable que veamos una avalancha de dos o tres millones de venezolanos cruzando la frontera (tal vez más). Entre estos, muchos militares también. El presidente Duque debe entender que Venezuela va en camino de convertirse en una segunda Somalia de seguir por dicho camino, desestabilizando enteramente a la región y fundamentalmente poniendo en peligro la viabilidad misma del estado colombiano.
Son muchos los venezolanos los que esperan ser armados para luchar por la libertad de su país. Son también muchos los soldados de Maduro que esperan tan solo oír el primer avión enemigo para desertar en masa. La geopolítica de América Latina se escribe hoy en Venezuela.
*Cesar Sabas Fuentes es venezolano, Master en Ciencias Políticas y posee un máster en Seguridad Internacional. Actualmente vive en Francia haciendo un doctorado y fue colaborador en CEDICE-Libertad.