El enigmático y a su vez excéntrico Tyler Durden decía en Fight Club que el objetivo de las mascarillas de oxígeno en los aviones no era oxigenarte, sino drogarte, para que fueras dormido e inconsciente hacia una muerte trágica. Si bien la afirmación escrita por Chuck Palahniuk jamás ha sido corroborada, es una metáfora perfecta para comprender lo que sucede en Venezuela con algunos políticos de ambos bandos, quienes en medio de disputas mediáticas e ideológicas adormecen a la población para llevarla a una muerte segura, mientras prolongan el conflicto y en el ínterin se van enriqueciendo.
Es cierto: una intervención militar es de todo menos sencilla. Sin embargo, para una potencia militar como los Estados Unidos sacar del poder a Nicolás Maduro por medio de la fuerza es lo de menos (eso no les cuesta ni un bostezo), el problema serio es lo que puede ocurrir después.
Analistas políticos, militares y periodistas, han intentado explicar lo que supondría una intervención militar al norte de Sudamérica. Sus pronósticos son en su mayoría trágicos, y sí, es verdad: el panorama para Venezuela luce complicado tras una intervención militar, pero ningún escenario es mucho mejor con Nicolás Maduro permaneciendo en el poder un día más.
La gran mayoría de análisis hechos sobre el tema ponen un punto pilar en cuestión: la devastación que supondría una guerra armada en Venezuela. Sin embargo, estos “analistas”, con total desconocimiento de causa de lo que es el día a día venezolano, son incapaces de medir las consecuencias de que un grupo de narcotraficantes y terroristas siga en el poder.
Comencemos de nuevo, para que nadie diga que no se les alertó.
Lo que muchos analistas sostienen es real: una intervención militar en Venezuela de cualquier índole es riesgosa para el futuro, pero ninguna transición con el chavismo va a ser amigable. Evaluemos los diferentes escenarios de una eventual transición.
Una transición por las buenas (o la vía del diálogo) no va a ocurrir, no existe, ya no le den más vueltas. Han sido 20 años, la experiencia debe servir de algo.
Una transición con un quiebre de las Fuerzas Armadas es probable; la pregunta es si los venezolanos queremos o nos conviene un quiebre en el que Padrino López lidere la transición. ¿Cuál sería el beneficio de darse este escenario?
Una tercera vía sería una transición con una sublevación interna de componentes armados, liderada por jóvenes militares, desertores del régimen. Aquí cabe preguntarse si serán capaces de soportar a las guerrillas y carteles de narcotráfico en Venezuela. ¿Podrán neutralizar a los colectivos y al ELN? ¿Tendrían suficiente poder de disuasión para mantener el orden mientras se estabiliza el país?
La transición por medio de una invasión militar extranjera merece un análisis más profundo. Ninguna transición con el chavismo será fácil, así como la ruptura de ningún noviazgo es fácil por más nocivo o tóxico que sea. De esta relación angustiosa de los venezolanos con la criminalidad siempre quedarán lastres, y superarlos completamente no será un asunto de pocos días.
El problema no es en sacar a Maduro de Miraflores, sino en lograr que los nuevos ocupantes de Miraflores se mantengan allí y ejerzan poder. Se estima que los paramilitares y colectivos (grupos armados irregulares que apoyan a Maduro) tienen unos 100 000 miembros. Aunque es difícil determinar la exactitud de estas cifras, o estimar su real poder de cohesión (hablamos de pequeñas pandillas criminales), es cierto que de ocurrir la intervención se corre un gran riesgo de que se instauren pequeños estados anárquicos en partes de la República. Allí será crucial el papel de los Estados Unidos para ayudar a mantener la paz y reconstruir las instituciones en los próximos años.
Otro aspecto fundamental a tomar en cuenta es la cantidad de bajas que esto podría ocasionar. En ese sentido, los números nunca podrán ser alentadores. Cualquier muerte es lamentable, pero los venezolanos llevan décadas batallando indefensos y desarmados contra estos grupos irregulares que han costado la vida a más de 300 000 venezolanos, por lo que la sola ecuación diluye esta conjetura.
Siempre cabe la posibilidad de que se ejecute una intervención militar de precisión. Según Frank O. Mora, de Foreign Affaris, en Venezuela una operación de este tipo requeriría operaciones en el aire, en el mar y en el ciberespacio. La Marina de los Estados Unidos tendría que estacionar un portaaviones en la costa de Venezuela para imponer una zona de exclusión aérea y atacar objetivos militares e infraestructura crucial. La Marina también necesitaría desplegar un grupo de acorazados y, quizás, submarinos que podrían lanzar una corriente constante de misiles Tomahawk en objetivos militares como bases aéreas, instalaciones de defensa aérea y centros de comunicaciones y comando y control.
No obstante, estos análisis deben tomarse con pinzas, porque antes de especular sobre los puntos militares estratégicos que tomarían los Estados Unidos, debemos preguntarnos si realmente la Fuerza Armada venezolana se mantendrá cohesionada ante una invasión inminente. Y con “inminente” naturalmente no nos referimos a comunicados agresivos, sino a la puesta en marcha de una operación que acerque armas, buques y portaviones a las fronteras venezolanas. En un escenario de este tipo, sería difícil de creer que los soldados mal alimentados que ha dejado la dictadura de Maduro salgan a defender su propia miseria, y esta es una afirmación que me han repetido miembros de diferentes cuerpos de seguridad del Estado: cualquier escaramuza extranjera provocará la deserción total de soldados. Para muestra tenemos el 23 de febrero cuando, con el simple propósito de pasar ayuda humanitaria, más de 1000 soldados venezolanos cruzaron la frontera para desligarse del régimen.
El inconveniente más fuerte para una posible escalada militar de los Estados Unidos radica en dos vertientes: en primer lugar la imagen de Trump ante los próximos comicios electorales, y en segundo lugar, el costo de la operación bélicas. Las intervenciones militares recientes dirigidas por los Estados Unidos (en Afganistán en 2001 y en Irak en 2003) han tenido un costo material, hasta el año 2017, de más de 1,8 billones de dólares, y un costo humano superior a 7 000 militares. Si bien estos números no son alentadores para la causa venezolana, pues justificar la invasión tiene un costo y no precisamente político, la seguridad regional e internacional juegan un rol fundamental. Las alianzas del chavismo con grupos terroristas son a su vez su defensa integral y su cruz, depende de los Estados Unidos determinar si prefiere ahorrarse el dinero y poner en riesgo su seguridad, o invertir en tener un vecindario más seguro y recuperar a un aliado económico y político. En esto hay que hacer hincapié para que quede claro: ningún gobierno les hace un favor a los venezolanos, tampoco es lástima ni compasión, sencillamente a nadie le favorece ni agrada tener a un dictador asesino y sin escrúpulos que protege guerrillas informales a la vuelta de la esquina, ¡es peligroso!
Para complementar este análisis también se debe destacar la enorme diferencia que se plantea ante un ataque contra países árabes y Venezuela, un país culturalmente americanizado, donde el béisbol ha sido desde siempre el deporte nacional, donde el cine nacional hasta hace un par de años era el hollywoodense, donde una comunidad que cada vez crece más ve a Miami como la extensión de la patria, y donde, salvo por los frenéticos seguidores del chavismo, la imagen de los Obama, Clinton, Reagan y Kennedy es positiva.
Los fanáticos empedernidos religiosos en Venezuela no existen, no hay sunitas y chiitas, tampoco una lucha de territorios. Lo único que hay es muchos venezolanos muriendo de hambre a los que no le importaría convertirse en el patio trasero de Estados Unidos, con tal de volver a tener dinero para comer, para cubrir servicios públicos y tener la oportunidad de viajar una vez al año.
Hay estimaciones que indican que 90 % de los venezolanos quiere la salida de Maduro del poder, sin embargo, en lo que no se llega a un consenso es precisamente en la forma de sacarlo, la intervención militar vendida por analistas como un apocalipsis no genera una convicción rotunda por parte de la gran mayoría del país, esto por lo que supondría el día después.
Pues bien, también habría que mencionar y aclarar el día después si Maduro sigue en el poder. En este escenario, unos 8 000 000 de venezolanos habrán abandonado el país el próximo año. La tasa de hiperinflación seguirá incrementándose, continuará la ausencia del servicio eléctrico, seguirá y se agudizará la escasez de agua y combustible, y la economía continuará incendiándose, haciendo cada vez más imposible sobrevivir en Venezuela, dejando al menos unos 40 000 venezolanos enterrados por la hambruna, además de las víctimas que se cobre la violencia.
Mi impresión es que ante un ataque extranjero inminente, el ejército de Maduro se retiraría rápidamente y el tirano y su cúpula huirían sin luchar. Es probable que queden lastres de colectivos y milicias, el ejército de Estados Unidos tendría que permanecer un tiempo en el territorio venezolano, pero se lograría expulsar al menos a las fuerzas de seguridad e inteligencia rusas y cubanas, y poco a poco iniciaría la reconsutrcción de un país que imagino y deseo con libertades, sin censuras, sin presos políticos, con un sistema económico de libre mercado, capitalista, donde se premie el esfuerzo y existan los incentivos correctos para el trabajo, lo que a su vez impulsaría la repatriación del capital humano venezolano regado por el mundo.
Debo insistir: para algunos que nos quieren tratar de incautos o ignorantes, sí, una intervención militar traerá consecuencias, dejará fuego y también cenizas, pero una no intervención nos pondrá en las manos del piloto de avión que imaginaba Tyler Durden, un sujeto sin capacidades reales de manejo, que solo lucha por drogar a los tripulantes y llevarlos dormidos hacia una muerte segura, trágica y sangrienta.