El socialismo se pudiera definir como la terca insistencia en el error. Se ha intentado de una u otra forma desde mucho antes de lo que a sus partidarios les gusta admitir, siempre contra viento y marea, para siempre fracasar, dejando montañas de cadáveres entre la inconmensurable destrucción material y moral de las sociedades sobre cuyas ruinas se enseñoreó.
Sus partidarios siempre dirán que lo que ya colapsó “no era socialismo”. Y que sí lo es, lo que todavía no ha colapsado. Eso dirán, hasta que colapse finalmente sin remedio. Entonces insistirán con la misma acomodaticia convicción en que “no era socialismo”. Como para sostenerse tercamente en su error deben insistir recurrentemente en la mentira, su socialismo será el error sostenido en la mentira.
¿Pudiera ser cuestión de grados? Hay sociedades en que la idea socialista se aplica parcialmente, causando daño limitado. De restar suficientes elementos capitalistas para diluir el veneno socialista en un sistema mixto, aparentarán –por algún tiempo– algo tan mítico como un “socialismo exitoso”. Pero siempre habrá dos mentiras en eso:
- No son socialismos plenos –como aquellos en los que el socialismo prevalezca clara e indiscutiblemente sobre lo poco de capitalista que pudiera subsistir sojuzgado– sino sistemas mixtos con mucho y muy importante contenido capitalista. Su parte socialista es únicamente un lastre que desacelera y entorpece la productividad de la parte capitalista.
- No se puede sostener por demasiado tiempo un contenido importante de socialismo en un sistema mixto, sin que la distorsión de los incentivos termine por debilitar severamente la parte capitalista remanente, al punto que no pueda producir más de los que la parte socialista destruye. Todo supuesto “socialismo exitoso” eventualmente dejará de ser socialista, o de ser exitoso.
La idea socialista
Pero ¿Cuál es la idea central del socialismo? ¿La que sería indiscutiblemente común a todas sus variopintas versiones? En eso ha sido útil la definición del revolucionario aristócrata que impuso el primer socialismo que retuvo el poder por décadas: Vladimir Uliánov (Lenin). Poco conocido, y algo que fue secreto de Estado soviético, es que los Uliánov eran miembros de la baja nobleza; como poco conocido es que Lenin al tomar el poder en Petrogrado se propuso apenas mantenerlo más tiempo que la efímera Comuna de París.
Muy conocido es que definió el paso del capitalismo al socialismo por el momento en que el Estado toma los “centros de comando” de la economía. Es discutible que sería, o dejaría de ser, un “centro de comando” de la economía. Pero establece el primer punto en el que el control de medios de producción por el Estado hace a una economía socialista.
La inviabilidad del socialismo
Ludwig von Mises, el primer economista que explicó la radical e irresoluble inviabilidad económica del socialismo como sistema económico, consideraba que: “El socialismo es el paso de los medios de producción de la propiedad privada a la propiedad de la sociedad organizada, el Estado”, aclarando que “si el Estado se asegura una influencia cada vez más importante sobre el objeto y los métodos de la producción, si exige una parte cada vez mayor del beneficio […] al propietario […] sólo le queda […] la palabra propiedad, vacía de sentido, pues la propiedad misma ha pasado enteramente a manos del Estado.” Son similares las definiciones de socialismo de Mises y Lenin.
El economista Friedrich von Hayek profundizó esa teoría de la inviabilidad del socialismo de Mises –concentrada en la imposibilidad del cálculo económico en un sistema que impide la formación de precios– llegando al problema general de la imposibilidad de transmitir conocimiento disperso por un sistema que al intentar centralizarlo impide su formación misma. En La fatal Arrogancia, explicó al socialismo como error de hecho.
Resultó inmediatamente obvio que tal error es común a todo socialismo: de utopías filosóficas de la antigüedad, y variantes religiosas en diferentes civilizaciones, a milenarismos comunistas medievales y renacentistas, socialismos cristianos y socialismos ateos, apoyados en totalitarios dogmas de fe para autodenominarse científicos. Con socialismos voluntarios, de falansterios de Fourier a Kibutz israelíes. O totalitarias y brutales variantes neopaganas del siglo pasado –como el nacional-socialismo alemán. Hasta la parte folclórica y malcriada del socialismo occidental contemporáneo. Y el casi infinito etcétera.
Hayek abrió –y recorrió– camino a las raíces de la maligna idea socialista. Estableció algo común a todas sus variopintas versiones: La pretensión –imposible– de reconstrucción voluntariosa e integral del orden social completo. En sus propias palabras, los partidarios de la idea socialista: “perciben la realidad de manera distinta […] y erran en cuestiones de hecho” debido a que simplemente tienen “una falsa apreciación […] de cómo la información requerida surge y es utilizada por la sociedad.”
Desconocer, negar o pretender superar, que la naturaleza dispersa, circunstancial y subjetiva de la información exige la decisión descentralizada para la armonía del orden evolutivo de la sociedad compleja, es lo que él bien llamó la fatal arrogancia del socialismo.
Hayek también nos reveló que ese error de hecho socialista partía de la atávica aspiración de imponer al complejo y descentralizado orden espontaneo de la sociedad civilizada, el simple orden centralizado del igualitarismo primitivo. Cómo Schoeck reveló que es la envidia, el ancestral elemento instintivo que está en la raíz de esas erróneas creencias y primitivas pretensiones socialistas. Entenderlos es vital para comprender cómo y por qué ese error sostenido en la mentira, depende de la fanática –y radicalmente falsa– creencia en el bien transcendente y total de la idea socialista. Porque así justifican los socialistas, sus pequeñas miserias a sus grandes crimines, fracasos y mentiras.