Venezuela llegó a ser una modesta economía desarrollada entre mediados de los 50 y finales de los 60 del siglo pasado –con zonas y sectores rezagados– el desarrollo empezó en un “milagro económico” de sostenido y diversificado crecimiento –e inserción competitiva internacional– con deficiencias institucionales pendientes jamás resueltas.
De principios del siglo pasado a finales de los 30, la dictadura gomecista impuso la paz. En 100 años de guerras civiles –no hay momento de “paz” del siglo XIX venezolano sin partidas de alzados en armas–.
También estableció un Estado de legalidad cercano al de Derecho. Violaba derechos de enemigos políticos. Pero fuera del sistema de justicia. Ni eliminó ni expandió privilegios mercantilistas. Modernizó Estado y ejercito. Se inclinó hacia economía abierta y dinero fuerte.
El gomecismo “legitimó” su prolongada dictadura en la estabilidad del crecimiento económico. Crecimiento dinámicamente competitivo que se inicia antes de la industria petrolera. Pero con petróleo se profundiza la inserción en la economía global. Y se evita la deriva proteccionista que destruyó una Argentina que era un polo de desarrollo establecido, cuando Venezuela apenas iniciaba su ascenso.
En los 30, no sufrimos una fuerte devaluación del bolívar, ni proteccionismo que hiciera a la incipiente industria dependiente de altos aranceles. En la Gran Depresión fue un lujo que sin petróleo tal vez no hubiera disfrutado Venezuela. Implicó discusión teórica, política, y dura conciliación de intereses.
Difícil, incluso en dictadura. Así llegó Venezuela a mediados de siglo XX con una de las divisas más solidas del mundo. Políticos del posgomecismo –gobierno y oposición, civiles y militares– no lograron una transición pacífica a la democracia republicana de una dictadura que se disolvía por sí misma, tras la muerte del último caudillo.
Golpes de Estado. Agitaciones del socialismo revolucionario. Juntas militares. Y finalmente una zurda democracia que cambió alternancia ideológica por recirculación cogobernante de partidos indistinguibles. El socialismo moderado destruyó competitividad y apertura. Bases del crecimiento y prosperidad.
En tres décadas destruyó: Moneda fuerte. Competitividad productiva. E inserción competitiva en la economía global. Despilfarros populistas sucesivos de bonanzas petroleras enmascaraban efectos destructivos del socialismo moderado.
Ni intelectuales del gomecismo. Ni de gobiernos militares “desarrollistas”. Ni de la democrática alianza socialista moderada puntofijista. Fueron defensores del libre mercado. Pero cuando discutían Adriani y Lecuna los efectos de la Gran depresión sobre el debilitado sector agrario tradicional y el petrolero en ascenso.
La dictadura se inclinó por aperturismo y moneda fuerte de Lecuna. No por proteccionismo y ataque a la moneda de Adriani. O muy poco. En los 50 una Venezuela petrolera –ya no agraria– adelantaba un crecimiento industrial competitivo acelerado –iniciado en los 30– Importa automóviles. Fabricaba repuestos y autopartes locales sin protección arancelaria. Para mercado interno y exportación.
Monopolios industriales gubernamentales de acero y aluminio. Transformar concesionarias petroleras foráneas –y locales privadas– en monopolio estatal centralizado. Monopolio gubernamental de electricidad y telefonía. Fueron planes del desarrollismo militarista en los 50. Quedaron en el papel.
Se materializaron con el desarrollo hacia adentro de la democracia. La Venezuela democrática se hizo crónicamente dependiente de exportaciones petroleras limitadas. Que presionaban cíclicamente un gasto público que se expandía con altos precios petroleros. Y cubría gasto corriente con endeudamiento al bajar los precios.
Con industria diversificada, competitiva y lógicamente interrelacionada al mercado internacional Venezuela vio expansiones y contracciones del gasto público –y la economía– en parte relacionadas a precios del petróleo.
Salía de caídas con tendencia al alza sostenida del PIB per cápita a largo plazo. De mediados de los 70 a nuestros días –socialismo y proteccionismo mediante– sale de expansiones con tendencia a la caída sostenida del PIB per cápita a largo plazo.
Recurrencias de gasto y consumo sin inversión productiva previa o posterior hacen una economía incapaz de estabilidad monetaria. Mientras los EE. UU. –y el mundo– abandonan el patrón oro, la Venezuela de los incompetentes complejos industriales gubernamentales estilo soviético. E incompetente economía privada dependiente del proteccionismo –ignorando un creciente atraso tecnológico– Nacionalizaba el petróleo e iniciaba la destrucción del bolívar.
El bolívar oro –con decreciente respaldo– y el bolívar a cambio fijo con el dólar en libre convertibilidad, fueron prestigiosa moneda fuerte con alto poder de compra local e internacional.
Pero una economía petrolera empobrecida con socialismo y proteccionismo financiaría sus déficits con devaluaciones inflacionarias. Y el camino quedó abierto al socialismo radical que destruyó completamente Venezuela.
El bolívar Fiat perdió más del 90 % de su poder de compra entre 1983 y 2007. El bolívar Fiat “fuerte” del chavismo lo perdió del 2007 al 2015. Para el 2017 ya era moneda basura.
Pasamos del país recién desarrollado con uno de los mayores ingresos per cápita del mundo. Al 80 % de pobreza, 50 % de pobreza extrema, la mayor hiperinflación del mundo, y un PIB per cápita que –en términos reales– cayó a niveles de los años 40 del siglo pasado –o incluso más atrás– , pero en los 40 Venezuela crecía.
Hoy está en medio de una depresión hiperinflacionaria desde finales del 2015. El socialismo destruyó el sistema de precios. Unos dos tercios de la previamente debilitada economía privada han dejado de existir.
El viejo aparato socialista de empresas del Estado crece en número. Pero se reduce en tamaño real velozmente. Incluso el sector petrolero ha caído en términos reales en medio de su descapitalización y atraso técnico.
La infraestructura se desmorona materialmente. Hay prolongados apagones recurrentes. Con escasez creciente de alimentos y medicinas. Estamos al borde una hambruna cuyos primeros signos son censurados. Son los frutos del socialismo revolucionario que a su vez se niega a su salida política democrática.
También de dudosos resultados cuando la única alternativa política al socialismo radical en el poder es un socialismo opositor moderado que sueña con conciliaciones populistas de élites, hoy materialmente imposibles.
Sería posible estabilizar primero y retomar después el crecimiento en una economía tan destruida como la venezolana. Pero es imposible en el marco político del socialismo en el poder. Y en el marco conceptual del socialismo opositor.