En dólares constantes el PIB per cápita venezolano de 1950 era el segundo de las Américas. Al tipo de cambio real es hoy el último. Sufrimos un prolongado control de cambios diferencial con tipos oficiales que varían hoy de 11 a poco más de 200 bolívares por dólar, mientras que en el mercado negro negocia a más de 4000 por dólar. La inflación por índice de precios se estima entre 600 y 800 %. Y se estima porque el socialismo en el poder oculta información oficial que evidencia su fracaso. El BCV retrasa por meses índices de inflación y deja de publicar índices de abastecimiento. El PIB real ya cayó poco más del 30 %. Vamos por el tercer año de recesión con control de cambio y precios desabasteciéndonos en la hiperinflación. Lógicamente el socialismo en el poder evita elecciones abiertas y las inventa ad hoc para hacer pasar por mayoría su decreciente minoría. Minoría aferrada a mitos envidiosos que atribuye efectos lógicamente necesarios del socialismo a chivos expiatorios.
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Por momentos en algunos puntos de Hispanoamérica se alcanzó el desarrollo. Venezuela lo logró a mediados del siglo pasado. En ningún caso se mantuvo, pero Venezuela fue de un extremo al otro. Colonias hispanoamericanas incluían ricos Virreinatos como Nueva España y pobres Capitanías como Venezuela. En todas –como en España misma– la pobreza fue mayoritaria en un corrupto imperio mercantilista sobrerregulado con tesoro crónicamente deficitario. Barrocas regulaciones mercantilistas, pobreza masiva y gasto gubernamental deficitario garantizaron la decadencia del imperio. Independencias nos trajeron Estados deficitarios y corruptos. Autocracias paupérrimas con ostentosas muestras exteriores de riqueza pública y privada en manos gobernantes. Poco cambió la aquí resistida modernidad, sino una acomplejada inserción en la economía mundial para mejora de arcas públicas.
El capitalismo moderno empezó institucionalizando mejores costumbres y valores sobre la propiedad, la justicia y el conocimiento. La revolución industrial fue el primer salto exponencial de población y nivel de vida producto de valores que en Hispanoamérica no se adoptaron. Pero el capitalismo moderno introdujo nueva demanda de materias primas y productos exóticos. Con esa demanda llegaron también a Hispanoamérica tecnología y capital foráneos. Entre finales del siglo XIX y principios del XX Estados y sociedades hispanoamericanas, manteniendo y reforzando sus mitos anticapitalistas, pasaron de paupérrimas a pobres.
En Venezuela la paz gomecista trajo crecimiento económico y masiva inversión foránea en una industria petrolera que determinaría al sector externo. La renta patrimonial del petróleo hizo un petroestado. Un Estado rico en una sociedad pobre. Tal ingreso de divisas mejoró el poder de compra de la población, dotó de recursos al Estado e inició un siglo de balanza de pagos en cuenta corriente positiva. También desplazó producción tradicional para el mercado externo e interno con importaciones. Bienes de capital y consumo importados eran relativamente baratos. No devaluar para proteger a los que perdían competitividad garantizó una moneda fuerte en una economía relativamente abierta y crecientemente capitalizada. Mientras una producción tradicional desaparecía otra nueva aparecía compitiendo con lo importado. Entre los años 30 y 50 nuevas industrias locales compitieron exitosamente por el mercado interno con importaciones abaratadas; incluso exportaron.
Entre 1945 y 1958 el socialismo moderado se tornó como la ideología dominante. Consolidado en el poder adoptó la sustitución de importaciones y los monopolios gubernamentales. Tras el fracaso de la transición pacífica a la democracia posgomecista, dominaron los populismos enfrentados más o menos socialistas –civiles o militares– aspirando a planificar la economía centralmente. Para consolidarse, el socialismo moderado civil compró apoyo de masas y élites repartiendo renta petrolera sin incrementar presión fiscal sobre un sector privado que perdió toda competitividad externa. Ampliar la capacidad de gasto del Estado e impedir la revaluación cuando creció el ingreso de divisas resultó en inflación. Y en devaluación inflacionaria sostener el gasto interno contra caídas de ingreso externo. Así se destruyo una de las divisas más solidas del planeta. Iniciando el retroceso hacia la miseria de un país recién desarrollado.
Como en Venezuela el Estado no era fiscal, sino patrimonial propietario del subsuelo petrolero, asfixiar la competitividad privada impuso el reparto político de renta. Planificación central, industrias estratégicas gubernamentales, restricción del sector privado y protección contra la competencia externa, impidieron toda empresa competitiva por sí misma. Pobres y ricos dependientes del Estado compitieron políticamente por renta. Olvidando a Malthus hicieron a una población creciente depender de un recurso económicamente limitado. Cuando subía el precio del crudo asumían gasto corriente, que era insostenible cuando bajaba. El recorte de dádivas y protecciones era políticamente inaceptable, y borrada la competitividad internacional del sector privado, inflación y devaluación paliaron a corto y profundizaron a largo plazo el empobrecimiento tras cada caída del crudo.
Un Estado que asume con ingresos extraordinarios gasto ordinario, financiándolo después con inflación y devaluaciones, termina en controles de cambio y precios para una economía improductiva que nos hunde en la pobreza material y moral, el racionamiento y la violencia. Es el resultado del socialismo en Venezuela. El chavismo fue más, muchísimo más, de lo mismo. Suficiente para finalmente avanzar al totalitarismo pasando del socialismo moderado al radical con su miseria e hiperinflación. Por primera vez en más de cien años, al déficit fiscal lo acompaña una balanza de pagos en cuenta corriente negativa estructural. No se producen suficientes divisas para importar lo poco que la empobrecida población todavía demanda.
Imposibilitado para ganar elección abierta alguna, Maduro sueña con el comunismo y pretende, mediante elecciones sectoriales restringidas y de segundo grado, instaurar su poder soviético tropical. La tragedia no se limita a que no sabemos cuándo ni cómo saldremos de la miseria del socialismo revolucionario. Sino que el empobrecimiento material, intelectual y moral alcanzó extremos que imposibilitan darnos el lujo de regresar al socialismo moderado. No podríamos financiarlo. Pero socialistas moderados son la casi totalidad de políticos e intelectuales de la oposición venezolana.