
En La Ilíada resume Homero la estupidez humana en el lamento de Atenea: “es de ver cómo inculpan los hombres sin tregua a los dioses achacándonos todos sus males. Y son ellos mismos los que traen por su propia locura su exceso de penas”. Locura es –entre otras cosas– repetir una y otra vez lo que nos condujo al desastre, esperando no solo otro resultado, sino que la causa del mal sea su cura.
Desde los años 70 del siglo pasado la mayoría de los habitantes de Venezuela aprendieron que altos precios del petróleo significaban prosperidad. Oportunidades de ganancia económica y política para tirios y troyanos. Aunque más para unos que para otros. También que precios del petróleo bajos significaban problemas y pérdidas para casi todos. Pero más para unos que para otros.
La mayoría lo veía como una maldición cíclica en que a la prosperidad sigue la recesión y viceversa. Algunos –y no pocos– se concentraron en el precio del crudo. Con fantasiosas teorías conspirativas de las relaciones internacionales como explicación. Las mayorías tardaron mucho en advertir –y más en aceptar– que tras cada ciclo terminamos más pobres que antes. Que, de auge en auge, nos habíamos empobrecido material y moralmente en forma creciente y sostenida por más de medio siglo.
La mayor parte del problema fue resultado de adoptar el socialismo. Primero moderado y democrático, luego revolucionario y totalitario. Pero siempre empobrecedor. En nuestro caso a las taras socialistas de planificación central y monopolios empresariales del Estado se sumó la torpeza del “desarrollo hacia adentro” por “sustitución de importaciones”. Eso destruyó muy rápida y fácilmente la lenta y difícilmente ganada competitividad e inserción de la producción no petrolera venezolana en la economía global.
Un aspecto importante fue la relación entre circulante, gasto público y precios del crudo en Venezuela. Pudiera resumirse gran parte del asunto en que hasta hace poco –y por largo tiempo– alrededor del 80% de las divisas que ingresaban al país eran producto directo e indirecto de la exportación de petróleo. Propiedad de un Estado que ha sido socialista –en mayor o menor grado–hace más de medio siglo.
Por vías que van del gasto público creciente del Estado “del bienestar” al abaratamiento del crédito por la expansión del circulante y el subsidio financiero discrecional, se expandieron cadenas productivas invirtiéndose capital barato en actividades de rentabilidad sub-marginal. Aparentemente rentable en tanto el precio alto del crudo sostuviera la expansión constante del circulante. Pero incluso si el precio bajase –idea absurda en un mercado volátil– esa expansión habría sido insostenible y concluiría eventualmente con una recesión.
Es bueno aclarar que no eran los precios del petróleo una causa “exógena” de ciclos de auge y recesión en la economía venezolana –la causa era un abaratamiento del crédito que al hacer aparentemente rentables inversiones inviables impulsa un encarecimiento del capital. Y eventualmente una recesión– Esos efectos se transfieren de unas a otras economías al incidir en el comercio y las finanzas internacionales.
El precio de las materias primas tiende a subir con la “exuberancia irracional” de expansiones sostenidas en crédito artificialmente barato. No es raro que el auge artificioso en grandes economías consumidoras de crudo impulse altos precios del petróleo que permitan iniciar un auge –y acceder a más y más crédito artificialmente barato, foráneo y local– en economías exportadoras de crudo.
El auge fiscal en Venezuela estaba asociado al ingreso petrolero. Según fuera mayor el precio del crudo, más capital podían destruir nuestros gobiernos impunemente. Carecíamos de la previa evolución institucional de una prolongada economía de mercado y un bien establecido Estado de Derecho, sólidamente anclados en usos costumbres propias de culturas basadas en la propiedad privada y el mercado libre.
Sin aquello, la repentina e imprevista concentración de riqueza en manos de quienes gobernaban eventualmente se dedicó a su propio poder. Y al enriquecimiento de los más cercanos al poder. Al cierre del mercado interno a la competencia. A la acumulación de dependencia e improductividad. Y finalmente a la manipulación política de élites y mayorías empobrecidas dependientes de subsidios o transferencias de recursos condicionadas a la obediencia política.
Venezuela cayó de lo que a la escala de entre mediados de los 50 los 70 del siglo pasado era el desarrollo. Porque apenas lo alcanzó al tiempo que abandonaba –por empeños de nuestros intelectuales y políticos– incipientes instituciones y viejos “usos y costumbres” de una economía de mercado abierta y competitiva.
Pobreza es lo único que dejó el giro al socialismo. Y del fracaso, en lugar del rechazo a sus causas, obtuvimos los mitos que atribuían ese fracaso inherente al socialismo, a cualquier cosa excepto el socialismo. Con “los sospechoso habituales” como chivos expiatorios. Y eventualmente caímos en las prácticas totalitarias que son la consecuente implementación de aquél radical discurso mesiánico. Para llegar al abismo fue mucho lo que hizo la privilegiada casta política del socialismo –hoy opositor– de Venezuela.
Por tantas décadas habíamos tenido socialismo a medias que cuando nos anunciaron que el país se dirigiría al socialismo completo casi nadie entendió que lo poco que quedaría del destruido capital previo lo disfrutaría exclusivamente la nomenklatura del totalitarismo –y sus socios de negocios– quedando al resto la miseria material y moral.
Llegamos a eso, nos hundimos en eso, más de dos tercios de la economía han dejado de existir. A simple vista se observa un país en ruinas. La miseria creciente y el fantasma del hambre sobrevolándolo. Millones han huido en pocos años. Y la abrumadora mayoría todavía no entiende que la causa del mal es el socialismo. Y que la riqueza petrolera en manos de quienes gobiernan en lugar de acelerar la capitalización de toda la economía –lo que habría ocurrido en una economía de mercado– ha sido una maldición. Y así nos va.