Mi buen amigo el Profesor Ernesto Fronjosa estima que intelectuales y académicos adoptan fácilmente el marxismo porque les ofrece un método simple para responder a todo con mínimo esfuerzo intelectual. Tiene razón. Ser socialista es negarse a entender la complejidad del orden social como fenómeno evolutivo irreductible a la planificación central. El socialismo es una estafa, es absurdo, inviable y criminal. Se adopta como fe por resentimiento, arrogancia o ambas. Tal resentimiento proviene de la envidia, como la arrogancia de la inferioridad intelectual, la ingenuidad moral, o ambas.
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Quisiera creer que el común de socialistas lo son por ingenuidad moral. Pero sé que la mayoría lo es por resentida envidia, arrogante incapacidad de comprender la complejidad del orden social, o ambas. La ingenuidad moral en los socialistas es tan rara como los diamantes en la tierra. La fatal arrogancia que estudiaba Hayek en esa monumental obra póstuma como error de hecho del socialismo, explica principalmente la fe socialista de los intelectuales. La envidia, que estudio a fondo Shoeck en La envidia y la sociedad a su vez explica principalmente el socialismo de las masas.
Los intelectuales socialistas son lo que son más por incapacidad que por cualquier otro motivo. El socialismo es la fe arrogante de una intelectualidad incapaz de reconocer sus límites. Personas más cultas que el promedio fácilmente se creen más inteligentes de lo que realmente son. Personas muy inteligentes, y cultas, fácilmente niegan los límites de sus propias capacidades. Y los de la propia inteligencia humana. Es un complejo de omnipotencia lo que los atrae a cualquier reducción de lo praxeológico a lo teleológico. Conocen la teoría de la evolución y las ciencias de la complejidad. Niegan sus consecuencias para el orden social sometiendo la ciencia al dogma de fe constructivista.
El socialismo
Mises consideraba que “El socialismo es el paso de los medios de producción de la propiedad privada a la propiedad de la sociedad organizada, el Estado” y aclaró que “si el Estado se asegura una influencia cada vez más importante sobre el objeto y los métodos de la producción, si exige una parte cada vez mayor del beneficio […] al propietario […] sólo le queda […] la palabra propiedad, vacía de sentido, pues la propiedad misma ha pasado enteramente a manos del Estado.” Más recientemente Huerta de Soto define socialismo “como todo sistema de agresión institucional al libre ejercicio de la función empresarial.” Identifica en el libre ejercicio de la empresarialidad una condición sine qua non para la tendencia al equilibrio dinámico del mercado.
Hayek en La fatal arrogancia no definió explícitamente socialismo, si bien es quien mejor lo explica como error de hecho. De ahí deduzco mi definición del socialismo como un artificioso intento de planificación teleológica centralizada sobre sistemas evolutivos autoregulados. Sistemas cuya enorme complejidad inherente no los hace abarcables para la razón humana, sino en términos muy limitados y exclusivamente a grandes rasgos. Se sigue que dónde quiera que identifiquemos correctamente una artificiosa interferencia de tal tipo en cualesquiera de los sistemas evolutivos interdependientes del orden espontáneo de la civilización. Habremos encontrado un caso predecible de inviabilidad del socialismo en sentido amplio.
El intelectual comprometido
Entender que los intelectuales socialistas se han hecho socialistas por su arrogante negación de los límites del saber humano, nos explica que lo adoptarán como religión. Entonces, replantearan toda evidencia contraria a sus dogmas para reafirmarlos. Así, Marx predijo que la expansión global del capitalismo concentraría el capital y depauperaría al proletariado. Ni una cosa ni la otra.
Lenin afirmó que la explotación imperialista de colonias y economías periféricas por centros capitalistas imperiales eludía temporalmente la depauperación del proletariado en los centros imperiales, empobreciendo las colonias. El socialismo prevaleció, no en las economías más desarrolladas como predijo Marx, sino en la periferia primero y en las antiguas colonias después.
Perdidas las colonias y reducida la periferia capitalista, la prosperidad abundaría en el mundo socialista, la depauperación llegaría a los centros imperiales y sería extrema en las periferias sin socialismo. Ni una cosa ni la otra. Pero la realidad no les impide seguirlo afirmando.
Otra imaginativa excusa para sostener el arrogante dogma historicista contra la evidencia histórica es la síntesis maltusiana del marxismo que Commoner desarrolló afirmando:
“Marx creía […] Las clases trabajadoras se verían cada vez más empobrecidas y el creciente conflicto entre capitalista y trabajador llevaría a las situaciones de cambio revolucionario […] una explicación de por qué ha fallado en materializarse (hasta ahora) la predicción de Marx, aparece a partir del mejor conocimiento de los procesos económicos como consecuencia de la reciente preocupación por el medio ambiente […] Como apunté en The Closing Circle: Una empresa que contamina el medio ambiente está por tanto viéndose subsidiada por la sociedad; en esta medida, la llamada libre empresa no es completamente privada. También he apuntado que esta situación: lleva a un efecto colchón temporal de ‘deuda con la naturaleza’ representado por la degradación de medio ambiente en el conflicto entre el empresario y el asalariado, que al llegar ahora a sus límites puede revelarse en toda su crudeza. En este sentido la aparición de una inmensa crisis en el ecosistema puede considerarse, a su vez, como la señal de una crisis emergente en el sistema económico”.
Pero, entonces el socialismo no ocasionaría enormes crisis ambientales. Gestionaría mejor los impactos ambientales que en economías capitalistas. Las crisis ambientales finalmente revelarían la prosperidad y eficacia ambiental socialista y el desastre ambiental y ¡por fin! la depauperación proletaria capitalista. Y como de costumbre. Ni una cosa ni la otra.
Apuntalar cada falsedad debilitada con falacias y nuevas falsedades sin que jamás colapse el paradigma fallido, no es ciencia. Es a lo que la fatal arrogancia empuja a intelectuales y académicos dispuestos a negar la realidad si no se aviene a sus dogmas de fe.