En medio de la mayor hiperinflación contemporánea del planeta y bajo la creciente amenaza de la hambruna en una Venezuela destruida por el socialismo –con más del 90% de venezolanos hundidos en la pobreza– un gobierno socialista revolucionario rechazado por el 80% de la población –y considerado ilegítimo por los gobiernos de los países más relevantes del continente– retiene en lo inmediato el poder de las bayonetas. La crisis de inicios del 2019 pudiera finalmente terminar con el totalitarismo socialista que se aferra al poder mediante el racionamiento, la represión brutal (abundan denuncias de asaltos ilegales a viviendas, secuestros, desapariciones y torturas), la censura y la propaganda. Este contexto, en el peor escenario, pudiera sostenerse varios años más, aislado y endurecido, el totalitarismo socialista en Venezuela.
No analizaré aquí los factores de poder internos y externos involucrados en la crisis del proyecto totalitario que intenta imponerse sobre Venezuela; me limitaré al inmediato desastre económico socialista: un abismo hacia el cual el totalitarismo gobernante apura desesperadamente el paso.
Socialismo, petróleo y comida
En las muy conservadoras estimaciones de la OPEP, la producción petrolera de Venezuela acumulaba 18 meses en descenso al cierre de 2018. El Ministerio de Petróleo venezolano notificaba una producción de 1 511 000 barriles diarios en diciembre de 2018. La OPEP reportó que la producción real venezolana descendía ese mes a 1148 000 barriles diarios.
Petróleos de Venezuela (PDVDSA) admite que entre 2013 y 2018 su producción cayó más de 1200 000 barriles diarios. La producción petrolera del país se encuentra en su números más bajos en los últimos 70 años. Nada indica que se recuperará. Venezuela ya no es uno de los 10 principales productores de petróleo en el mundo.Estos son, de hecho, Estados Unidos, Rusia, Arabia Saudita, Iraq, China, Emiratos Árabes, Canadá, Kuwait, Irán y, en décimo lugar, Brasil.
Con la expoliación socialista de la economía privada, las exportaciones no petroleras cayeron hasta casi desaparecer, por lo que más de 95% de las divisas que ingresan al país provienen de un monopolio estatal petrolero en decadencia tras una década de purgas y estrecho control político por el socialismo revolucionario.
De las exportaciones petroleras, únicamente las que van a Estados Unidos no están comprometidas al pago de créditos en convenios de importación de mercancía. Desaparecería esa fuente de divisas liquidas si Washington prohibiera pagos al régimen de Maduro –que califica de gobierno de facto– en respaldo a la presidente interino, Juan Guaidó. No obstante, de perpetuarse la dictadura de Maduro en 2019, lo único a esperar es que el petróleo venezolano siga los pasos del azúcar cubano; lo que, tras la destrucción socialista de la economía –y bajo la confluencia de marxismo y crimen organizado– nos transformaría en el país más pobre del continente.
La caída de la producción petrolera es paralela a la de la producción agroalimentaria. El escenario de 2019 es espantoso. En el Plan de la Patria 2013–2019 anunciaba Hugo Chávez en junio de 2012 “el tránsito irreversible hacia el socialismo”. Un siglo de improductividad, destrucción ambiental y hambrunas en campos colectivizados por el socialismo revolucionario anunciaban que su promesa de “soberanía alimentaria para garantizar el sagrado derecho a la alimentación a nuestro pueblo”, terminaría en escasez, racionamiento y control político a través del hambre. Han así logrado lo que realmente buscaban.
El primer año del plan, 2014, ya observábamos una caída del PIB agrario per cápita de 17% respecto al 2009. En el ciclo maicero de 2018 se estima el arrime de poco menos de un millón de toneladas del grano, una caída del 66 % respecto a las 2 900 000 toneladas del 2008. La cosecha de arroz en 2017 fue 62% menor a la de 2008. En la zafra azucarera la caída fue del 74 %.
En 2007 el rebaño bovino en Venezuela era de 12 700 000 cabezas. Estas producían 430 000 toneladas de carne anuales, cubriendo la casi totalidad del consumo interno. El rebaño actual es de menos 9 500 000 cabezas; y, pese a la caída del consumo, se importa el 60% de carne ofertada. En 2012 la avicultura producía todavía 17 000 000 de cajas de huevos. En 2017 menos de 8 000 000. En 2018 se estima otra disminución de más de 60 %.
A finales de la década de los años 1990, la producción agropecuaria venezolana cubría el 80 % de la demanda interna de alimentos. Al inicio del 2019, con el anunciado “tránsito irreversible hacia el socialismo” en el campo, la producción nacional aportará en el mejor de los casos el 20 % de una decreciente demanda interna de alimentos.
Cuando se suman la sostenida caída de la producción petrolera, único ingreso restante por exportaciones, con la sostenida caída de la producción agropecuaria, y se entiende que de mantenerse el socialismo revolucionario en el poder en Venezuela, no cabría esperar otra cosa que una mayor caída de la producción petrolera. Se aproxima la imposibilidad de importar los alimentos que la política socialista en el campo venezolano impidió producir.
La hambruna que ya se cierne sobre los más pobres (de entre el más de 90% de pobres de Venezuela) es producto del desabastecimiento, racionamiento y empobrecimiento que ha ocasionado el modelo en Venezuela. Pero hasta 2018 las decrecientes exportaciones petroleras cubrían lo suficiente de la caída de la producción local como para limitar la reducción –cuantitativa y cualitativa– del consumo de alimentos, que causara que los venezolanos comunes perdieran en promedio 10 kilos por persona bajo el socialismo revolucionario. Sin un cambio radical, profundo y rápido, no solo de gobierno sino de sistema económico, será mucho peor. Y 2019 será el año en que Venezuela se transformaría en país más pobre de las Américas.