En el Simposio de Innovación + Interrupción en la Educación Superior en mayo, el profesor de Harvard Business School Clay Christensen dijo que “el 50 por ciento de los 4.000 institutos y universidades en los Estados Unidos estarán en quiebra en 10 o 15 años”.
Posteriormente, redobló sus declaraciones y dijo frente a 1.500 asistentes en la Cumbre de Educación Superior de Salesforce.org: “Si me preguntan si los proveedores se ven afectados en una década, podría apostar que lleva nueve años en lugar de 10”.
En la actualidad existen más de 4.000 institutos y universidades en los Estados Unidos. Según la hipótesis de Christensen, la mitad de estas se declarará en bancarrota en menos de una década.
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La base de su hipótesis es la teoría de la innovación disruptiva, acuñada en su libro publicado en 1997, El dilema del inventor (The Innovator’s Dilemma). Desde entonces, ha aplicado su teoría de la interrupción a múltiples industrias, en esta ocasión a la educación.
Christensen no está solo en este planteo. Junto al coautor de su último libro, “The Innovative University” (la universidad innovadora), Henry Eyring, analizan el futuro de las universidades tradicionales. Concluyen que el Internet proveerá una alternativa más económica para acceder a la educación, lo cual podría no solo reducir la necesidad de la educación tradicional, sino que podría hacerlas desaparecer.
Asimismo, el Departamento de Educación de EE. UU. también es consciente de este fenómeno. A través del proyecto conjunto con Moody’s Investors Service (servicio de inversionistas) indican que en los próximos años el cierre de institutos de enseñanza superior y universidades pequeñas se triplicará y las fusiones se duplicarán.
Moody’s advierte que las universidades pequeñas corren el mayor riesgo, definidas como universidades privadas con ingresos operativos inferiores a USD $100 millones y universidades públicas por debajo de USD $200 millones, que está disminuyendo.
A menudo las universidades pequeñas dependen de la matrícula, lo que significa que enfrentan dificultades financieras cuando disminuye la cantidad de alumnos inscritos e incluso se mantiene estable. El decrecimiento de los ingresos conduce a “una capacidad reducida para invertir en programas académicos, vida e instalaciones estudiantiles”, lo que a su vez afecta negativamente la capacidad de los colegios para satisfacer las necesidades de los futuros estudiantes, señala Moody’s.
Una demanda menor significa que las universidades con dificultades pierden estudiantes que se van a otras instituciones o no pueden cobrar lo suficientes en matrículas con las que puedan cubrir completamente los gastos de funcionamiento. En el 2015, un informe de la Asociación Nacional de Oficiales de Negocios Universitarios y Universitarios descubrió que las instituciones privadas de educación superior ofrecían a los estudiantes de primer año una tasa de descuento promedio del 48 % mayor al año anterior, un récord histórico.
De acuerdo con Moody’s, un creciente número de universidades pequeñas están experimentando problemas de ingresos. De 2006 a 2014, el porcentaje de universidades pequeñas con una tasa sostenida de crecimiento de tres años de menos del 2 % se quintuplicó, hasta el 50 %.
Kent Chabotar, expresidente de Guilford College y experto en finanzas de educación superior, describe la situación que enfrentan muchas universidades cómo “un triángulo de hierro de la fatalidad” que dificulta la supervivencia de quienes carecen de recursos. La triada consiste del número menor de estudiantes, sumado a que los pocos que hay no van a las universidades y, por último, cómo el bajo índice genera menos ingresos y, por ende, dificulta ofrecer ayuda financiera para los estudiantes.
Pero el fenómeno no afecta a todas las instituciones por igual. Moody’s predice que es más probable que las instituciones públicas en apuros se fusionen en un sistema más amplio, en parte debido a que están financiadas con fondos públicos y su cierre implicaría una dificultad política. Mientras tanto, las universidades privadas son más susceptibles al cierre.
No obstante, Christiansen indica que el panorama no es del todo desalentador para la educación convencional, pues hay un factor que la educación digital no ha podido superar, el vínculo. A través de su investigación, descubrió que las donaciones más generosas hacia las universidades fueron por parte de alumnos ya graduados y su mayor motivación fue un profesor o entrenador específico que les inspiró.
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Un fenómeno común entre todos los donantes es que la gratitud no es con la carrera en sí, tampoco con la universidad, sino con “un miembro individual de la facultad que cambió sus vidas”.
Entonces Christiansen sugiere que “Tal vez el valor más importante que agregamos para nuestros estudiantes es la capacidad de cambiar sus vidas”. Sin embargo, no sabe cómo puede verse afectado este vínculo en caso de que disminuyan las universidades presenciales.
Fuente: CNBC, Inside Highered.