Por María Oropeza
Han pasado ya casi seis meses desde que Juan Guaidó se juramentó como Presidente (E) de la República de Venezuela, respaldado por la Constitución vigente y por los ciudadanos venezolanos. Algunos interpretarán que el tiempo transcurrido quizás sea poco para tomar acciones más contundentes a efectos de lograr el cese de la usurpación; sin embargo, debemos tomar en cuenta que a estos pocos meses se le suman veinte años de lucha (con cientos de muertes por falta de medicina y comida, muertes que son culpa directa del usurpador Nicolás Maduro) y en este contexto, sin duda que la desesperación y apuro de la mayoría es totalmente justificado.
Para algunos sectores de la política nacional e internacional nuestra catastrófica situación es un atractivo para cualquier mitin, discurso, o incluso contienda electoral, pero para el ciudadano simple (que padece día a día la escasez y la represiones) es un reflejo de vivir en el infierno: eso es vivir en socialismo. Muchos estamos conscientes de que los veinte años de chavismo han sido rentables para dirigentes que viven a base del sufrimiento ajeno, y no precisamente todos visten de rojo. Algunos, incluso, dicen estar de este lado, del de la legitimidad.
Es imposible que algún individuo responsable, incluso si hace política, justifique tales acciones, pues aquí apenas nos hace falta ver morir a los venezolanos en cada esquina para medir la gravedad de lo que enfrentamos. Vivimos el peor régimen de nuestra historia; un régimen que es criminal y sanguinario, y que además es expansionista, no es solo Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela: es toda la región, y quizás todos los continentes. Hacernos los desentendidos ante esto, o justificarlo como si se tratase de un proyecto político más, nos convierte en culpables por omisión; y pueden tildarme de una radical extremista, pero no concibo dejar de luchar hasta no alcanzar una Venezuela libre donde cada culpable por acción u omisión pague ante la justicia tantas muertes y llantos de inocentes.
Esto es lo que le toca enfrentar día a día al ciudadano venezolano común, el que vive de un sueldo mínimo mensual y que debe mantener a su familia, el que lo más lejos que ha llegado posiblemente sea en metro hasta Charallave y no tiene idea dónde queda República Dominicana o Noruega, el que sueña con que algún día la situación cambie para por fin saber lo que se siente probar un vaso de whisky 18 años con par de tequeños mientras intenta resolver los problemas del mundo.
Mientras el statu quo socialista venezolano sigue usurpando el poder, al ciudadano de a pie le toca ser testigo de los niños que mueren por desnutrición, de las ciudades que pasan horas y días sin electricidad, haciendo colas en estaciones de servicio de para llenar su tanque de combustible o cocinando a fogón de leña por falta de gas. Esta es la realidad de la gente que muchos desconocen, ignoran u omiten; esta es la realidad de la gente que exige a la Asamblea Nacional que aplique el artículo 187 numeral 11; esta es la realidad de la gente que pide desesperadamente ayuda a la comunidad internacional. Esta es la realidad de la gente que exige a Juan Guaidó que aplique la fuerza para enfrentar al usurpador criminal; esta es la realidad de la gente que ya no aguanta ni un minuto más bajo el sistema socialista que los tiene pasando hambre, mengua y calamidades; esta es la realidad de la gente que no conoce la libertad pero lucha día a día para conquistarla.
No es justo seguir tratando la situación venezolana como si se tratase de meras cifras cuando realmente hablamos de hombres, mujeres, niños y ancianos, de personas de carne y hueso que ruegan más acciones que discursos y giras; personas que están conscientes y dispuestos a hacer lo necesario como respaldo y como parte de la responsabilidad que les toca asumir. Son, asimismo, personas que no pueden ni quieren seguir más bajo el sometimiento del yugo socialista, personas que saben que solos no podemos, pero que estamos dispuestos a cumplir con nuestra parte a efectos lograr la libertad para la actual y las próximas generaciones.
Sabemos muy bien que esta vía es la más dolorosa, incluso la más difícil, pero hasta ahora es la única que podría garantizar un cambio desde la raíz, lejos de usurpadores, mafias, narcotraficantes y terroristas; mientras que la que proponen los dialogadores y electoreros es una cohabitación disfrazada de negociación que, a la larga, será insostenible para una república democrática, y que posiblemente correríamos el riesgo de volver a caer en la misma catástrofe.
Este es un momento histórico para los venezolanos: podemos elegir entre acabar con nuestro mal sin treguas o seguir dándole largas a un proyecto criminal que sigue expandiéndose por toda la región.
No perdamos más tiempo: avancemos.
María Oropeza es abogada y dirigente de Vente Venezuela.