Nos debatimos entre la esperanza de progreso material y moral que nos ofrece el desafío de la libertad y el temor por la incertidumbre que inevitablemente la acompaña. Miles de millones de mentes creativas actuando libremente son una fuente inconmensurable de cambios imprevistos. Mientras más rica, variada y cambiante sea la cultura que disfrutamos, mayor es la necesidad de adaptación y aprendizaje continuo que nos exige. En última instancia, las maravillas tecnológicas, científicas y culturales de las sociedades libres son inseparables de la incertidumbre como única certeza.
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Quienes niegan que todo valor material, intelectual y moral que disfrutamos dependen de la libertad. Que incrementar la diversidad y eliminar la pobreza pasa por aceptar la desigualdad. Que sin libertad no sólo no surgirían nuevos progresos materiales y morales, sino que se perderían poco a poco los existentes. Son hombres abrumados por la incertidumbre del futuro que se empeñan hoy peligrosamente en una ilusión de seguridad, sin futuro. El más débil de los primates, angustiado por la incertidumbre de una civilización sin la que su existencia fuera en realidad mucho más pobre e incierta, llega a rechazar la libertad de la que depende todo lo que aprecia.
La mayoría abrumadora de nuestros contemporáneos no comprende lo que aporta realmente la libertad a sus vidas. La libertad, como la prosperidad y la paz, son logros muy recientes y muy frágiles en el largo y difícil camino de nuestra especie. En su elogio fúnebre a los caídos en el primer año de la Guerra del Peloponeso Pericles desplegaba como estandarte conceptual ante los atenienses lo que los diferenciaba de sus enemigos espartanos, recordándoles que:
“En nuestras relación con el Estado vivimos como ciudadanos libres y, del mismo modo en lo tocante a las mutuas sospechas propias del trato cotidiano […] Si en nuestras relaciones privadas evitamos molestarnos, en la vida pública, un respetuoso temor es la principal causa de que no cometamos infracciones, porque prestamos obediencia a quienes se suceden en el gobierno y a las leyes…”
Es muy diferente el concepto de libertad que pudo prevalecer entre los hombres libres de la antigüedad del que se desarrollaría en la edad media en occidente. Y ambos difieren de lo que por libertad apreciarían los modernos y parecen despreciar los posmodernos. Pero en su elogio fúnebre ya perfilaba Pericles una idea nueva. La de la libertad del hombre ante el Estado y los demás hombres en el marco de una Ley por todos reconocida. Siempre escuche que la libertad en occidente nació en las polis griegas.
Creo que lo que entendemos por libertad nació en Atenas. Aunque a partir de una cultura común a toda la Hélade. Hay una idea general de libertad rastreable a costumbres de los griegos desde la edad del Bronce. La libertad del hombre que no siendo esclavo y encontrándose bajo el imperio de la ley de su propia nación o tribu, mantiene las prerrogativas y obligaciones que le corresponden por su origen y condición.
En ese sentido llamaban libre los griegos a quién no fuera esclavo y fuera ciudadano de un Estado Libre. Y libre al Estado que bajo su propia Ley fuera gobernado por sus propias autoridades. Con eso en mente no tiene por qué asombrarnos que entendieran igualmente libres a los espartanos. Quienes vivieron bajo el primer totalitarismo conocido de la historia de occidente. Y a los atenienses que comenzaban a explicar y ejercer su libertad individual ante el Estado y la sociedad misma.
El sentido moderno de esa libertad de la que no conozco referencia más antigua que el citado discurso de Pericles lo define perfectamente Lord Acton en 1873 al decir que:
“Por libertad entiendo la seguridad de que todo hombre estará protegido para hacer cuanto crea que es su deber frente a la presión de la autoridad y de la mayoría, de la costumbre y de la opinión. […] En la antigüedad el Estado se arrogaba competencias que no le pertenecían, entrometiéndose en el campo de la libertad personal. En la Edad Media, por el contrario, tenía demasiada poca autoridad y debía tolerar que otros se entrometiesen. Los Estados modernos caen habitualmente en ambos excesos. El mejor criterio para juzgar si un país es realmente libre es el grado de seguridad de que gozan las minorías.”
En las sociedades más ricas y libres que la humanidad ha conocido la mayoría abrumadora de nuestros contemporáneos no comprende lo que aporta realmente la libertad a sus vidas; libertad de cuyos frutos materiales y morales disfrutan las sociedades más prosperas de todos los tiempos. Aquella de la que carecen todavía hoy las que se sumergen hoy en la miseria material y moral. Es simplemente la ausencia de toda restricción arbitraria. Libertad que en un orden civilizado precede y comprende a la libertad como desarrollo de cualesquiera potencialidades individuales. Obviamente alguna potencialidad puede no llegar a desarrollarse libremente por la ausencia de condiciones materiales apropiadas. La escasez no es algo de lo que podamos realmente liberarnos completamente jamás. La creatividad que nos aleja de la pobreza implica que siempre imaginaremos más fines de los medios que descubriremos para perseguirlos.
Pero la promesa de seguridad ante la incertidumbre, como la promesa de libertad frente a la realidad misma. Han sido los mejores argumentos para la arbitraria restricción masiva de la libertad individual. Y la única seguridad material de la que pueden disfrutar los seres humanos pasa por instituciones sociales como libres como el mercado y el dinero. Conocemos únicamente una manera efectiva de reducir la incertidumbre. Compartir la costumbres, valores e institucionales indispensables para que la libertad pueda ser ejercida por todos y cada uno, hasta dónde circunstancias materiales y potencialidades personales lo permitan. De que cada ser humano asuma libre y responsablemente tal desafío depende la diversidad, la prosperidad y la paz.