El socialismo es una entelequia, lo que prometen sus profetas y teóricos ni se ha materializado, ni jamás se materializará. Cuando se intenta imponerlo en algún rincón del mundo, sus partidarios pasan por tres etapas:
- Adorar al líder sobre todas las cosas;
- Inventar causas míticas para los desastrosos efectos del socialismo;
- Declarar ante el inocultable fracaso que, “no fue socialismo”.
No todos llegan a la tercera. Los que se quedan en la segunda se especializan en ocultar, negar y minimizar los crímenes del socialismo de su preferencia. Otros en llamar socialismos a economías de mercado en las que alguna vez pretendieron aproximársele, pero corrigieron el rumbo. Casi todos admiten que el paraíso en la tierra prometido por el socialismo no se alcanzó todavía. Lo notable es que siempre alcanzaron, en mayor o menor grado, el infierno en la tierra.
- Lea más: El camino al socialismo está lleno de regulaciones bienintencionadas
- Lea más: Comunismo: primer fracaso y engaño del socialismo soviético
El problema del socialismo es que es inviable. Mises explicaba a pocos años de establecida la Unión Soviética que el cálculo económico es imposible sin precios de mercado. Los precios de mercado sintetizan lo que sería necesario saber sobre utilidad y escasez de los bienes, así como sobre las necesidades, gustos y preferencias de los individuos. Tal información es demasiada, está dispersa, es privativa de la experiencia práctica individual, y está en constante cambio, nos aclara Hayek. Pero los precios nos permiten orientarnos muy cercano a como lo haríamos si fuera posible conocerla. El socialismo elimina la propiedad privada de los medios de producción y destruye el proceso formador de precios. Pueden los planificadores fijar lo que quieran llamar precios, no serán precios. La única información que sintetizaran será la ignorancia de los planificadores.
Toda economía socialista consume cada vez más recursos para obtener cada vez menos bienes en proporción a las materias primas, el capital y el trabajo que emplea. En economías de mercado, el empresario descubre oportunidades de ganancia, Esta es la manera más eficiente de emplear capital específico y fuerza de trabajo particular en producir lo que será más demandado. Los empresarios compiten por especular acertadamente la demanda futura y satisfacerla empleando menos recursos que sus competidores, pero la planificación central apenas intuye la eficiencia técnica; que una maquina sea técnicamente más eficiente no implica que será más rentable.
Y que nunca superen la tecnología de economías de mercado los experimentos socialistas es revelador. Los planificadores centrales imponen sus objetivos a toda la sociedad, pero no sufren directamente los resultados. Cuando el bien de capital, o de consumo, está racionado, cuando no hay alternativa, para quien produzca su única medida de eficacia será cumplir los objetivos del plan. Para eso usará todo lo que pueda obtener, a cualquier coste, pues no conoce coste alguno.
El socialismo soviético logró que una economía mediocre y atrasada explotase ineficazmente recursos a escala asombrosa. El desperdicio fue gigantesco. Concentradas sus limitadas capacidades en los fines de los planificadores, con indiferencia por los del resto –al costo de hambruna, miseria, y esclavitud primero, y la gris mediocridad de la insuperable pobreza después– transformó la destrucción ineficaz de recursos y la producción mediocre de bienes racionados en endebles bases de una superpotencia militar. En la economía soviética se intentó socialismo completo poco tiempo. Retrocedieron al máximo de socialismo que con una dictadura brutal les permitiera mantener el poder. De ese punto nadie pasó jamás sin un colapso a corto plazo. Ese socialismo retrasó tanto su colapso final, como para acariciar la ilusión que nunca llegaría.
El socialismo ideal no existe; intentarlo es ir al colapso de corto plazo. Los socialismos reales serán finalmente inviables, pero pueden sostenerse largo tiempo administrando la miseria y la destrucción masiva de recursos. A despecho de Marx, solo sociedades atrasadas, abundantes en materias primas, de tradición política autoritaria, y con escaso desarrollo capitalista alcanzan y mantienen socialismos reales. Contra las promesas de abundancia, dan pobreza. Pese a la promesa igualitaria de su justificación moral de la envidia, han sido y son abismalmente desiguales. Contra recientes afirmaciones del ecologismo político colonizado por el neo socialismo, no hay economía más contaminante, ni devastación ambiental más terrible que la socialista.
¿Por qué es popular entre intelectuales, políticos y gente común tan falsa y destructiva doctrina? Son varias las causas: entre las que personalmente más he estudiando está que se trata una doctrina política que cuyo axioma moral es la justificación de la envidia. Hay un anhelo primitivo de igualdad irracional que los ideólogos socialistas comprendieron y explotaron muy bien. Pero al final, esa y otras causas se reducen a que el socialismo es una entelequia. Los socialistas se empeñan en comparar la realidad del capitalismo con el ideal socialista, no con la realidad socialista. Los socialistas se empeñan en identificar los males que la parte intervenida, estatizada y sobre-regulada de las economías capitalistas origina con el mercado libre. Los socialistas se empeñan en presentar los resultados que el mercado libre ha permitido en libertad, prosperidad y diversidad, como resultado de “sus esfuerzos” contra el libre mercado. La realidad de sus esfuerzos, es que de ser exitosos en algo, sería en transformar sociedades libres, ricas y diversas en desiertos grises de miseria material y moral. Los socialistas mienten. Mienten muy bien. Sus mentiras son dulces en los oídos de los débiles, los mediocres y los envidiosos. Señalan el camino al infierno prometiendo el paraíso sin esfuerzo. La mayoría aceptará encantada cerrar los ojos hasta que sea tarde.
El socialismo es una estafa y la naturaleza humana facilita la estafa. No es en su buena fe, sino en su mala fe que se sorprende usualmente al estafado. Si el estafador promete lo que no puede ser verdad, se quiere creerle contra su propio sentido común. Admitir el error y la envidia es duro. Y salvando el amor propio a costa de la verdad, el error sobrevive en la esperanza del imposible contra toda evidencia.